Las Barcelonas siamesas / DANIEL ROSELL

Las Barcelonas siamesas / DANIEL ROSELL

Letras

Las Barcelonas siamesas

La literatura describe desde el siglo XIX la difícil cohabitación entre la ciudad burguesa y aquella donde la delincuencia y la violencia desmienten a la estampa turística

12 octubre, 2019 00:05

Barcelona no fue ni es solamente el laberinto de oscuras callejuelas de la ciudad antigua. Ni tampoco aquella “bella ciutat d’ivori feta de marbre i or”, tal y como la describía Jaume Bofill i Mates, escondido detrás del seudónimo de Guerau de Liost. Desde sus inicios, la urbe modernista convivió con el distrito V. Con el paso de los años, su fisionomía fue mutando y la narrativa fue construyendo su propio relato en torno a esa otra ciudad que crecía a pocas calles de la hecha de mármol y oro. “El Progreso hace las calles rectas, pero las calles torcidas sin Progreso son las calles del Genio” escribió William Blake. Todas las ciudades tienen sus calles torcidas, aquellas que, para algunos, les dan un carácter pintoresco y vital y que, para otros, representan lo lúgubre, misérrimo y moralmente torcido de la sociedad. 

En todas las ciudades conviven en abierta disputa Apolo y Dionisio, la luz y el orden frente a la oscuridad y el caos. Así definió en su día Gabriel Alomar a Barcelona, una ciudad que, en palabras del ensayista mallorquín, empezó a ser grande cuando reconoció sus bajos fondos, cuando aceptó que la ciudad moderna de valores y cultura elevada convivía con aquella urbe oscura de los instintos de supervivencia, donde la infracción es norma. Estas dos ciudades no solo conviven, sino que –subrayaba Alomar– la dionisíaca alimenta a la apolínea, despierta en ella rechazo y admiración. Ha pasado casi un siglo desde que el mallorquín describiera la capital de Cataluña. Sus dos Barcelonas siguen vivas y conviven no siempre de forma armoniosa, rozándose más de lo que permitirían los límites, más simbólicos que geográficos. 

Las secciones de sucesos de periódicos se han llenado este verano de noticias acerca de la delincuencia en la Ciudad Condal que, dicen los expertos, cada vez es más violenta y ha sobrepasado los límites urbanos que la delimitaban. Las dos Barcelonas parecen chocar. Aquel carterista barceloní al que Domènec de Bellmunt dedicó palabras de admiración se ha convertido en la bestia negra de una ciudad que, como dice el novelista Javier Calvo, bien podría definirse como un “parque temático para disfrute de turistas”. 

Barrio ChinoLos robos, muchos de ellos con extrema violencia, se suceden en el metro, en las zonas de ocio y a las puertas de los lujosos hoteles del Paseo de Gracia, enturbiando la imagen de una ciudad entregada al turista extranjero. Barcelona, escribió Domènec de Bellmunt en 1930, “brilla por sus carteristas finísimos, artistas reñidos con la coacción y la violencia, que lo confían todo, absolutamente todo, a la técnica y a la gracia”. Hoy difícilmente podría decirse lo mismo; no solo las dos ciudades parecen sumidas en un enfrentamiento cada vez más agrio, sino que su fisonomía ha cambiado. Las “novelas turísticas”, en palabras de Javier Calvo, como La sombra del viento o La catedral del mar construyen una imagen de Barcelona a través de elementos narrativos tan atractivos como falaces –“el misterio, el romanticismo, las conspiraciones, los crímenes legendarios, las pasiones quebradas por la Historia, la arquitectura de piedra, la luz de gas, las librerías de viejo”–, pero omiten “el presente, los conflictos sociales y de identidad y todo lo que sugiera que Barcelona no es un encantador laberinto de callejuelas impregnadas de historia y enigmas”. 

Los robos, muchos de ellos con extrema violencia, se suceden en el metro, en las zonas de ocio y a las puertas de los lujosos hoteles del Paseo de Gracia, enturbiando la imagen de una ciudad entregada al turista extranjero. Barcelona, escribió Domènec de Bellmunt en 1930, “brilla por sus

Sin embargo, existe una narrativa que sí ha narrado esta Barcelona dionisiaca más allá del mito, que la describe con mirada amable, pero no complaciente, que ha observado su crudeza, pero también su vitalismo, que alaba su autenticidad sin omitir sus pecados, que la reivindica frente a esa otra ciudad que tantas veces la rechaza como –a veces– la abraza a escondidas. 

