Escola Pia Nostra Senyora, 'Can Culapi', en la calle Diputación de Barcelona / GOOGLE MAPS

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Letras

El alma de los niños (I)

Hay lugares que siguen existiendo pero son otra cosa como ocurre con 'Can Culapi' en el ensanche de Barcelona

5 octubre, 2020 00:00

Como el famoso gato cuántico de Schrödinger, también hay lugares que existen y al mismo tiempo no existen, lugares que conociste bien y que siguen en el mismo sitio, pero que ya nada tienen que ver con los que tú pisaste muchos años atrás, hasta el punto de que, conceptualmente, ambos lugares (porque para ti son dos, aunque aparentemente sea uno) solo comparten el nombre. En esto pienso cada vez que paso frente a mi antiguo colegio, el de los Escolapios, en la calle Diputación (entre el Paseo de Gracia y Pau Claris, aunque más cerca de esta calle). Para empezar, o han eliminado la capilla con entrada separada del colegio o la han ocultado. Me inclino por esta segunda posibilidad, ya que todo el edificio está como camuflado de escuela laica y no se ve ni un cura patrullando por la entrada en busca de alguien a quien pillar fumando u hojeando alguna revista guarra, personaje especialmente fácil de detectar, pues solía formarse un corrillo de críos rijosos a su alrededor.

Hasta hay chicas, y algunas de ellas visten de manera (puede que) inapropiada para su edad sin que se materialice un decrépito mosén a afearle la conducta (los chicos lucen el uniforme oficial de la adolescencia: pantalones cortos o de chándal, sudaderas con capucha, zapatillas de skater). ¿Dónde se esconden los curas?, me pregunto cada vez que paso por delante de Can Culapi, ¿dónde están aquellos buitres de mi infancia que parecían bendecidos por el don de la ubicuidad? Luego me respondo que la iglesia católica solo piensa en su supervivencia y que ahora debe haber decidido que más vale no hacerse notar mucho, pues lo importante es seguir controlando el flujo monetario y la institución no está para perder un euro por culpa de una minifalda lolitesca o un pendiente en la oreja de un joven gañán adicto a los reality shows de Tele 5 o, aún peor, a la programación de TV3 (mi colegio, evidentemente, se ha lazificado, como deduzco de las comunicaciones escritas exclusivamente en catalán que sigo recibiendo por correo electrónico sin haberlas solicitado jamás).

Viejos malolientes

La verdad es que el edificio ha sufrido una renovación a fondo y ahora es todo él acristalado y luminoso, pero eso no me impide ver el ectoplasma del señor Julio, el portero de mi época, con su pulcro uniforme gris, ni el del turbio padre Carbonell, siempre mal afeitado, siempre fumando, siempre observando con descaro el culo de las madres que se le antojaban más apetitosas: más que un cura, Carbonell parecía un gánster disfrazado de cura, como Humphrey Bogart en No somos ángeles. Me contaron que se había acabado saliendo de la orden y liándose con alguna pelandusca. Yo siempre lo recordaré interrumpiendo a un alumno que iba por ahí llamando a gritos a quien él llamaba Padre Perfecto en vez de Padre Prefecto, dedicándole su sonrisita más siniestra y, tras echar una calada al enésimo pitillo de la mañana, espetándole: “Hijo mío, no hay ningún padre perfecto”. ¡Si lo sabría él!

El peculiar padre Carbonell se escapaba a los dos modelos que convivían en Can Culapi en mi infancia: los viejos malolientes y los jóvenes que fingían coleguismo y que a veces hasta tocaban la guitarra (y que, en el fondo, daban más asco que los carcamales con halitosis que te encontrabas en el confesionario). Extraño privilegio generacional el mío: aguantar a dos tipos (aparentemente) opuestos de cura; mi hermano, seis años mayor que yo, solo conoció a los del club de la halitosis, y también tuvo que chuparse misa diaria en aquella capilla ahora oculta o derruida, mientras que a mí solo me caía una a la semana.

El club de la halitosis se dividía a su vez en dos sectores: los que conservaban, más o menos, la fe y los que era evidente que la habían perdido, pero ya no se veían capaces de tomar la vía Carbonell. Hay que decir a su favor, eso sí, que, por lo menos, no intentaban hacer como que les importabas, especialidad de los curas jovenzuelos en la que brilló con luz propia durante años el siniestro Padre Paco, hijo del no menos siniestro humorista baturro Paco Martínez Soria….

(Continuará…)