Marjorie Grice-Hutchison: Salamanca contra Max Weber
La economista hispano-británica explica en su obra cómo influyen las pasiones y pulsiones en el juego de los mercados
1 febrero, 2019 00:00Marjorie murió en 2003 y su cortijo malagueño se ha convertido hoy en Centro de Experimentación Grice-Hutchison. Tenía 94 años, había nacido en Eastbourne (Inglaterra) y, para los economistas españoles --la troupe de Sardà Dexeus, Lluch Beltrán, Barea, Rojo, Navarro Rubio, Pastor, Solchaga, Boyer y algunos más--, significa la mejor historiadora del pensamiento económico español.
Dio a conocer que, durante nuestro Renacimiento tardío de los siglo XVI y XVII, un elenco de la Universidad de Salamanca investigó los mercados y la formación de precios, mucho antes de que la ciencia lúgubre de Thomas Carlyle hundiera sus raíces en los valles nemorosos de Escocia. Fue allí, el país en el que un año de buena cosecha de trigo podía hundir los precios internacionales a causa de la sobreoferta, donde Adam Smith escribió La riqueza de las naciones, obra germinal de los llamados economistas clásicos. Una taxonomía que jerarquiza, alrededor de la teoría del valor, las aportaciones de David Ricardo, Torrens, Malthus o Karl Marx.
De Keynes a Hayek
Marjorie, enamorada del Sur, estudió y se doctoró en la prestigiosa London School Of Economics de la posguerra, no la de Anthony Guiddens y Tony Blair, tutores recientes del pensiero dévole en los peores años del laborismo británico. La Grice-Hutchison aprendió junto a F.A. Hayek y R.S.Sayers. Tocó Hayek, como se dijo tantas veces, en los centros de cultura de la Europa del Plan Marshall, cuando el calvinismo alemán resucitó de sus cenizas para encarar el milagro, gracias a las doctrinas de Keynes sobre la demanda agregada, aplicadas en un formulismo intermedio, entre socialista y demócrata-cristiano, conocido como la Economía Social de Mercado.
Los años cincuenta, sesenta y setenta mantuvieron el paradigma keynesiano. Pero algunos de los más selectos estudiosos del mercado no se replegaron en la cueva común de las economías de la demanda, ganadoras en el New Deal norteamericano del presidente Franklin Delano Roosevelt y nuevamente exitosas en el periodo de Kennedy, con John Kenneth Galbrait al frente de la economía. Buscaron otros enfoques complementarios (o simplemente contrarios), como los debidos al Nobel Frèderich von Hayek y a su grupo de trabajo, en la sociedad casi secreta Mont Pèlering, un think tank de otros tiempos emboscado en los Alpes suizos. Aquella sociedad, que mantuvo el denostado pensamiento liberal, se anticipó a los globalizadores actuales de la escuela de negocios de Saint Gallen y por supuesto al Foro de Davos.
La ciencia de la incertidumbre
Resulta curioso que hayan sido los picos de la gran cordillera centro-europea el lenitivo de los sinsabores de una ciencia, la economía, basada en la incertidumbre; una doctrina vencedora ex post, pero casi nunca capaz de anticipar (ex ante) los baches del camino. El gran cuantitativista de Chicago, Milton Friedman, habló a menudo de lo deudores que somos todos de los sabios desconocidos del pasado, cuyos descubrimientos defendemos como nuestros; y, ciertamente, él quiso ser el primero en exigir metafóricamente el lanzamiento de billetes verdes desde helicópteros para sembrar el mercado de nueva liquidez cuando se apaga el sistema internacional de pagos. Otro Nobel, Paul Samuelson, en la última etapa de vida, echó mano de la misma metáfora, al explotar la crisis subprime de 2007-2008, en la que pudo ver, por última vez con incredulidad, la caída de los dioses, en la quiebra de Lehman Brothers.
El Manhatam Transfer de Dos Pasos y el Crack-up de Fitzgerald (resumen de notas editado por Edmund Wilson), explicaron, en la primera mitad del siglo pasado, el efecto de la Gran Depresión del 29 precedida por el bullicio de los tiempos del dinero fácil. Fitgerald rozó el cielo al publicar El Gran Gatsby, en la que narró el vértigo de las masas monetarias sin rumbo, el dulce vivir engañoso de los felices veinte. Gatsby sufrió un mal de amores que acabó con él y, en su pequeño drama, contado en primera persona por su amigo y agente de Bolsa, Nick Carraway, viajaba la profundidad del alma humana, algo que solo las bellas letras pueden considerar. Pero la economía y la ficción son dos amigas inseparables, como lo muestran piezas irrepetibles, excesivamente utilizadas como lugares comunes, al estilo de Las uvas de la ira, la novela de John Steinbeck, que refleja el drama de la inmigración de Oklahoma rumbo a California.
Mercados: pasión y pulsión
Al hilo de Grice-Hutchison, puede conocerse también cómo influyen las pasiones y pulsiones en el juego de los mercados. Majorie se quedó en España para estudiar la Escuela de Salamanca y desveló pronto el antecedente de Bodin considerado por los teólogos y juristas de su tiempo como el descubridor de un modelo capaz de explicar la formación de precios. La economista hispano-británica cayó en la cuenta de que el comercio con el Nuevo Mundo permitió establecer la primera tesis científica de la teoría cuantitativista del dinero. Relacionó la llegada del tesoro americano con el aumento crediticio y el incremento de de la masa monetaria, como desencadenante de la inflación. "A más oro, más reales" dijeron durante años los mercantilistas españoles y los colbertistas franceses (seguidores de Jean-Baptiste Colbert, ministro Contrôleur de Luis XIV).
Marjorie estudio a Campomanes bajo la dirección de Hayek, pero descubrió el filón de Salamanca, la teoría del justiprecio, leyendo a José Larraz, ministro de Franco en Burgos vinculado a la Asociación Católica Nacional de Propagandistas y al diario El Debate. Hutchison empezó a vivir en España durante la II Guerra Mundial como empleada del Foreing Office entre 1941 y 1945. Y aquí escribió más tarde las perlas de las hablaron a menudo Fabián Estapé y Fuentes Quintana: El pensamiento económico en España (Crítica) y The School of Salamanca: Reading in spanish monetary Theory (Clarendon Press). Obtuvo un degree honour en la London y fue nombrada honoris causa por la Universidad de Málaga en 1992.
Salamanca, ¿cuna del liberalismo económico?
Grice-Hutchison lo fue todo para sus amigos y para los economistas que llevan litigando durante siglos sobre el origen del mercado tal como hoy lo conocemos. Desde el comienzo de sus estudios en suelo español, dudó del origen del capitalismo atribuido a Max Weber en su libro La ética protestante y el espíritu del capitalismo (1905). Ella estableció que, "por el contario, el germen de la libertad económica puede encontrarse ya en quinientos, en los docentes de la Escuela de Salamanca", liderada por Francisco Vitoria.
Y además, su enlace último, entre la razón del pasado y el presente siempre modificable, se enclava en los pensadores de Al-Andalus, sobre todo en Ibn Jaldún. Grice-Hutchison descubrió en la obra magna de Jaldún, el Muqaddimah, la primera aportación a la actual filosofía de la historia. En el estudio dedicado en parte de los cambios sociales, el filósofo andalusí desplegó los rudimentos de la fijación racional del precio de las mercaderías, a pesar de vivir en un entorno que acusaba de usura a los comerciantes. Marjorie nos mostró que a Jaldún la dificultad le hizo crecer y que, casi siete siglos después, fue redescubierto por Hayek, padre del liberalismo, y por su alumna mas aventajada.