Leonardo Padura / @JMSANCHEZPHOTO

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Letras

Leonardo Padura: "Muchas fortunas de la burguesía catalana se hicieron con el comercio de esclavos"

El escritor cubano, que prepara una novela sobre los exiliados de su generación, explica cómo ha influido Cataluña en sus libros y lamenta estar silenciado en su propio su país

4 mayo, 2020 00:10

Leonardo Padura dice sentirse en casa cuando viene a España, ya sea en Barcelona, Madrid o Sevilla, donde acudió al congreso de las academias de la Lengua Española como miembro de la cubana y honorario de las de Puerto Rico, Panamá y Costa Rica. A pesar de que dice estar cansado, su aspecto es lustroso: piel envidiable, ni rastro de ojeras ni señales de agotamiento. Mira de frente y tiene una voz firme, sin raspaduras. Ha dejado su última novela –aún por terminar– en La Habana. Confiesa que nunca ha escrito dos libros a la vez y que cuando termina el que le ocupa se pone literalmente enfermo. El hombre que amaba a los perros (Tusquets), su novela más conocida, le llevó cinco años. Rastrear datos en los archivos cubanos es toda una hazaña. Está obsesionado con la veracidad –verosimilitud, si hablamos en términos ficcionales– de lo que cuenta. Su próxima historia irá sobre la diáspora de su generación. En Sevilla se encuentra con un amigo de infancia, poeta y pintor, con el que además de saludarse efusivamente habla de béisbol. “Sé mucho de ese deporte, pero no soy buen jugador”.  

–¿El español que se habla en Andalucía se parece al de América?

–Tiene una sonoridad similar. ¿Sabe que en la Cuba del siglo XIX se hablaba andaluz? Me encanta cómo se habla aquí.

–También tiene muy bien documentada en sus libros la presencia de Cataluña en Cuba.

–Catalán no se hablaba, pero la huella es innegable. Yo lo he estudiado en  ensayos y en los reportajes de El Viaje más largo (Ned Ediciones). Cataluña también aparece, de una manera u otra, en mis novelas. La huella de aquellos catalanes y empresarios del XIX sigue viva en mi país: Bacardí, Partagás, que dejaron sus marcas, o los casos de Xifré o el padre de Güell, patrocinador Gaudí. En aquel tiempo hubo mucha emigración de catalanes a Cuba para montar negocios. Ya sabe, el espíritu fenicio. Invirtieron en ron, tabaco, azúcar y, muy especialmente en el negocio de esclavos. Con el comercio de esclavos se hicieron muchas de las grandes fortunas de la burguesía catalana.

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–¿En Cuba existe una percepción territorial de España?

–No. Nuestra experiencia sobre la regiones se debe a los que emigraron, pero se piensa en España como un todo. Los últimos emigrantes españoles procedían de Galicia y de Canarias. Lo que ha quedado es que a todos los españoles les llamamos gallegos. Si identificamos a unos y a otros es por alguna costumbre o por la gastronomía. El hábito español más arraigado en Cuba es el turrón. Los cubanos somos adictos, y no hay quien lo encuentre en la isla. Esta misma mañana he comprado cuarenta barras para mi familia y mis amigos. La dependienta me miraba alucinada.

–¿Del blando?

–Y del duro. Los clásicos. Si usted aparece con turrón en Cuba le aseguro que será muy bien recibida. (Mientras dice eso pide azúcar moreno para el café, que toma solo y corto. Fuma y retoma el hilo.) Hace poco más de cien años que nos independizamos, pero la cercanía todavía. El año que viene se celebrará el Quinto Centenario de La  Habana. Es una fecha importantísima. El acto más importante será la visita del Rey de España, que tiene un significado político y cultural muy importante para Cuba. Nadie se lo cuestiona. 

–Las aguas políticas en España están muy agitadas, sobre todo en Cataluña.

–A mí no me gusta opinar sobre la política de otros países (se queja de los clichés y los lugares comunes que también existen sobre Cuba), pero lo cierto es que, de una manera u otra, Cataluña está presente en mi obra y mi vida. Por ejemplo, le debo muchísimo a mi editorial, Tusquets. En la novela que ahora estoy terminando uno de sus protagonistas vive en Barcelona y tiene una casa en Segur de Calafell. Conozco Cataluña y he escrito ensayos que tienen que ver con su música, por ejemplo, con el origen de las habaneras, que apenas se oyen en mi tierra y sin embargo sí cuentan con aficionados en Barcelona y en Valencia.