El Modernismo o cuando las dos Barcelonas se miraron a la cara

“Al fin este barrio que va a morir me agobia y me enternece, y me voy, me lo llevo dentro; por mí ya pueden derribarlo. Me voy; necesito salir, salir a las vías más anchas, a las calles de hoy y a su movimiento, a las plazas grandes, al aire del día, a la ciudad mía...”, escribía Joan Maragall en 1908 refiriéndose al barrio de la Ribera, atraído por la nueva ciudad modernista, cuyo origen reside en la reforma planeada por Ildefons Cerdà, si bien el resultado estuvo lejos de aquellas ideas iniciales, algo utópicas, del urbanista. La ciudad moderna nació a partir del derribo de las murallas que contenían la miseria; la demolición, cuenta Robert Hughes, “duró casi diez años, pero en 1865 los únicos vestigios que quedaban de ellas eran los pedazos de piedra caliza esparcidos desordenadamente por la ciudad, esperando que los carros se los llevaran para utilizarlos como relleno en el Paseo de Gracia”. 

Francisco Madrid 1927La caída de las murallas creó el espacio a la ciudad moderna, a la que Cerdà trató de dar forma. Socialista convencido, el ingeniero analizó en un par de estudios –Monografía estadística de la clase obrera de Barcelona en 1856 y Teoría general de la urbanización, y la aplicación de sus principios y doctrinas a la reforma y expansión de Barcelona– la manera de mejorar la vida de la clase trabajadora. Fruto de sus análisis y su conciencia social nace el Eixample, “una cuadrícula sin ningún tipo de centro de poder manifiesto, y sin la menor relación o concesión a la historia de la ciudad que encerraba”. Las críticas, por parte del modernismo arquitectónico, no tardaron en llegar: Puig i Cadafalch escribió que los defensores de “Cerdà, el funest autor”, tenían “una idea extraña de lo que es el urbanismo”, convencidos de que “la ciudad ideal es aquella en la que todos los ciudadanos tienen la sensación de vivir exactamente en las mismas condiciones urbanas”. Esta sensación que, quizás, en un inicio podía despertar la homogénea cuadrícula de Cerdà, pero no era compartida por quienes habitaban en los bajos fondos que el derribo de las murallas incorporan a la ciudad. Allí, como bien describiría Francesc Madrid, la vida era diferente. 

La caída de las murallas creó el espacio a la ciudad moderna, a la que Cerdà trató de dar forma. Socialista convencido, el ingeniero analizó en un par de estudios –

Historias del Distrito V

Quiero hablar del vicio que de noche y de día/ atrevido y canalla, se te raca en la frente! ¡Tú lo consientes! ... ¿Tengo que hablarte de cartillas? /Lo haces público y lo toleras por los rincones. /Ah, ciudad, si le levantasen las faldas /seguro que veríamos las miserias”, escribía el poeta Rafael Nogueres Oller, cuya El carrer del Migdia. Oda número 2 a Barcelona era una clara contestación a la Oda a Barcelona de Verdaguer. Nogueres Oller critica a esa ciudad moderna que hipócritamente desprecia a esos otros barrios a los que da la espalda, aunque conviva con ellos: “No creas que, por ello, niegue que eres Ciudad. / Tienes medida, buena historia y el título bien ganado. /Calles aristocráticas y una catedral seria/ pura en su estilo, joya en antigüedad”, pero “También tienes, cochina, una calle de Migdia. / ¿Es una de tus glorias? ¿Sus escenas son/ acaso edificantes? ¿Te gusta la ‘puesía’ /de los idilios puercos? / ¿No lo sabes que es la cloaca /de todo lo viscoso que tus tripas expulsan?”.

Los versos del poeta forman parte de esa literatura que dirige su mirada a esa ciudad distinta, allí donde se refugia lo que la moderna y aristocrática expulsa y rechaza, aunque forme parte de ella. La revista L’Esquella de la Torratxa dedicará un número extraordinario a este Distrito V, que es considerado por muchos el origen de la literatura que tiene a “los barrios de mala vida” como escenario principal, libros que, por un lado, muestran las condiciones de vida de aquellas calles y vecindarios y, por otro lado, construirán un relato mítico en torno a la vitalidad, a la libertad moral e, incluso, a la pobreza, a veces teñida de bohemia, que impregnaban esa parte de la ciudad que, como describiría Jean Genet, se extendía detrás del Paralelo y era conocida con el nombre de Barrio Chino. 

