Pues cómprate un mono
Sobre el nuevo Modiano y dos libros de Margo Glanz y Jesús Marchamalo
17 noviembre, 2019 00:00He estado escuchando en RTF una entrevista con Patrick Modiano a propósito de su nueva novela, Tinta simpática, que acaba de aparecer o se publicará dentro de pocos días. La trama habla de un joven aprendiz de detective que tiene que encontrar a una bella y misteriosa desconocida, el conocido territorio narrativo Modiano, tan confortable para sus seguidores.
Hablando sobre la escritura de ficción, decía que hay que dejar silencios, no hay que ser exhaustivo, hay que sugerir, para dejar espacio al lector, que en cierta forma es coautor de la obra, en vez de imponerse a él como un dictador. A propósito del título, Tinta simpática, comentaba que el fondo de la memoria es el olvido, y sobre él aparecen pedazos, migajas, que son los recuerdos, como las palabras escritas con tinta simpática pueden aparecer aplicándoles un producto químico o determinada luz. Pero los recuerdos, dice, no hay que forzarlos, no hay que provocarlos, porque entonces se escapan y ya no sabes si son auténticos o falsos. “Los recuerdos son como las nubes que pasan, ¡solo piden desaparecer!”.
A propósito de esto, recuerdo que en julio de 2018 publiqué aquí mismo un comentario sobre Recuerdos dormidos, que entonces era su última novela, y señalé que en sus primeras páginas, como para calentar motores, fingía adscribirse a un género literario inventado por Joe Brainard con Me acuerdo: una serie de imágenes del pasado expuestas sucintamente, “harapos de la memoria sin pretensiones de más sistema o rigor que la casualidad y realzados por el encanto misterioso de los pecios reunidos del naufragio que de alguna manera definan, rescaten la vida del autor, al fin y al cabo parecida a la de un lector o muchos...” En la edición española de este libro cuenta Paul Auster que “es uno de los pocos libros totalmente originales que yo haya leído nunca”. Aquí, algunas de las cosas de las que acordaba Mainard:
“Me acuerdo de los sonidos de las retransmisiones de béisbol que llegaban desde el garaje los sábados por la tarde.
Me acuerdo de un gran níspero.
Me acuerdo del silencio que se hizo en el restaurante Maxim’s cuando apareció Gary Cooper vestido con un ‘smoking’ blanco.
Me acuerdo de los uniformes de los alemanes, me acuerdo de los refugiados.
Me acuerdo de que Fellini me llamaba Snaporaz.
Me acuerdo de una noche de verano con olor a lluvia.”
A este nuevo género memorialístico, fragmentario, capaz de hacer resonar de una forma alucinante los recuerdos del propio lector, este género de grandes posibilidades líricas, cuya regla principal es comenzar siempre con las palabras “Me acuerdo”, se han ido apuntando varios autores, cada uno modulándolo a su gusto. En mi artículo del año pasado citaba naturalmente a Georges Perec y su “Me acuerdo”. Como no tengo a mano la edición española, improviso ahora mismo una traducción de unas cuantas anotaciones:
“1
Me acuerdo de las cenas en la gran mesa de la panadería. Sopa de leche en invierno, sopas de vino en verano.
2
Me acuerdo de los golpes con la regla de hierro en los dedos.
3
Me acuerdo de las vacunaciones colectivas.
4
Me acuerdo de los desfiles del 8 de mayo, del 14 de julio, del 11 de noviembre... de aquellas fiestas de pueblo.
6
Me acuerdo del anuncio de la muerte de Brassens.
8
Me acuerdo de la primera aspiradora, qué alegría la primera vez.
9
Me acuerdo de: «pelo largo, ideas cortas».
12
Me acuerdo de «un pequeño paso para el hombre, pero un gran paso para la Humanidad».
14
Me acuerdo de la tele en blanco y negro.”
Etcétera. En mi artículo apuntaba también el delicioso documental, luego transcrito a libro, donde Marcello Mastroianni desgranaba algunos recuerdos y anécdotas que vivió en el cine bajo el título, precisamente, de Mi ricordo, sì, io mi ricordo. “Mi ricordo…”, empezaba siempre Marcello, con aquella sonrisa suya, entre tímida, pillastre y seductora.
Pero no mencioné, porque no lo conocía, el libro de la escritora mexicana Margo Glantz Yo también me acuerdo, que conculca un poco una norma no escrita del género, que es la brevedad. Son casi cuatrocientas páginas, se acuerda Margo de muchas cosas, quizá demasiadas.
Además se nota demasiado que a ratos utiliza la fórmula mántrica del Me acuerdo como recurso para apuntar experiencias, pensamientos u observaciones del momento. O para denunciar hechos que le parecen injusticias. No obstante el libro es estupendo. Citaré un poco al azar. Hay por ejemplo unas páginas sobre París:
“Me acuerdo de que en el bar de la brasserie Lipp donde solía cenar Sartre hay un gran retrato de Jean Louis Belmondo, le sobran dientes”.
(Este recuerdo de Margo Glantz no me gusta especialmente pero igualmente cumple su función, al provocar mis propios recuerdos sobre Lipp y sobre los dos personajes mencionados. Si es verdad, como dice Modiano, que el lector es coautor del libro, los de esta clase son eternos, no se podría leer ni hacer nada más en la vida, se quedaría uno atascado durante horas a cada “Me acuerdo”)
“Me acuerdo de mi queridísimo amigo Phillippito Ollé Laprune.
Me acuerdo de otro anuncio: ¿Te atreverías a cambiar de look? Ponte fleco unisex.
Me acuerdo de un día importante en mi vida que dejó de serlo. ¿A quién le importa?”
Es tentadora la idea de sumarse como un eslabón más a la cadena, la idea de abrir un cuaderno nuevo e ir anotando en él los “Me acuerdo”; pero creo que para esto es preciso ser un poco poeta, tener mucho oído musical, calibrar con exactitud la parte del silencio.
Comentando este asunto con unos amigos me entero de que Jesús Marchamalo, escritor muy conocido por sus trabajos en programas culturales de Radio Nacional de España, acaba de publicar también un libro titulado Me acuerdo, del que me citan tres frases que me hacen pensar que el libro tiene que ser magnífico. Cuando vuelva me lo pienso comprar:
“Me acuerdo de las calcomanías.
Me acuerdo de cuando nos sabíamos los teléfonos de memoria.
Me acuerdo de que cuando decías “Mamá, me aburro”, te respondían siempre: “Pues cómprate un mono”.