También conozco su historia. Parte de El hombre que amaba a los perros tiene que ver con la infancia del asesino de Trotski, Ramón Mercader, que era catalán. En La transparencia del tiempo, la última novela de Mario Conde (el detective que protagoniza su exitosa saga negra) hay una historia sobre una virgen robada que es como la de Monserrat, una virgen negra, aunque también existe una virgen de Regla en Chipiona (sonríe). Me gusta Cataluña y España. Cuando me preguntan dónde viviría si me fuera de la Habana siempre nombro algunas ciudades del mundo y una española, ya sea Barcelona, Madrid o Sevilla. Ahora me he empeñado en escribir sobre la Cuba de la diáspora, que también es, en parte, mía, aunque yo no me haya ido. 

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–Cuando le preguntan cómo está Cuba, ¿qué dice?

–En el ámbito profesional, estoy bien. Soy afortunado por poder seguir escribiendo y que mis libros interesen. Tengo a mi mujer, a mis amigos. Mis insatisfacciones tienen que ver con la falta de visibilidad que tengo en Cuba. En mi país alguien ha decidido que mis libros circulen poco y no salga en los periódicos. Cuando me dieron el Premio Príncipe de Asturias no se publicó ni una línea. Poco después recibí el Doctorado Honoris Causa de la Universidad Nacional de México, la más importante de América latina. Era el segundo cubano en recibir esa distinción en cien años. Tampoco se publicó nada, ni una palabra. Así que no puedo evitar pensar que alguien (da énfasis a su tono de voz, como un entrecomillado) está empeñado en que los cubanos no lean a este escritor cubano. Afortunadamente, mi editorial está en España y tengo traductores en medio mundo. Me publican todo: cuentos, ensayos, colaboraciones periodísticas. Y sé que, a pesar de todo, me leen gracias a préstamos de gente de fuera y al pirateo. Me apena, pero no me paraliza.

–Usted se ha quedado en Cuba. ¿Le cuesta cambiar o, a pesar de todo, es leal.

–Soy fiel de siempre: mis amigos son mis amigos, mis amores son mis amores y mis pertenencias son mis pertenencias, lo cual no quiere decir que no tenga una relación crítica con amigos, amores y pertenencias. Yo me peleo con mis amigos, con mi mujer o con Cuba. Me bronqueo muchísimo con La Habana, pero son peleas pasajeras.

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–Lo que nos contaron del comunismo era mentira, ¿Era verdad lo que nos dijeron del capitalismo?

–(Ríe, francamente) Esa frase es muy afortunada, porque realmente del comunismo se dijeron muchas mentiras y muchas verdades. Del capitalismo, a pesar de haberse impuesto como sistema, está devorando al hombre. Esta es la manera que tiene de crecer. Nosotros hemos chanceado con esa verdad que, por otro lado es dramática: de estudiantes, hablando de la Historia, decíamos: “Con el socialismo no se sabe qué pasado te espera”. A la asignatura de Teoría Económica del Socialismo la llamábamos Ciencia Ficción. 

–Usted pertenece a varias academias de la lengua. ¿Se imagina a su personaje Mario Conde diciendo miembra?

–¡Uy, Mario! Él es un tipo políticamente incorrecto. Ésta es su esencia y gracias a ella  puede hacer lo que hace y conecta con lectores de todo el mundo. Yo estoy de acuerdo con el lenguaje inclusivo. Durante muchos años las normas lingüísticas las han hecho los hombres. Las mujeres están en su derecho de pedir inclusión siempre y cuando no vayan en contra las leyes de la gramática. Las academias suelen ser conservadoras y les cuesta trabajo aceptar los cambios, aunque también le digo que este es el momento más liberal que han vivido nunca.  

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–En su última novela Conde parecía estar muy cansado. ¿No tendrá la tentación de cargárselo o de hacer que se ponga enfermo, como hizo Mankell con Wallander?  

–No, lo que pasa es que cumple sesenta años y tiene que envejecer conmigo. La sociedad cubana cambia y él también. Yo reflejo mi edad a través de Mario Conde. Él tiene peor vida que yo: bebe, come mal. Yo estoy obligado a llevar una vida ordenada por mí y por él. Si no me cuidara no podría hacer lo que hago. Si yo me emborrachara como Conde no podría hacer un carajo. Me encantaría ser igual de irresponsable y bruto, pero, salvo en esto, en lo demás nos parecemos. Los artistas tenemos una vida corta, igual que los deportistas. Hay escritores que insisten en publicar y, ¡uf! (se tapa la cara), no voy a dar nombres, pero alguien debería habérselo impedido.