lacriollaGenet llegó a Barcelona, en parte, movido por el mito que ya rodeaba al Barrio Chino, al que terminaría por dedicar su libro autobiográfico Diario de un ladrón: “En Barcelona  frecuentábamos sobre todo la calle Mediodía y la del Carmen. Nos acostábamos a veces seis en un jergón sin sábanas y, al amanecer, íbamos a pordiosear por los mercados”, escribe el autor francés, en cuyas páginas aparece el famoso cabaré La Criolla, que había sido descrito, unos pocos años antes por el periodista Josep Maria Planes, antes de ser asesinado el 24 de agosto de 1936 en la Arrabasada por pistoleros de la FAI. “La Criolla se encuentra en plena calle del Cid. El cartel luminoso que cuelga verticalmente de la fachada emborrona el pobre paisaje urbano con resplandor (…) inmuebles y personas comparten el mismo aire de miseria y nunca se sabe si la suciedad de las paredes viene de los hombres y las mujeres que se apoyan en ellos o viceversa”, escribe Planes, habitual de la calle Cid, espacio recurrente en las crónicas de Francesc Madrid. 

Genet llegó a Barcelona, en parte, movido por el mito que ya rodeaba al

Over la nuit, MorandJunto a escritores como Lluís Capdevila o Josep Maria Francès, Madrid busca retratar la dureza de determinadas calles, la miseria que se vive en muchos barrios; no hay mitomanía en sus textos, sino una voluntad de denuncia, un deseo de mirar a la realidad de cara, tal y como se constata leyendo Sangre a las Atarazanas, un libro que, por entonces, creó un gran revuelo. Madrid defendía una literatura no fuera evasiva, que no blanqueara la realidad, defecto de la que llamó“literatura del Paseo de Gracia”. Frente a las “novelas blancas, los semanarios infantiles, las comedias para gente de bien, los versitos campesinos y los ensayos literarios para las buenas familias, para las gentes distinguidas que comen torteill de domingo y van a misa de doce”, Madrid defiende aquella literatura de barrio que viene rellena “como el pollo en Navidad, empalagosa como un turrón de Jijona. Como mínimo en la calle sucia y de color aceite, hay una vitalidad que la otra literatura no tiene”. El Barrio V o, como el propio Madrid lo definiría, el Barrio Chino “no debe ser alabado, pero sí se debe hablar de él”, como bien hizo Paul Morand en Nuit Catalane

Junto a escritores como Lluís Capdevila o Josep Maria Francès, Madrid busca retratar la dureza de determinadas calles, la miseria que se vive en muchos barrios; no hay mitomanía en sus textos, sino una voluntad de denuncia, un deseo de mirar a la realidad de cara, tal y como se constata leyendo

Jean Genet siguió los pasos de Morand de la misma manera que Juan Goytisolo iría tras los del autor de Diario de un ladrón, muchas veces de la mano de otros compañeros de generación como Gil de Biedma, como recordaría en su ensayo memorialístico Genet en el Raval. Recorre las mismas calles que el escritor francés y, si bien la zona situada detrás del Paralelo seguía teniendo una atractiva mala reputación, el escenario ya no era exactamente el mismo.

barrio chino2Con la Guerra Civil habían echado el cierre algunos locales, el orden moral impuesto por la dictadura se hacía notar incluso ahí donde la transgresión era ley: “Cuando me adentré por primera vez en el Barrio Chino en 1949 de la mano de un compañero de universidad aficionado como yo a los libros y experto en las zonas desaconsejadas de la ciudad”, recuerda Goytisolo, “La Criolla y los bares en los que anidaba la especie maldita no existían ya. La red de callejuelas que se extendía del Portal de Santa Madrona a la calle del Carme albergaba tan sólo prostíbulos a cinco pesetas por ficha”, pero “la miseria reinante no debía diferir mucho de la que conoció Genet”. Los vecinos del barrio, muchos de ellos inmigrantes y trabajadores humildes, convivían con prostitutas que se ganaban la vida en los prostíbulos de alrededor, algunos de ellos, como el Madame Petite, venidos a menos tras la sublevación militar. 

Con la Guerra Civil habían echado el cierre algunos locales, el orden moral impuesto por la dictadura se hacía notar incluso ahí donde la transgresión era ley: “Cuando me adentré por primera vez en el Barrio Chino en 1949 de la mano de un compañero de universidad aficionado como yo a los libros y experto en las zonas desaconsejadas de la ciudad”, recuerda Goytisolo, “

La guerra había traído todavía más miseria al barrio, como explica Terenci Moix a través de uno de los personajes de El año que murió Marilyn: “Nuestra calle no era tan chabacana como ahora, con lo sucia que se ha vuelto, llena de charnegos, mujerzuelas de la vida y tabernas de borrachos”. Sí, miseria, pobreza, con estos términos se podía describir la realidad de aquel vecindario; no había razón, por tanto, para condenar esa mala vida, sin motivo para la denuncia de estas precarias condiciones de vida. Lo sabía bien Josep Maria de Sagarra que en su Vida Privada escribe que lo que se escondía en el Barrio Chino era miseria y no vicio: “No, no; esto es la infinita pobreza de la carne, la infinita tristeza de la carne”, le dice Emili a Isabel, añadiendo: “El vicio no lo encontrarás en este barrio. Eso no es el vicio”. 

