Arte para empujar la democracia
El Museo Reina Sofía rememora la pujanza artística en la Transición a través de un repaso a la Bienal de Venecia de 1976 y a la creación contracultural
14 diciembre, 2018 00:00Acaso todo se podría reducir al episodio protagonizado por Eduardo Haro Ibars cuando, tras ingerir un ácido y disfrazarse a lo glam --uñas verdes y lentejuelas--, acudió el 21 de noviembre de 1975 a despedirse del Caudillo en su capilla ardiente. Los falangistas lo rodearon, pero no sabían si darle una paliza o tratarlo como a un loco. Finalmente, logró escapar... O quizás fue Juan Genovés el que expresó desde el arte símbolo lo que ocurría en España. A él, como a algunos cantautores, le salió un lienzo que iba a ser coreado para el resto de su vida: El abrazo. La democracia necesitaba una estampa y el pintor, de fuertes ideales antifranquistas, la ejecutó con extraordinaria puntería.
Esos dos extremos podrían definir con exactitud qué ocurrió en el arte español en ese balanceo entre la dictadura y la democracia, territorio que pisa intencionadamente ahora el Museo Reina Sofía en la exposición Poéticas de la democracia. Imágenes y contraimágenes de la Transición. Se trata de una sinopsis de la creación artística en aquel tiempo intenso que aglutina pintura, fotografía, escultura, cómic e instalaciones. El resultado es una baraja insólita y reveladora de tipos sin paracaídas que no temían los subsuelos ni las alturas: desde Picasso, Miró y Tápies a Pilar Aymerich, Antonio Saura y Luis Gordillo, sin dejar de hacer parada en Almodóvar, Ceesepe y Ocaña, entre otros.
El lienzo de Eduardo Arroyo Ronda de noche con porras, que se exhibió en la Bienal de Venecia de 1976 / EFE.
Fueron los años de la polémica y controvertida Bienal de Venecia de 1976, que acabó consagrada al arte militante de España con idea de torcer el relato histórico oficial construido por cuarenta años de dictadura. Y fueron también los años loquísimos de la contracultura más loca y creativa. Fueron los artistas más jóvenes del lugar haciendo ruido y pidiendo paso. Estaba todo por rehacer. Y casi todo por provocar a cargo de aquella escudería de pintores, músicos, diletantes, loquitos, pasados y nerviosos que fueron derribando convenciones a su paso con pasión de ajuste de cuentas. Y a la vez, buscando y acuñando una identidad, unas raíces propias.
“Hubo una especie de cultura bífida que refleja esa doble Transición que hubo en España”, señala al respecto el director del Museo Reina Sofía, Manuel Borja-Villel. “De un lado, un arte con una vertiente política muy clara de compromiso social, que empezaba con la República y acababa con el Equipo Crónica, Saura, Arroyo, y otros miembros de una generación extraordinaria que, siendo críticos con el régimen, aportaban un elemento institucional y normativo democrático, y por otro, un arte más en la sombra generado por los más jóvenes: la contracultura”, señala el responsable del centro artístico, que ha armado aquí una propuesta con más de 250 obras.
Una de las fotografías de la barcelonesa Anna Turbau, incluidas en Prácticas de la democracia / MNCARS
Así, la primera etapa de Poéticas de la democracia reconstruye con ambición arqueológica el espacio principal de la Bienal de Venecia de 1976, alternativa al cierre del pabellón oficial español. Allí, la “comisión de los diez”, encabezada por Tomàs Llorens y Valeriano Bozal, levantó la muestra España. Vanguardia Artística y Realidad Social, 1936-1976, inaugurada, con aire provocador, el 18 de julio. Sin embargo, el proyecto desató importantes críticas al dejar fuera a importantes firmas e incluir piezas de todos sus promotores. Por ejemplo, Chillida y Oteiza retiraron sus esculturas. Alberti intentó que la iniciativa estuviera más cerca del PCE y, al no lograrlo, se alejó entre gruñidos.
Se exhiben muchas de las obras que estuvieron presentes en la cita veneciana, también recreada en estos días por una exposición en el Institut Valencià d’Art Modern (IVAM). Destacan el cuadro Ronda de noche con porras, de Eduardo Arroyo; La mujer, de Alberto Corazón; Amnistía, de Agustín Ibarrola, así como varias piezas de la serie Paredón del Equipo Crónica. Junto a ellos, una serie de documentos ilustran la gestación de la participación española en la Bienal de Venecia, en la que su director, el socialista Carlo Ripa de Meana, descartó invitar a la España del régimen y optó por dejar espacio a los artistas que habían construido su discurso contra el franquismo.
Proyección de la película ‘La cabina’ de Antonio Mercero, en una de las salas / JOAQUÍN CORTÉS / ROMÁN LORES / MNCARS
A continuación, la exposición del Museo Reina Sofía abre hueco a esa contracultura que cuestionó las instituciones existentes: de la familia a la cárcel, de la escuela al ejército, de la iglesia a la fábrica y del partido a la sociedad de consumo. Igual se reivindica la calle como un teatro de la democracia --faceta presente en el trabajo de la fotoperiodista catalana Anna Turbau-- que se exhibe al nuevo ciudadano que se encuentra, de repente, con un amplio abanico de libertades. En este contexto encaja la película Deprisa, deprisa, de Carlos Saura; los óleos y litografías de Víctor Mira, las fotografías de Alberto García-Alix y los fanzines como Ajoblanco y Euskadi Sioux.
Como remate, Prácticas de la democracia --que permanecerá abierta hasta noviembre de 2019, dado que está inserta en los actos conmemorativos de los cuarenta años de la Constitución-- se detiene en los ciudadanos que no tuvieron tal condición, los excluidos sociales, representados en los dibujos de Toto Estirado y el cómic Esquizoide firmado por Antón Patiño. La línea de meta es una sala dedicada a 1978, con materiales en torno al referéndum (libros, carteles, fotografías y pintadas a favor y en contra de la norma jurídica), junto con varias versiones de la Ley Fundamental. “Se reconocen y protegen los derechos a la producción y creación literaria, artística, científica y técnica”, recoge su artículo 20.