Kusturica, cuentos desmesurados
El director de cine y músico serbio, nacionalizado francés hace un lustro, nos descubre el cosmos íntimo de su infancia en 'Forastero en el matrimonio y otros cuentos'
26 marzo, 2020 00:00Si la patria es la infancia, según Rilke, los relatos recién publicados de Emir Kusturica sirven, sin ninguna duda, para entender mejor a este artista nacido bosnio, que se considera serbio y se ha nacionalizado francés. El día que le dieron la Palma de Oro en Cannes, uno de los primeros galardones de su exitosa carrera cinematográfica, un amigo de la infancia –embarcado en alta mar y que tan solo acertó a oír mencionar su nombre por la radio– creyó que lo habían metido directamente en la cárcel. No hubiera sido extraño: Kusturica siempre alardea de haber sido criado para ser un esmerado delincuente, sólo que, gracias a su obstinación, le torció el brazo al destino y se convirtió en director de cine, músico, escritor y hasta arquitecto. Todo ello marcado por una incontestable desmesura artística a la que hay que añadir un carácter formidable. Si existe un personaje polémico y bravucón en la literatura y el cine europeo, ése es él. Tanto como para hacer que Houellebecq y Peter Handke parezcan prudentes.
Kusturica acostumbra a ser feroz en sus afirmaciones y tan apasionado como su música, aunque no siempre tan festivo. Pisa todos los callos y se lanza a todos los charcos, algunos con final feliz, como demuestran los galardones que ha conseguido a lo largo de su trayectoria, con fobias y filias escandalosas a excepción, tal vez, de los documentales que ha dedicado a Maradona y a José Mujica, dos personajes distintos que dice admirar sin fisuras. Tampoco han sido discretas ni han estado exentas de polémicas sus relaciones internacionales: defendió la postura de Putin cuando apoyó a los secesionistas de Ucrania y salió en defensa de Handke cuando algunos intelectuales exigían que no se le concediera el Nobel, otorgado el pasado año, por su posición en la guerra de los Balcanes y su asistencia al funeral de Milosevic. Handke recogió su premio en Estocolmo sin decir ni una palabra de más, al contrario de lo que suele hacer Kusturica, que encadena una bronca con otra y encuentra siempre un objeto sobre el que proyectar su ira o utilizar su afilada lengua.
Forastero en el matrimonio, Emir Kusturica / ACANTILADO
El director de cine conoció las mieles del éxito desde su primer corto, Guernica, rodado como trabajo de fin de estudios en la prestigiosa Escuela de Cine de Praga, y premiado en el no menos célebre festival de Karlovy Vary. Estudió gracias al sacrificio económico de sus padres, que no disfrutaron de las becas ni otras ventajas que el régimen de Tito condecía en la exYugoslavia a los militantes fieles. Y sin embargo, tras la dolorosa fractura de su país y la sangría atroz de la guerra de los Balcanes, Kusturica, que se ha convertido al cristianismo ortodoxo, dice entender al mariscal yugoslavo, que logró una cierta independencia del Pacto de Varsovia y mantener la unidad, efímera según se ha visto después, de unos pueblos que, tras su muerte, se masacraron. Ya entonces demostró tener poso literario y una vena sarcástica inagotable. Kusturica admiraba, sobre todo, a los gitanos de su barrio, en los que encontró una válvula de liberación frente a un ambiente en el que las miserias de cada día no se nombraban y, sin embargo, su padre y sus vecinos eran capaces de discutir horas sobre asuntos abstractos o lejanos cómo, por ejemplo, el excedente agrícola de la URSS o la crisis soviética con China.
Una realidad tan chocante terminaría configurando una visión desorbitada de la vida, donde la exageración lo impregna todo. Desde su arquitectura –Kusturica diseñó en piedra la ciudad de Andrigrad, dedicada al Nobel yugoslavo Ivo Andric, o la ciudadela Drbengrad (ciudad de madera), premio europeo de arquitectura Phillipe Rotthier en 2005– a su cine, sin olvidarnos de producción literaria, que nos llega ahora bajo la forma de un libro de narraciones breves que acaba de editar Acantilado con traducción de Nicole D’ Amoville Alegría: Forastero en el matrimonio y otros cuentos. El libro bebe de la misma fuente que algunas de sus películas, como Papá está en viaje de negocios y Gato negro, gato blanco, dos de sus filmes más vistos. Reúne un total de seis relatos donde lo onírico se nos presenta como verosímil y la realidad es retratada como un esperpento.
Los protagonistas de estos cuentos, que Kusturica escribió hace ahora cinco años, viviendo en París, son adolescentes –entre púberes y jóvenes– que descubren la vida en medio de una absoluta brutalidad y jerarquización política . El que protagoniza el relato que da título a la colección, por ejemplo, es un delincuente que se inicia en el sexo, aunque él lo llama amor, y en las drogas y el pillaje, aunque él lo llama supervivencia. Otros cuentos presentan historias íntimas, como las relaciones de una pareja que jamás se dice la verdad.
En todos ellos se percibe el peso de la opresión ambiental, que se cuela por las ventanas y los huecos de casas mal hechas y frías. Su crudeza recuerda a un clásico de las letras centroeuropeas, El buen soldado Svejk, la novela satírica inacabada del checo Hasek. Igual que los niños españoles han crecido con la figura de El Quijote, esta obra de aventuras, escrita entre 1921 y 1922, marcó la enseñanza de varias generaciones de niños al otro lado del antiguo Telón de Acero. Su huella resulta reconocible en estos cuentos de Kusturica, tiernos y a la vez brutales, deslumbrantes en su ejecución, donde el director de cine muestra una personalidad arrolladora y brutalmente desinhibida. En ellos está condensado el cosmos en el que creció este serbio-bosnio, devoto de la forma de vida libre e independiente de los gitanos. La muerte y la vida, lo íntimo y lo público, todo mezclado en una misma danza como las de sus memorables bandas sonoras que, antes de convertirse en enemigos irreconciliables, grababa con otro hijo de los Balcanes: Goran Bregovic.