Bukowski, el pornógrafo ilustrado
Anagrama edita ‘Las campanas no doblan por nadie’, una colección de los relatos que Bukowski publicó en periódicos ‘underground’ y revistas pornográficas
18 junio, 2020 00:00El lugar común, convertido desde hace mucho tiempo en la herramienta recurrente de una parte del reseñismo editorial –la crítica literaria es otra cosa– sostiene que las narraciones de Charles Bukowski (Andernach,1920-San Pedro,1994) forman parte del deslumbrante universo de la contracultura norteamericana, ese reverso del mito del sueño americano. Convendría pararse a pensar antes de asumir tal afirmación. ¿Acaso los autores que cuestionan el idealismo no participan también de la estirpe cultural de los Estados Unidos? Sin duda. Los escritores que desconfían de los principios de meritocracia, progreso y triunfo son parte del pedestal de la estatua, que se sostiene no sólo por sus luces, sino con la esencial colaboración de sus sombras. Es una cuestión estadística: por cada triunfador que emerge de la nada existen miles de perdedores que desmienten la mayor, sin anularla.
Los héroes, en efecto, sustentan su épica –y esta norma opera asimismo en el caso de los antihéroes– en la excepcionalidad que implica su ascenso hacia la cima, que puede comenzar en el fondo de un pozo. O con una frase así: “Cuando te encuentras a un hombre que no se molesta en trabar una conversación normal tienes ante ti a un tipo salvaje, a un tipo de pura cepa”. Es el caso de Bukowski, que pasó –por sus méritos individuales– de la pobreza de los apartamentos de estuco barato y las habitaciones de alquiler a una casa con césped, piscina climatizada y cochera “para desgravar impuestos”. En dicha transformación no hay nada que objetar, por supuesto: hacerse rico escribiendo es un absoluto milagro que sólo es posible en sociedades como la norteamericana, donde el arte no tiene necesariamente que distanciarse del criterio rentabilidad para ser valorado como tal. Pensar lo contrario es incurrir en un onanismo ridículo. Un artista necesita un mercado para vivir. Un escritor requiere lectores.
La abundante obra en prosa de Bukowski, que es la que lo hizo célebre en Europa, especialmente en Francia y Alemania, mientras en Estados Unidos seguía siendo un escritor sin púrpura académica, pero con un público devoto, está construida a partir de elementos autoficcionales –en sus libros no rige el pacto autobiográfico de Lejeune– que son sabiamente alterados en forma de drama, parodia, fábula surrealista o chiste, mediante instrumentos retóricos que enlazan sus libros con la tradición clásica. Es curioso que todavía se discutan en determinados ámbitos sus méritos literarios. Son evidentes y establecen un puente –con vistas al precipicio– entre dos concepciones de la literatura: el sermo humilis y la alta dicción. Una dicotomía entre la alta y la baja cultura que no es más que pura convención.
Bukowski junto a Linda Lee, su última mujer.
Basta leer a algunos escritores griegos y romanos, como Horacio, o adentrarse en la literatura medieval –Bocaccio y Rabelais– para descubrir las estrechas analogías y vinculaciones entre lo vulgar y lo excelso, entre las flores y la basura. Bukowski exploró como nadie este terreno sin dueño que es el prosaísmo. Compuso poesía sin métrica, que parece no serlo, y escribió novelas y narraciones cuya potencia radica en su extrema sinceridad, abriendo así las puertas a los lectores que –sin intermediarios– descubren en primera persona el móvil de la literatura: entretener y hacer pensar sobre sí mismos a quienes leen. Los relatos que componen Las campanas no doblan por nadie, editados en español por Anagrama, sello de referencia de Bukowski en el mercado hispanoamericano, evidencian esta pretensión.
Traducidos por Eduardo Iriarte, autor de las versiones de los abundantes poemarios que han ido publicando Visor y las difuntas editoriales La Poesía Señor Hidalgo y DVD Ediciones, este libro misceláneo está al cuidado de David Stephen Calonne, probablemente el estudioso más devoto –junto a Russell Harrison– de la literatura del escritor de Los Ángeles. Además de artículos académicos, Calonne le dedicó en 2012 una biografía –Charles Bukowski, Reaktion Books, Londres,)– que inexplicablemente continúa inédita en castellano. Con indudable inteligencia, este crítico norteamericano, que también ha explorado la herencia de la Beat Generation y de autores como Henry Miller y William Saroyan, orientó su mirada hacia los años perdidos del escritor. Bukowski antes de ser Bukowski.
El viaje hacia este pretérito ha hecho accesibles los textos de una suerte de genealogía que ofrece, en distintas recopilaciones –Fragmentos de un cuaderno manchado de vino y Ausencia de Héroe, ambos editados también por Anagrama–, los relatos y artículos que, desde los años sesenta y hasta bien entrados los ochenta, publicó en revistas literarias, periódicos independientes –léase en el sentido real del término, no en el figurado– y publicaciones de cualquier pelaje y condición, entre ellas de cabeceras para adultos o pornográficas. El saldo de este fecundo acarreo llega hasta Las campanas no doblan por nadie, donde se reúnen escritos aparecidos de revistas como Oui, Hustler Kauri, Congress, Nola Express y Los Ángeles Free Press, el periódico hágaselo usted mismo al que fueron a parar los Escritos de un viejo indecente tras su debut en el underground Open City. De esta etapa, desconocida para buena parte de los lectores recientes de Bukowski, que son casi todos, existe un estupendo análisis –inédito en castellano– firmado por Abel Debritto: Charles Bukowski. King of the Underground. From Obscurity to Literary Icon (Basingstoke, Palgrave Macmillan, 2013).
Cartel, con dibujos de Bukowski, para promocionar su libro ´Letters to a Young Poet' en el ámbiente contracultural.
Las historias de Las campanas no doblan por nadie son breves, crueles y cómicas. Puro flow. Por supuesto, muestran el particular universo de Bukowski –que empieza siempre por el mismo, espectador de la locura ajena y protagonista de la montaña rusa de su propia fortuna– a través de criaturas guiñolescas, golpeadas por el viento de la desventura, obsesionadas con el sexo y el alcohol y rebeldes frente a las convenciones sociales que reducen la existencia –esa llama que arde hasta que se extingue– a la ecuación trabajo-hipoteca-familia. La mirada es grotesca, teatral. Bukowski trabaja con materiales de desecho –sus experiencias, las vidas ajenas– y los encauza con éxito hacia los géneros narrativos más populares –tramas simples, lenguaje directo, estampas absurdas–, componiendo un divertido friso pulp cuya plasmación gráfica son las ilustraciones y los dibujos hechos por él mismo.
Bukowski bebe una cerveza en un drugstore de Los Ángeles.
El libro rezuma libertad, impertinencia y talento. No es poco si se tiene en cuenta, según la propia confesión de Bukowski, que las revistas eróticas le pagaban 60 dólares por cada “relato de mete-saca”. No es una tarifa muy distinta a la que ahora ofrecen algunas ilustres cabeceras (serias) de prensa. Quienes profesen la estúpida fe de lo políticamente correcto, especialmente las enemigas del patriarcado, o no soporten la experiencia que implica sumergirse a fondo en la verdad de la condición humana, todos aquellos, en fin, que no toleren la visión de sí mismos frente a un espejo, deben abstenerse. El resto de lectores disfrutarán. Y de paso descubrirán que hasta para escribir en revistas pornográficas, saturadas por los espejismos de la carne, escaparates de las pasiones de cintura para abajo, hace falta poseer mucha maestría. Estilo. En literatura no hay nada más difícil que trabajar con tópicos plebeyos y salir vivo.