El Raval, el antes y el después del barrio 

“Acudí al barrio donde en los buenos tiempos y desde su más tierna infancia mi hermana Cándida hacía las aceras. Era un sector algo apartado de los bajos fondos, un alumbrado tenue, si no nulo. Pero al llegar comprobé que el barrio había cambiado, y con él sus gentes y sus prácticas”, cuenta el protagonista de La aventura del tocador de señoras de Eduardo Mendoza. Tras algunos años en un psiquiátrico, vuelve al barrio en el que creció y no lo reconoce: “Se hicieron calles peatonales para uso exclusivo de vehículos a motor, se pavimentaron de nuevo aceras y calzadas. El aire era más limpio, el cielo más azul y el clima más benigno”, poco queda, al menos en apariencia, de aquella red de vecinos unidos por la pobreza. 

Ruta raval Barcelona de Noche

Un local nocturno en El Raval.

Las Olimpiadas le habían lavado la cara y la especulación inmobiliaria, que tan crudamente retrató José Luis Guerín en su documental En construcción sobre la apertura de la Rambla del Raval, habían obligado a más de uno a abandonar sus pisos, cuyos precios habían subido exponencialmente, y habían fomentado la llegada de turistas con la apertura de locales, bares y el lujoso Hotel Barceló Raval, paradójicamente a pocos metros de la plaza Manuel Vázquez Montalbán, uno de los más agudos narradores de aquella zona urbana. Vázquez Montalbán supo mostrar las contradicciones de Barcelona, enfrentando Vallvidrera, donde el detective Pepe Carvalho tenía su vivienda y se deleita con los mejores manjares, acompañados de los más apreciados vinos, con el Barrio Chino, al que se dirigía su protagonista, pues es en la antigua casa de putas de Madame Petula donde tiene su despacho. 

Turistas pasean por Barcelona mientras Cataluña bate récords de llegadas / AJUNTAMENT DE BARCELONA

Turistas pasean por las Ramblas de Barcelona / AYUNTAMIENTO DE BARCELONA.

Vázquez Montalbán narra la destrucción de Barcelona, la destrucción de sus barrios y de la red vecinal previa a favor del mercado. La conversión de la ciudad en un espacio para privilegiados dedicado al turismo: “Sobre los escombros de fábricas y almacenes derruidos, se alza una espectacular ciudad residencial de clase media-alta, rodeada de las frágiles comunidades obreras del Poblenou y de enormes reductos de precariedad como La Mina, un barrio gitano de edificios altos cuya proximidad supone una amenaza para la nueva Villa”, escribió en el prólogo de su libro Barcelonas, subrayando que “mientras los ciudadanos más pudientes de Barcelona asisten a la subasta de la Villa Olímpica y se disponen a mudarse tan pronto terminen los Juegos, la excavadora municipal arrasa edificios del casco antiguo, tanto en el degradado Barrio Chino como en las calles algo más dignas del Raval”. 

Hoy La Mina está en manos de mafias de la droga procedentes del Este de Europa y la reforma del Raval no ha impedido la proliferación de narcopisos, a pesar de las continuas quejas de los vecinos, que asisten a la doble destrucción del barrio: por un lado, la provocada por la especulación; por el otro, la urbe que padece la dejadez política y la impunidad de los traficantes de drogas que han encontrado en aquellas calles a espaldas de los lugares más turísticos un lugar idóneo. El Ayuntamiento promete más presencia policial. ¿Es esta la solución? En los años cincuenta la urbanista Jane Jacobs advertía que la clave para la salubridad y la seguridad de una ciudad no reside en la represión policial, sino en el fortalecimiento de las relaciones vecinales, en el barrio entendido como un espacio de convivencia entre vecinos unidos por un objetivo común: el bienestar de sus calles. La especulación, primero, y el abandono, después, han roto casi por completo la vida vecinal, expulsando de sus barrios a los vecinos de siempre. Incrementar la vigilancia policial no servirá de mucho si no se reconstruye el barrio y sus propios vecinos vuelven a habitarlo sin sentir de nuevo el miedo a ser expulsados.