Italo Calvino, señales de vida
Antonio Serrano Cueto gana el Premio Domínguez Ortiz de Biografías con un ensayo dedicado al gran escritor italiano, donde se muestran sus avatares, influencias y afectos
19 noviembre, 2020 00:10“Moriremos firmando”, escribió Calvino, Italo, en 1968. En este caso lo hacía contra la guerra del Vietnam. Entonces ya se había manifestado desolado y desilusionado con esa izquierda comunista italiana, en la que había militado desde joven. A pesar de ello, se mantuvo fiel a unos compromisos éticos que pasaban por denunciar la guerra y cualquier atropello en contra de los derechos humanos. Fue un ardoroso defensor de Solzhenitsyn cuando fue encarcelado en la URSS y de Salman Rushdie cuando recibió amenazas por parte de los radicales musulmanes. Ahí se mantuvo inalterable, solícito incluso, a pesar de defender cada vez más un individualismo que, en lo que relaciones sociales se refiere, llevaba a rajatabla.
Así se cuenta en una deslumbrante y pormenorizada biografía del escritor italiano –Italo Calvino. El escritor que quiso ser invisible (Fundación Lara)–, prolija y abundante en datos, pero impulsada por una narración ágil, entretenida, vigorosamente escrita, gracias a la cual los devotos de Calvino quedaran satisfechos y los que no lo conocieron demasiado absolutamente fascinados. Su autor es el profesor de la Universidad de Cádiz, Antonio Serrano Cueto, que ha obtenido con este trabajo el prestigioso Premio Domínguez Ortiz de Biografías. El libro es fruto de media vida de trabajo sobre la figura del autor de El barón rampante, escarbando en su epistolario y entrevistándose con todo aquel que tuviera trato con él, por mínimo que fuera. Serrano Cueto conoce al dedillo su obra: libros, colaboraciones en revistas y diarios (fue un habitual de dos de los periódicos más importantes en Italia), ponencias e intervenciones en congresos y jornadas literarias.
Es difícil que una idea, una opinión o una vivencia se le haya escapado al autor de este relato biográfico que, saltándose a veces la estricta cronología, logra darle un hálito de vida a lo que es una trayectoria vital contada. Una vida extraordinaria e inteligente contada a través de su propia voz, porque Serrano Cueto acude una y otra vez a sus anotaciones y a sus cartas, una tarea hercúlea, porque Calvino, silencioso en público, escribía como un poseso en privado.
Taciturno y metódico, tal como se presentaba en tantas ocasiones ante los demás, especialmente fuera de un círculo leal y estrecho de amistades, sorprende ese torrencial de ideas, polémicas y tribulaciones que acompañaron a un hombre que nació en una familia de científicos y que heredó la mente analítica de sus padres, pero, en sus propias palabras, ninguna de sus habilidades para las ciencias naturales. A partir del retrato de Calvino el lector conoce la vida de sus padres, dos seres excepcionales, y también el microcosmos de su ciudad (casi) natal, San Remo, ese lugar en el Occidente italiano conocido como un paraíso para el ocio y por el popular festival de música que lleva su nombre.
Antonio Serrano Cueto
Italo había nacido en Cuba, en una de la muchas escuelas agrícolas que sus padres crearon, pero apenas permaneció en la isla un par de años. A Cuba volverá tiempo después, invitado por los revolucionarios triunfantes, cuando ya no quede nada de la hacienda en la que Mario Calvino había introducido la caña de azúcar y modernizado su cultivo. El abuelo del escritor y padre de un brillante agrónomo sentía tanta pasión por la agricultura como lealtad por la masonería, una distinción que habría de impregnar la idiosincrasia de la saga familiar. Pasará una gran parte de su vida ligado a San Remo, su origen, y a la magnífica villa modernista que sus padres construyeron, utilizada como vivienda, escuela agraria y plantación. Solamente tras la muerte de su madre dejará de acudir, puntual, a pasar largas temporadas, especialmente durante los veranos.
La influencia de su madre es evidente en la vida de Calvino, joven y adulto, a pesar de la radical independencia de su progenitora y de la escasez de muestras afectivas para las que nadie de la familia parecía muy dotado. El amor por el trabajo y las responsabilidades marcarían la historia de una familia que, sin embargo, apoyó a su primogénito cuando dejó la escuela universitaria de ingenieros agrónomos, en la que paseó varios años su nula vocación, cuando confesó que quería dedicarse por entero a la literatura. Esa madre marcará también la vida de su única hija, Giovanna Calvino, acostumbrada a pasar largo tiempo con la abuela mientras sus padres viajaban por el mundo.
