La vanguardia de la risa / DANIEL ROSELL

La vanguardia de la risa / DANIEL ROSELL

Letras

La vanguardia de la risa

El humor vivió en España su época dorada a principios del siglo XX, cuando 'el otro Grupo del 27’ renovó la viñeta y el teatro desde postulados rupturistas

8 febrero, 2020 00:05

A la vez que abrieron un espacio nuevo para el arte, las vanguardias enarbolaron una catarsis lúdica, una nueva forma de humor que atizaron en el corazón de Europa los futuristas y los dadaístas, y que encontró su réplica en algunos de los escritores y los dibujantes gráficos españoles que desarrollaron su obra en las primeras décadas del siglo XX. Entre ellos, el disparate eligió un carril más universal, más intelectual, no tan ligado al resultado repentino de la carcajada. Se trataba de concederle a la gracia más cilindrada que el simple relámpago de la risa. Les interesaba la gimnasia del absurdo y de la paradoja porque introducía desorden en la realidad, a modo de ariete contra lo establecido.

En esa apuesta por la risa como desacuerdo con la realidad se situaron los autores alistados de primera hora en publicaciones periódicas como Buen Humor y Gutiérrez, pero que llegaron a transitar también por la poesía, el teatro, la novela, el cine, las viñetas y las historietas gráficas. Al igual que los movimientos de vanguardia se dieron a conocer a través de proclamas y manifiestos en las revistas, ellos hicieron de estos papeles su medio de expresión, dinamitando el púlpito de la alta cultura para llevar su producción a los quioscos del barrio. Son los humoristas del 27, instalados en el centro de la diana de las novedades editoriales por el aluvión de rescates, inéditos y biografías que han visto la luz en fechas muy recientes. 

Así ha sucedido con los relatos publicados en Buen Humor y los prólogos de las piezas teatrales de Enrique Jardiel Poncela (Las infamias de un vizconde y Estrenos y batallas campales, ambos en Espuela de Plata); la novela de José López Rubio, Roque Six, publicada originalmente en 1927 y rescatada hace dos años por el sello sevillano Barrett; la biografía Tono, un humorista de la vanguardia (2019), firmada para la editorial Renacimiento por Gema Fernández-Hoya, Felipe Cabrerizo y Santiago Aguilar; y el estudio que estos dos últimos autores acaban de dedicar en Cátedra a la revista La Codorniz, acaso el último acto de servicio de esta tropa de alocados (y burgueses) creadores al humor español en el siglo XX.    

Charles Chaplin, caracterizado de ‘Charlot’, y Edgar Neville, fotografiados  en Hollywood en 1928

Charles Chaplin, caracterizado de ‘Charlot’, y Edgar Neville, fotografiados  en Hollywood en 1928

Pero, ¿por qué los humoristas del 27? ¿Quiénes eran? ¿Qué los caracterizó? José López Rubio leyó el 5 de junio de 1983, con el título La otra Generación del 27, su discurso de ingreso en la Real Academia Española. “Esta Generación del 27 fue coincidiendo, casi cronometricamente, no sólo en aficiones y afinidades, sino también en los mismos lugares, por sus mismos pasos contados, en las semejantes formas de una vocación literaria que sabe de antemano que el trecho no es corto ni fácil; que va cuesta arriba y que es preciso hacer provisiones de alegría para la jornada”, sostuvo el escritor granadino, por entonces el único superviviente (“No me gusta el verbo sobrevivir. Tiene demasiado de postrimería y poco de novísimo“) de aquella hornada.  

En su intervención, López Rubio haría suyas las palabras de Pedro Laín Entralgo, quien había fijado antes que “hay una Generación del 27, la de los poetas, y otra generación del 27, la de los renovadores –los creadores más bien– del humor contemporáneo”. Ambos coincidían a la hora de enumerar a sus integrantes. A saber, Antonio de Lara, Tono (1896-1978), Edgar Neville (1899-1967), Enrique Jardiel Poncela (1901-1952), Miguel Mihura (1903-1977) y el propio José López Rubio (1903-1996). A esta infantería se podrían añadir los nombres de Antonio Joaquín Robles, Antoniorrobles (1895-1983); Romà Bonet i Sintes, Bon (1896-1967); Ricardo García López, K-Hito (1890-1984); y Andrés Martínez de León (1895-1978), entre otros. 

Los del quinteto indiscutible compartieron el signo de una vida acomodada. Todos nacieron en el seno de la burguesía –incluso de la aristocracia, como Neville–. Alcanzaron en el propio universo familiar los primeros contactos con el mundo de las letras, del periodismo y del espectáculo. Neville, conde de Berlanga del Duero, tenía a sus espaldas linaje y dinero, algún familiar excéntrico y un automóvil desde la primera juventud. La madre de Jardiel era pintora y su padre, periodista y autor teatral. Mihura abrió los ojos a la vida desde el camerino de su padre, actor, autor y empresario teatral. López Rubio, criado en la alta burguesía granadina, quizá heredó de su padre la afición al teatro, a los toros, a los viajes y a la buena vida. De Tono se sabe que era hijo de un oficial del Ministerio de Hacienda

De este movimiento parece claro que fue heraldo e inspiración Ramón Gómez de la Serna (1888-1963), atrincherado de forma habitual entre la niebla de los espejos del madrileño café Pombo. Él fue, al mismo tiempo, el representante del vanguardismo en España –publicó las proclamas futuristas de Marinetti en la revista Prometeo y organizó en marzo de 1915 una de las primeras exposiciones cubistas en Madrid con el título Exposición de pintores íntegros– y un ejemplo sobresaliente de humorista. Así, concibió el disparate y la paradoja como una propuesta subversiva frente a la rutina y, en este sentido, era puramente vanguardista. Ésa es la gran lección que Gómez de la Serna dejó a los jóvenes humoristas.  

