Las edades australes
Antonio Rivero Taravillo, Premio Comillas, docto en gaélico y traductor de Shakespeare, publica en La Línea del Horizonte un libro de viajes sobre Argentina
5 agosto, 2020 00:00Antonio Rivero Taravillo nunca viaja solo. De la misma manera que ha acostumbrado a propios y extraños a decir su nombre con los dos apellidos, sin respirar, el escritor y traductor, biógrafo de Cernuda y de Cirlot, entre otros, siempre viaja en multitud aunque solo compre y use un billete de avión, de tren o de autobús.Es Rivero Taravillo de esa estirpe de viajeros al que acompañan otros muchos escritores, aliviado el peso de su maleta gracias a la tablet, el e-book y otra maravillas de la tecnología que, lejos de incomodarle, se le ajustan a su traje de narrador un poco a la antigua manera. Como ya hicieran toda una generación de viajeros, especialmente anglosajones, este sevillano de Melilla nunca fija la mirada en un solo punto: siempre tiene a mano referencias, versos vueltos o poemarios completos, anécdotas de héroes y de villanos, diccionarios reales o imaginados. Cuando mira y cuenta un paisaje, una ciudad, un bar son muchas otras miradas las que le sirven de anteojos.
El autor es un conocido traductor (sus versiones de Shakespeare, Keats, Tennyson y una larga lista de angloparlantes se consideran referenciales) y un irlandés de adopción capaz de disertar y versificar en gaélico. Tal vez por esa vocación, que ejerce desmesuradamente, es también un seguidor escrupuloso de Jorge Luis Borges, una de las compañías preferidas para el viaje a Argentina que en este delicioso librito se relata. Borges será su guía en alguno de los itinerarios por Buenos Aires, la capital, en la que más tiempo se detendrá el viajero y donde habrá de encontrase con él y con Gardel, con Bioy Casares y con Julio Cortázar. Al lector los pasos perdidos de Rivero Taravillo en esa ciudad, que fue el París latinoamericano en los inicios del siglo XX, le parecen pasos hallados, la luz de las palabras se suma a esa luz de plata de una megápolis que esconde en cada barrio una suerte de diferente patria.
La Boca, Palermo, La Recoleta, Puerto Madero. El viajero cambia de hospedaje y parece cambiar de país mientras frecuenta cafés y librerías (ese “mapa para amantes perdidos” de una ciudad que parece amar la cultura con un amor honesto y desordenado y hasta inútil a un tiempo) y cementerios. Comparte el autor de este libro su fascinación, también muy anglosajona, por los camposantos o al menos por aquellos que guardan míticos despojos. Imposible no contemplar la corte de devotos de Gardel o de Evita.
La Boca, Palermo, La Recoleta, Puerto Madero. El viajero cambia de hospedaje y parece cambiar de país mientras frecuenta
Por si alguien no lo supiera, Rivero Taravillo le cuenta al lector en este libro, publicado por La Línea del Horizonte,los avatares de los restos de la omnipresente Eva Perón a través de otro compañero de viaje, el fantástico escritor y periodista cultural, ya fallecido, Tomás Eloy Martínez y uno de sus libros más celebrados: Santa Evita. Imposible rehuir la huella de la Madre de los Descamisados en un país donde el peronismo se ha convertido en algo más que un partido e incluso una ideología: “Hace un día peronista” es sinónimo de un día chévere, luminoso, extraordinario. Por cierto que, a propósito de chévere, alguno de localismos, tan húmedos, tan hermosos, se le cuelan a Rivero Taravillo en su periplo. Se mimetiza como si fuera un camaleón, políglota al fin, para adaptar su piel a los paisanos, algunos de carne y hueso, que va encontrando en su camino.
Buenos Aires merece un libro, o diez, pero el autor se para lo justo para dejar extendido un plano del viaje posible para cualquiera que siga sus pasos. Como ya avisa desde el mismo título se trata de un viaje austral, aunque no le haga ascos a los viajes astrales –como uno de los personajes de su novela Los fantasmas de Yeats (Renacimiento) sobre la estancia del poeta y su esposa quiromántica en Sevilla– y a ello se decide el viajero en un itinerario que parece sensato, posible y hasta inevitable en cualquier tour que se precie.
Buenos Aires merece un libro, o diez, pero el autor se para lo justo para dejar extendido un
Todos somos viajeros pero ninguno queremos parecer turistas, rumia el autor cuando se enrola en uno de esos periplos organizados para ver Iguazú (ahí brevemente tocará la tierras de Brasil, como quien se asoma al otro lado de la luna), aunque es capaz de escabullirse lo justo de la tendencia gregaria para ofrecer al lector tanto minucias (desayunos, encuentros fortuitos, ensoñaciones varias) como historias, datos, herramientas para que la contemplación de ese monumento natural no se quede en una postal de rápido olvido. Es posible hacer lo que los demás hacen a la manera de cada cual, demuestra el caminante que se divierte observando y que se deja mojar, literalmente, por los ritos de una visita que como el hacen cientos de miles de criaturas.
La llamada de la naturaleza le llevará, días después, a la Patagonia, visión estremecedora de por sí, y al Perito Moreno, la madre de todos los glaciares que Rivero Taravillo siente doler. Que el planeta está herido lo atestigua el autor, que rehúye consignas o diagnósticos de manual del buen ecologista. Cabizbajo, abandona los hielos que se desmoronan, con la certeza de que la huella del hombre es a veces también la huella de los monstruos.
No falta en este itinerario particular una visita a un lugar menos conocido pero violentamente literario: Salta, en el Noroeste del inmenso país, mezcla de colonialismo e indigenismo, de ciudad y desierto, de soledad acompañada que es la impresión que Rivero Taravillo deja al lector. El libro cabe en un bolsillo, a la medida de quien viaje ligero de equipaje pero soberbiamente acompañado. Tal vez después de leerlo, o incluso usarlo en una réplica parecida o igual a la de este itinerario, el lector quiera saber más de quien tuvo el Premio Comillas por su espléndida biografía de Cernuda, uno de los poetas de cabecera de quien lleva publicados una decena de libros de poesía.
Tampoco es la primera vez que el autor se anima a la llamada literatura de viajes. Suyos son otros tres libros del mismo ramo entre el que destaca ese Viaje sentimental por Inglaterra (Sotavento), escrito en 2007, que no le priva de su manifiesta condición de irlandés andaluz errante. En busca de la isla esmeralda. Diccionario sentimental de la cultura irlandesa (Fórcola) es también un buen recetario para una visita a Innisfree, esa Irlanda que conoce tan bien.
Tampoco es la primera vez que el autor se anima a la llamada literatura de viajes. Suyos son otros tres libros del mismo ramo entre el que destaca ese
Sus traducciones son extensas y diversas. Pareciera que de la cultura sajona lo sabe (casi, seamos estrictos) todo. Y sus novelas viajan también a uno y otro lado del Atlántico. Octavio Paz es el protagonista indirecto de Los Huesos olvidados (Renacimiento) y la figura inquietante de José Antonio Primo de Rivera, un personaje más enaltecido que conocido, es el actor principal de otras de sus novelas, El Ausente (La esfera de los libros). Leer es también viajar o, dicho de manera rotunda, leer es exactamente el viaje, en el tiempo o espacio, del que nunca se regresa siendo el mismo. Leer a Rivero Taravillo es viajar y es vivir.
Sus traducciones son extensas y diversas. Pareciera que de la cultura sajona lo sabe (casi, seamos estrictos) todo. Y sus novelas viajan también a uno y otro lado del Atlántico. Octavio Paz es el protagonista indirecto de