Eva Mameli siempre fue especial: una de las primeras biólogas en Italia, académica y científica, acompañará a su marido en todas sus aventuras profesionales como compañera de trabajo, más que como esposa solícita. Decidieron casarse en muy poco tiempo, cuando Mario Calvino viajó a Italia desde México para buscar una mujer y desposarse. No se sabe si fue un acuerdo o un flechazo, pero el caso es que, a decir de sus hijos, esa pareja funcionó como un tándem toda la vida y en todos los sentidos.
Antes de llegar a Giovanna, esa niña a la que adorará, y de la que presumirá con orgullo el escritor en público, él, tan parco en los afectos, a Calvino lo marca, además de su familia, el tiempo. Sus padres fueron obligados a pertenecer al Partido Fascista, condición sine qua nom, para ejercer la profesión, pero ni él ni ellos mostraron más que desprecio a la ideología nacionalsocialista. El joven Calvino luchó como partisano, aunque durante no demasiado tiempo. En aquellos días bélicos y terribles se comprometió con el Partido Comunista italiano, al que pertenecerá hasta los años sesenta. Aparte de sus afinidades políticas, la relación de Calvino con el PCI se enclava en su trabajo como colaborador y periodista en L’Unitá, el sólido periódico que ejercía como portavoz del partido en Italia. Durante años será su sustento y también el modo de ejercer el oficio, de la misma manera que su vida queda marcada por la relación ininterrumpida, con la editorial Eianudi. No se concibe a Calvino sin Einaudi ni a Eianudi sin Calvino.
Allí trabajará como corrector, lector. En la editorial es donde conocerá a sus eternos camaradas literarios, Giulio Eianudi y Leone Ginsberg, que será sucedido por su mujer, Natalia, amiga y confidente del escritor hasta su último día. Y allí encontrará también a dos de las influencias más notables de su carrera y de su vocación: Cesare Pavese, al que quiso como amigo e investigó y editó como escritor, y a Pier Paolo Pasolini, el genial y exagerado intelectual con el que mantuvo una relación intermitente pero siempre afectuosa, por encima de sus notabilísimas diferencias, que eran estilísticas además de personales. Solo los unió durante su fidelidad al PCI que, rota por el templado Italo antes que por el inmoderado Pier Paolo. Si a Calvino el suicidio de Pavese le marcó de por vida, el terrible asesinato de Pasolini será una herida de la que no sanó nunca. Dos formas dramáticas de morir bien acordes con la personalidad de ambos genios.
La vida de Calvino fue tan minuciosamente plena como reservadamente vivida. Si en un momento dado decidió espaciar sus apariciones públicas, fundamentalmente los pronunciamientos ante causas no exclusivamente literarias, su obra encontró un lugar, intransitado en su generación, en la literatura fantástica que tan celebre lo hizo gracias a tres de sus mejores novelas: El vizconde demediado, El barón rampante y El caballero inexistente, escritas a comienzos de la década de los sesenta. En esta vuelta de tuerca a la realidad por parte de quien había sido hijo del realismo (en su caso, ortodoxamente socialista), influyó la fascinación del escritor por la tradición oral y los cuentos populares, sobre los que había empezado a trabajar años antes y de los que se hizo un entusiasta divulgador.
La exploración por la fantasía y la afinidad personal le llevó a dos de los más grandes escritores en español, sus contemporáneos: Jorge Luis Borges y Julio Cortázar. Como autor tuvo más afinidades con el primero, pero la relación personal lo ligó más al segundo por la relación de sus mujeres. A quien sería su compañera, Esther Judit Singer, Chichita, la conoció gracias a Aurora Bernáldez, primera esposa de Cortázar, de manera que ambas parejas vivieron una amistad indesmayable a pesar de los divorcios, las enfermedades y las diferencias políticas.
La exploración por la
La biografía del profesor Serrano Cueto está escrita como un diario de viajes. Alterna ideas con sabrosas anécdotas, incidencias domesticas con reflexiones de alta hondura, lo que la convierte en apasionante. Para el lector español descubre a un Calvino conocedor de nuestro país, amigo de celebridades y espectador de hechos tan singulares como el entierro del malogrado torero Francisco rivera, Paquirri, en Sevilla, coincidiendo con un espectacular encuentro de escritores convocados por la Universidad Menéndez Pelayo y organizado por el editor Jacobo Fitz-James, conde de Siruela.
Hay además en este ensayo (el libro va más allá de la exhaustiva biografía de Calvino) un mérito de indudable valor: contagia curiosidad e incita a la lectura. Si alguien, en esta ajetreada vida llena de series de televisión, citas y avalancha de memes y tuits, no ha leído aún a Calvino, o, si lo hizo, dejó pasar alguna de sus espléndidas obras, tiene la oportunidad de redescubrirlo. Es un escritor imprescindible y fue una persona singular, irascible y tierna, comprometida y cauta. Calvino no defrauda. Porque él no era un caballero imaginado ni un vizconde demediado, como tampoco fue barón ni rampante.