Jardines y sagas empresariales (7)
Desde 'El jardín del placer' hasta 'El Jardín latino'; de Le Notre a Forestier; la Barcelona de Cambó, del jardín aéreo, entre balaustres y terrazas abiertas
17 noviembre, 2019 00:00Para esta nueva entrega de jardines vinculados a mecenas y filántropos nos hemos subido a la última planta de un edificio de Via Laietana de Barcelona donde se esconde el jardín aéreo de los Cambó. Aquí estamos entre crisantemos y violetas sobre el clásico cottage de tierra adentro, y solo sabremos de nuestra proximidad a la zona portuaria cuando nos arrimemos el mirador, lado Este, de la casa. En El jardín del placer, obra cumbre de Le Notre, e inspiración de nuestra pieza doméstica, el paisajista galo nos cuenta sus inicios bajo la mirada atenta de su padre, el jardinero real de Luis XIII.
Parece imposible cualquier contacto entre las creaciones de Versalles y un jardín urbano en el que ven los terrarios con el mismo relieve. Su carrera comenzó en 1635 como primer jardinero de Monsieur, hermano del rey, en Luxemburgo. Con posterioridad trabajó en las Tullerías y en Fontainebleau, donde se dio a conocer. En 1656 Nicolás Fouquet le llamo para trabajar en Vaux-Le-Vicomte, junto a otros artistas, como el pintor Le Brun y el arquitecto Le Vau. Tras ser detenido Fouquet, veinte días después de la inauguración de Vaux, el paisajista Le Notre pasa al servicio del Rey Sol, trabajando en Versalles y en otras posesiones de personajes ligados a la corte: Meudon, Saint-Cloud, Sceaux o Chantilly. Se convierte así en el jardinero real, un título que quiso ser despachado muchas veces por historiadores del país en el que los jacobinos llevaron a cabo la Revolución Burguesa, de donde no dejarían de llegar las nubes de la modernidad. Le Notre fue refutado Se refutó verbalmente, sí, pero seamos conscientes, fue admirado por su enorme creación.
En 1679 Le Notre realizó un viaje a Roma por encargo del rey con objeto de examinar la estatua ecuestre de Luis XIV proyectada por Bernini, y también con el mandato de elegir estatuas romanas que debían ser copiadas por los pensionistas de la Academia de Francia en Roma para decorar las posesiones reales. A su muerte en 1700 fue enterrado en la iglesia parisina de Saint Roch. Y su tumba, adornada con un busto suyo obra de Coysevox, del que hoy existe una copia moderna en la entrada del jardín de las Tullerías.
El nombre de Le Notre está indisolublemente unido a los jardines de estilo francés, aunque no pueda considerársele como el inventor de este tipo de creaciones. Con anterioridad a él es necesario citar a Jacques Boyceau de la Baranderie (1602-1633), intendente de los jardines del rey Luis XIII y autor del tratado Traité du jardinage selon les raisons de la nature et de lart, donde aparecen numerosos modelos de parterres bordados, sin simetría en los motivos, casi siempre con un pequeño estanque central, y todo dispuesto en terrazas abiertas por medio de avenidas diagonales, que ofrecen un efecto demasiado radiante. Y es ahí donde empieza el sueño de los jardines flotantes, los actuales jardines paraíso situados en voladizos y en la entradas de canalizaciones de agua.
Se ve esto de forma sobresaliente en el jardín azotea de la Casa Cambó donde las soluciones versallescas son aquí maquetas miniaturizadas del natural, con lo que el espacio se ensancha y se agranda hasta donde alcanza la vista aunque el visitante sabe que estamos sobre un tejado que puede tener a lo sumo 500 metros cuadrados de superficie plana. El jardín propiamente dicho se desarrolla en pequeños desniveles o terrazas, calculando los juegos de perspectiva, que cambian en función del lugar desde el que se divisa cada elemento del jardín. De este modo, aunque su estilo se caracteriza por la regularidad y la simetría, la variedad y la amplitud imponen su ley como verdaderos principios de la nueva estética barroca.
Francesc Cambó encargó a Forestier y Rubió su jardín apogeo que ocuparía la azotea de la casa que el arquitecto Adolf Florensa le estaba haciendo en Barcelona. El político y empresario regionalista expresa así el deseo de perseverar en lo verde, al estilo de los neoyorquinos Mc Kim, Mead y White. Barcelona se anticipó al esplendor del roof-garden y desde el fin de la Guerra Civil española, los áticos rivalizaron con los principales en su combate por imponerse. Estos dos tipos de domicilio no frenaron jamás en su intento por convertir sus casas en pequeños bosques; hasta el punto de someter sus domicilios a la fiebre del verde, lo que acabó por imponerse como un elemento de prestigio social.
Como en otros logros arquitectónicos, Josep Lluís Sert, entendió antes que el resto, la necesidad de adornar balcones y de crear pequeños huertos urbanos. Y de inmediato entregó a sus propietarios legítimos las llaves de sus pisos-jardín en la Avenida de Pedralbes, muy cerca de la emblemática cruz, y donde ha vivido el mecenas recientemente desaparecido Josep Sunyol, impulsor de la Fundación Sunyol, uno de los mejores graneros del arte contemporáneo.
Los jardines en los áticos y terrazas florecieron en Barcelona, pero su síntesis ya no fue estrictamente barroca. Entre los maestros arquitectos abalanzados a la nueva conquista destacaron Josep Antoni Coderch en su obra la Cocheras de Sarrià, Ricardo Bofill con su taller en Les Corts y en Sant Just Desvern donde también se explicitan las tradiciones de los paisajistas franceses. En todo caso, el detalle de mayor proyección está sin duda en las ventanas-jardín del edificio Banca Catalana de Diagonal que fue convertido en su momento en el jardín vertical. El edificio, cuya fachada retiene las canalizaciones y los troncos duros del verde, mantiene la combinación alternada en la que se combinan el riego principal y la voz en off de Coderch: “Jardín, mantente erguido”. Después de este mot d’ordre, el paisajismo catalán entró en la aventura de Le Corbusier y ya en el Walden de Bofill se acepta la disciplina del esprit nouveau y de sus famosas unidades de habitáculo.