Feldmann y el mar
Feldmann es un artista peculiar, que utiliza sin complejos los esfuerzos de quince artistas desconocidos y oscuros en beneficio de la propia obra
5 julio, 2020 00:00La obra que encabeza este texto causa un impacto inmediato que sobre todo tiene que ver, creo, con lo que tiene de manifestación radiante de la inteligencia del artista. El cual no ha pintado ninguna de esas marinas. Lo “único” que ha hecho ha sido ir comprándolas en los mercadillos de diferentes ciudades o en las tiendas de chamarilero que le salieran al paso, seleccionando las que más le conviniesen entre la colosal cantidad de marinas que han pintado los pintores de domingo. O los pintores con cierta mano, con cierto oficio pero sin talento especial que les haya permitido destacar, de manera que sus pinturas puede adquirirse por precios muy razonables.
El artista, que se define como “apropiador de objetos encontrados” Hans-Peter Feldmann (nacido en 1948; algunos recordarán su exposición de hace diez años en el Reina Sofía), las reúne en un conjunto que dispone sobre la pared de la galería de arte (ignoro si también las restaura y les cambia los marcos), titula (Instalación de quince pinturas encontradas), y firma. ¡Qué elegancia conceptual! ¡Qué movimiento de la inteligencia tan admirable como el de quien con una mirada da instrucciones a una máquina para que mueva un objeto! Obras como ésta demuestran que la enseñanza de Duchamp no se ha agotado, sigue dando mucho de sí.
Dimensión superior
En Instalaciones de quince pinturas encontradas me impresiona su lado de rapacidad cruel, al utilizar sin complejos los esfuerzos de quince artistas desconocidos y oscuros en beneficio de la propia obra, y al mismo tiempo sucede lo contrario: que Feldmann les rescata de la insignificancia, por lo menos simbólicamente, al inmortalizar sus marinas en su respetadísima instalación, de manera que imagino que si ellos por casualidad algún día llegasen a ver su laborioso óleo arrebatado a su destino de anonimato para ser integrado en una obra maestra, o sea, que ha alcanzado la inmortalidad, aunque sea por un camino confiscatorio, secundario y lateral, no se quejarían.
Las quince marinas, las quince pequeñeces, se muestran por fin orgullosamente, y su suma puede hacer algo grande. La contigüidad de cada una con las demás las realza a todas. El sentido de cada una se multiplica por quince. La obra de Feldmann se vuelve abismal.
Y todo esto, que no es poco, sin hablar del “comentario” sobre el mar y su inmensidad, ritmo, movimiento, grandeza y repetición, sugeridos de una manera hasta ahora nunca vista.
Ya habíamos visto a muchos artistas conceptuales “corrigiendo” o “dignificando” o interviniendo en materiales artísticos kitsch para redimirlos elevándolos a una dimensión superior, descontextualizándolos sin complejos Por ejemplo Carlos Pazos, con el repintado de escenas de ciervos en paisajes boscosos, o caballos galopando por la playa a la luz de la luna, o en asociaciones intencionadas de objetos de consumo dispares, alcanzando instalaciones de un patetismo emocionante. Lo que más me admira en Feldmann es, como he dicho, la forma tan 'descansada' con que alcanza un objetivo complejo, o tantos objetivos a la vez. Su idea, su inteligencia.
En un acogedor saloncito burgués
Aunque, claro, mi admiración no es ciega. No siempre me gusta lo que hace Feldmann. No soporto, por ejemplo, cuando le pinta la nariz roja de payaso a un caballero de traje negro y gorguera en copias de imágenes del siglo XVI o XVII. Pues ahí nos rebajamos a la gamberrada dadá, y la nariz roja me toca las narices. Y su Maja desnuda de Goya, tratada de manera que se le vean, a la altura de los pechos y las ingles, la marca de claridad que supuestamente deja el bikini al retirarse tras haber tomado mucho el sol, me parece facilona… (Aunque, pensándolo bien…)
Pero otras apropiaciones suyas, como cuando de la fotografía de una pareja elegantemente vestida recorta los rostros, de manera que quedan en fantasmales manchas blancas, son tan evocadoras y misteriosas, tan sentimentales en el mejor sentido de la palabra, nos remiten a tantas experiencias a la vez personales y comunes, que si casualmente me encontrase con Hans-Peter Feldmann por la calle creo que me sacaría el sombrero que no llevo y que me saco por muy pocas personas.
Enterado de que sus galeristas en España, Nogueras-Blanchard, exponían una pieza suya, reservé hora y fui, con mi mascarilla, a verla en la sede madrileña de doctor Fourquet, 4. Consiste en una reproducción de un caballero de Rembrandt ligeramente ultrajado --nada de narices rojas aquí, solo lo ha vuelto desasosegantemente bizco. Había otras obras de otros artistas que también merecen comentario, y además el espacio de la galería, normalmente abstracto, impersonal, ha sido decorado para darle atmósfera vivencial a esas pocas obras tan mentales, como un acogedor y refinado saloncito burgués, con muebles exquisitos. Recomiendo la visita.