Portada de la revista Gutiérrez, con una viñeta de Antonio de Lara, Tono

Portada de la revista Gutiérrez, con una viñeta de Antonio de Lara, Tono

Y este magisterio siempre le fue reconocido. Neville escribió con admiración en el artículo El buque nodriza: “Sus greguerías fueron el clarín alegre que nos llamó al combate y el campamento de esta legión fue el café Pombo, y allí aprendimos a discernir mejor sobre los valores estéticos y literarios del pasado y del presente”. Por su parte, Jardiel Poncela reconoció que “sin Ramón, muchos de nosotros no seríamos nada. Lo que el público no pudo digerir entonces de Ramón, se lo dimos nosotros masticado y lo aceptó sin pestañear siquiera” Según Mihura, el humor español contemporáneo tuvo su big bang en Gómez de la Serna, Julio Camba y Wenceslao Fernández Flórez: “Son tres maestros; en ellos comprendemos que lo cómico está desfasado y vamos a hacer ese humor más inteligente”. 

Por otro lado, esta generación tomó ventaja de un clima intelectual favorable al humor. Por ejemplo, el escritor y crítico de arte José Francés dio forma desde Madrid a partir de 1917 a los Salones de Humoristas, evento de carácter anual alrededor de la caricatura y lo caricaturesco. Por su parte, José Ortega y Gasset identificaba en La deshumanización del arte (1925) la comicidad como un rasgo propio de las estéticas transgresoras. “La nueva inspiración es siempre, indefectiblemente, cómica (…) El artista de ahora nos invita a que contemplemos un arte que es una broma, que es, esencialmente, burla de sí mismo. Porque en esto radica la comicidad de esta inspiración. En vez de reírse de alguien o algo determinado –sin víctima no hay comedia–, el arte nuevo ridiculiza al arte”.   

También les definió una clara apuesta por los mass media. La prolijidad inventiva de estos autores anidó en revistas donde desarrollaron los ángulos de aquel humorismo inaugural que buscaba ser un espejo irónico de la realidad. A su vez, lograron billete de primera clase en el mundo del cinematógrafo: arribaron a Hollywood –primero Neville, quien incorporó a Tono, López Rubio y Jardiel, quedándose fuera Mihura por enfermedad– para realizar las versiones españolas de las películas de éxito e ingresaron, por distintas y alocadas coincidencias, en el círculo de amistades de Charles Chaplin. Scott Fitzgerald llegó a decir del domicilio del famoso cómico que era “la casa de España”.  

La aventura americana marcó, sin duda, a todo el grupo. A ella se refirieron en narraciones –la segunda parte de Don Clorato de Potasa, de Neville–, comedias –El amor sólo dura dos mil metros, de Jardiel– e innumerables artículos periodísticos, y fueron, por tal motivo, entrevistados muchos años después, cuando aquello parecía sólo un sueño. Pero, además, su paso por la industria del entretenimiento les dejó la fórmula del éxito. “Hollywood era una buena academia para conocer los gustos del público, los resortes y efectos del diálogo, la invención de un argumento, la economía de la acción, el ritmo de una comedia, incluso el ajuste de un papel a un actor o una actriz”, apunta José María Torrijos en su edición de las cartas y los discursos de López Rubio (Centro de Documentación Teatral, Inaem, 2003). 

Fernando Fernán-Gómez y Miguel Mihura fuman un cigarrillo durante el rodaje de Un marido de ida y vuelta.

Fernando Fernán-Gómez y Miguel Mihura fuman un cigarrillo durante el rodaje de Un marido de ida y vuelta.

De vuelta a España, estos autores del otro 27 se encontraron una República que se disolvía o, directamente, un país en llamas. En líneas generales, la Guerra Civil les afiló el lado burgués y conservador, aunque no tardarían en instalarse de nuevo en el cuadrilátero del humor a través de revistas como La Ametralladora (publicación dedicada al humor gráfico y la sátira impulsada desde las filas sublevadas) y, ya posteriormente, La Codorniz, donde su fundador, Miguel Mihura, promovió el absurdo bajo la vigilancia de la censura como vía de escape a la traumática situación de España, cauterizada a sangre y fuego por los vencedores, destruida y empobrecida y con poquísimos motivos para la sonrisa. 

Terminada la contienda, les llegó a plazos el éxito teatral. Jardiel Poncela alcanzó su cima con Eloísa está debajo de un almendro (1940). Tono logró el aplauso en solitario con Rebeco (1944). López Rubio conoció el triunfo con Celos del aire (1950), como hizo Neville dos años después con El baile, mientras que, con casi veinte años de retraso desde su redacción, le tocó el turno a Mihura con Tres sombreros de copa (1952). Salían a escena caballeros maniáticos, señoras despistadas, sabios mayordomos, asuntos inverosímiles y, por fin, en los teatros se escuchaban unos textos impecablemente escritos, comedias minuciosamente construidas. 

Nunca antes la comedia española se volvió tan cosmopolita como con los escritores de este grupo. Y, sin embargo, Jardiel vivió en propia carne la injusta crítica. Y Mihura, el desaliento y la claudicación de sus principios humorísticos (en el teatro y en La Codorniz). Neville y López Rubio, menos atrevidos y más escrupulosos, sortearían –no siempre con éxito– la afilada tijera de la censura, mientras que las piezas teatrales de Tono se adentrarían en la indiferencia. Con el paso de los años y el giro en los gustos del público empezaron a quedarse atrás. Además, irrumpían ya con nuevos aires Buero Vallejo, Sastre, Nieva, Romero Esteo… “Fue nuestra generación una verdadera generación precursora, pues todavía se están riendo de nosotros”, confesaría Tono a modo de epitafio.