Erratas y desamores
Hace quince años un antiguo novio me regaló un libro. Era un libro un poco denso para alguien no acostumbrado a leer filosofía, como yo, y probablemente le dije que me lo había leído y que me gustó, aunque no puedo asegurar que sea cierto.
Dicho libro me ha acompañado todos estos años, viajando conmigo por diferentes casas y estanterías, pero no fue hasta esta semana, después de leer en el periódico que había fallecido el reconocido pensador y ensayista George Steiner, que volví a recordar su existencia. Tuve una especie de flash: ¡era el autor de ese libro olvidado en mi cuarto! Corrí a buscarlo inmediatamente, empujada por la nostalgia que suele despertar el recuerdo de un antiguo amor: se titulaba Errata. ¿De qué iba?, ¿Por qué me lo habría regalado mi ex?, y ¿por qué no sabía nada de Steiner?
George Steiner nació en París en 1929, en el seno de una familia judía recién emigrada de Viena: “Un odio a los judíos sistemático y doctrinal hervía y apestaba bajo las brillantes liberalidades de la cultura vienesa. El mundo de Freud, Mahler, Wittgenstein era también el del alcalde Lueger, el modelo de Hitler”, leo en mi amarillento ejemplar del Errata, una vida a examen (primera edición en catalán, de Proa, 1999).
Publicado en 1974, cuando tenía 45 años, Errata es su libro más personal: Steiner hace un repaso de sus vivencias personales y una reflexión sobre las cuestiones que le preocupan: el sentido del judaísmo, su formación alemano-francesa-americana, la relación entre cultura y democracia, haciendo referencia a la obra de los grandes filósofos y pensadores.
Releyendo sus páginas --algunas me sonaban vagamente-- imaginé por qué me lo debió regalar mi ex. A los 25 años estaba obsesionada con entender la cultura judía. Me fascinaba, y me sigue fascinando, el sentido del humor judío. Por esa época viví una temporada en Nueva York y me pasaba las noches yendo de fiesta en fiesta. Cuando de pronto había una en que me lo pasaba genial, conectaba con la gente y me reía, solía resultar que era una fiesta organizada por alguna comunidad judía (entiéndase secular-liberal): de Ucrania, de Curazao, de Connecticut …
No obstante, mi “química” con el humor judío venía de antes: con 14 años, en unos campamentos de verano, me hice amiga de una chica judía de Orlando, Florida, a quien se lo ocurrió montar un debate sobre por qué sus padres no la dejaban tener citas con chicos no-judíos cuando se suponía que eran liberales. Y se lió una gorda: al debate se sumaron los profesores y la polémica acabó llegando hasta el despacho del director. Para una adolescente de Barcelona, se trataba de un tema muy lejano, pero despertó mi curiosidad.
Mi interés por entender lo que implica ser judío ha vuelto a revivir en los últimos meses mientras veía la serie La Maravillosa Sra. Maisel, un divertido retrato de una familia judía acomodada en el Manhattan de finales de los 50, que ha conseguido hacerme llorar de risa. También ha conseguido que reflexionara sobre el empoderamiento de la mujer sin tener que recurrir a escenas de violencia o drama: la señora Maisel es una mujer joven que decide divorciarse de su marido cuando éste le engaña con la secretaria y emprender una carrera como monologuista en solitario. El humor me parece mucho más eficiente que el drama.
Steiner, como probablemente hicieran los padres de la señora Maisel, emigraron a Nueva York huyendo del antisemitismo en Europa. Fue alumno del Liceo Francés de Manhattan y después estudió Literatura en Harvard y Oxford. Siguiendo los consejos de su padre, se hizo profesor. “Yo tenía que ser un profesor y un auténtico erudito. En este último punto, lo decepcioné”, escribe en Errata, tratando de entender por qué esa exaltación del profesor por parte de su padre, un importante abogado e inversor que lo llevaba cada sábado a un museo, y que no quiso que su hijo tuviera la misma profesión que él. “Preferiría que no supieras la diferencia entre un bono y una acción”, le dijo.
Según Steiner, su padre prefería un profesor a un artista, escritor o músico, “por esa preferencia instintiva por la enseñanza y el aprendizaje, por el descubrimiento y la transmisión de la verdad”, inherente al carácter judío. “Como el islam, el judaísmo es iconoclasta. Tiene miedo de la imagen, desconfía de la metáfora.” Por eso, añade, “ha producido grandes maestros del cine, pero no se encuentra del todo cómodo con la poética de la invención literaria, es decir, con la “falsedad” o la ficción, con el acto de rivalizar con el Dios creador, inherente al arte”.
Rescatar el Errata de mi mesita de noche, por otro lado, me ha despertado una pregunta existencial: ¿por qué mi ex y yo ya no somos amigos? Al fin y al cabo, compartimos muchas vivencias e intereses en su momento. Y entonces Steiner me ha dado la respuesta. En un libro posterior, Fragmentos (Editorial Siruela), el autor llega a la conclusión de que el amor de pareja y el amor de amigos no solo son incompatibles, sino que la amistad es homicida del amor.
La amistad, según Steiner, puede interpretarse como una crítica del amor. “Puede hacer caso omiso de los anárquicos imperativos de la sensualidad, de las demandas y las desazones del sexo. …Nos entregamos a la amistad sin necesidad de beneficios ni de las gratificaciones implícitas en lo erótico. La amistad puede definirse como el acto gratuito, pero profundamente significativo, de quienes están 'en libertad'”.
En cambio, en el matrimonio, en cualquier experiencia erótica prolongada, “la amistad puede resultar fatal. Los amantes no son amigos ... El calendario del amor se ve interrumpido por brotes de repugnancia, por acres discusiones, por un aburrimiento y una indiferencia a veces inexplicables y abruptos (…). “La mayoría de los matrimonios, la mayoría de las relaciones amorosas, logra perdurar gracias a un rosario de reconciliaciones, no siempre veraces”.