–O sea,  que no lo veremos morir a Conde.

–No. No mataré a Mario Conde, aunque antes de que desparezca pienso escribir su última novela en primera persona, para que se despida él.

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–La novela negra social está viviendo un gran momento. Aparte de su amistad con Vázquez Montalbán, ¿trata a autores como Camirelli, Márkaris o Fred Vargas?

–Estuve a punto de conocer a Camirelli: quedamos en Roma pero ese día no se encontraba bien y fue imposible. A Márkaris lo trato mucho. Es amigo y nos vemos en muchos sitios. Y a Manolo le quise, fue mi amigo y le ayudé cuando escribió Y Dios entró en la Habana, su libro sobre la histórica visita del Papa a la Cuba de Fidel.

–Tendrá un libro favorito de Vázquez Montalbán.

Asesinato en el Comité Central. Es una obra que se burla de todas las ortodoxias de manera deliciosa (Ríe) 

–Si Conde necesitara un compañero de fatigas a cuál escogería?

–A Philip Marlowe. Me encantaría recrear La Habana de los años cuarenta con Marlowe y, luego, Mario Conde, en el presente, siguiendo la investigación. Me gustaría mucho escribir una historia así. (Hace el gesto de anotarlo)  

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–Creo que le gusta mucho Alejo Carpentier.

–Es uno de los más grandes y uno de los padres del boom latinoamericano. Igual que Miguel Ángel Asturias o Borges. Tengo enormes diferencias estilísticas con Carpentier, que es puro barroco, Mi estilo es más seco y directo, pero lo admiro. A partir de él vinieron los cuatro grandes: Vargas Llosa, Cortázar, Carlos Fuentes y García Márquez. Carpentier es el origen de todo. 

–Usted defiende la idea de una literatura panamericana. Ha pasado mucho tiempo del boom ¿Alguno de aquellos autores fue sobrevalorado o ha envejecido mal? 

–Aún no tenemos distancia para saberlo. Será una cuestión del tiempo. Los grandes nombres van a estar siempre ahí. Fíjese que he nombrado algunos y he olvidado otros , también grandísimos, como Donoso o Cabrera Infante. Se reeditan y los leemos fascinados.

–No me ha nombrado a ningún poeta.

–Soy mal lector de poesía. Leo a mis amigos y a los clásicos contemporáneos: Lorca, Neruda, Vallejo. En los clásicos antiguos busco ideas en Góngora, Quevedo o Sor Juana Inés de la Cruz.

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–Mario Conde se busca la vida revendiendo libros antiguos. En La Habana  siempre se espera encontrar alguna joya en el mercadillo de Plaza de Armas.

–Eso me apena mucho. Imagine que un detective, en estos tiempos, no tiene nada fácil buscarse la vida. De Cuba han salido muchos libros, incluidas bibliotecas magníficas, porque la gente ha tenido que venderlos para comer. Nos hemos desprendido del patrimonio cultural del país. Y eso es muy triste.

–¿Cómo ve el mundo de las ideas y de la literatura en la era digital?

–Es una revolución que lo cambia todo. Cuando se inventa la imprenta el noventa por ciento de la humanidad era analfabeta. La imprenta expandió el conocimiento y la situó la lectura al alcance de todos. Ahora vivimos otra revolución que se está llevando por delante muchas cosas, como el periodismo, no estaba preparado para esto y no va a sobrevivir. Por otra parte, lo digital ha puesto en circulación el conocimiento de forma  inimaginable, y eso es bueno, aunque también en una especie de plataforma de estriptís, al estilo del Medio Oeste, donde todos los borrachos van a ver mujeres desnudas y les ponen en las braguitas billetes de a dólar.

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–¿Nos estamos perdiendo buenos autores cubanos? Podría recomendar alguno.

–A los mejores sí se les conoce: Eliseo Diego, Virgilio Piñar, Abilio Estevez o Jesús Díaz. Lo que hace falta es que las editoriales de España apuesten por los jóvenes. Y es una difícil misión, créame. 

–¿Mujeres?

–Las tres más importantes narradoras de Cuba de la generación siguiente a la mía son Carla Suarez, Wendy Guerra y Ana Lucía Portela.

–¿Verán Mario Conde y Leonardo Padura elecciones libres en Cuba?

–¡Ay, no lo sé! Nuestros sistema de elecciones es piramidal, ya sabe. A los altos cargos los elige una élite que se supone ha sido votada desde abajo. O sea, que elecciones homologadas, de las que usted me habla, no tengo ni la menor idea si lo veré mañana, pasado o nunca. Ojalá.