Una imagen de la serie 'Hora de Aventuras', de Pendleton Ward / CARTOON NETWORK-FREDERATOR STUDIOS

Una imagen de la serie 'Hora de Aventuras', de Pendleton Ward / CARTOON NETWORK-FREDERATOR STUDIOS

Letras

Libérrimo regocijo multicolor

La serie de dibujos animados 'Hora de Aventuras', creada por Pendleton War, es pura algarabía, un gozo estético entre el humor, el 'punk' y la música melódica

2 agosto, 2018 00:00

En las publicaciones sobre paternidad resposable es habitual encontrarse con artículos que versan sobre la bondad o no de las series de animación infantil. Largos listados con recomendaciones bienintencionadas y educaditas, guías didácticas de medio pelo. El juicio crítico suele basarse sobre todo en los componentes éticos o formativos que las fantasías animadas presuntamente contienen, pero orilla aspectos centrales de toda producción cultural como la diversión o la experiencia estética que estas nos procuran. Parece que los mayores necesitemos de la excusa pedagógica, del pretexto didáctico, para enchufar a los peques delante de la pantalla sin jaleos de conciencia. 

Así las cosas, tenemos bien controladitos los programas de dibujos animados bienpesantes; los que rebosan de ejemplos éticos irreprochables; los que dibujan tramas que reflexionan sobre la importancia de la  empatía o la conveniencia de mantener la biodiversidad en nuestro planeta. Queremos confundir ética con entretenimiento. El problema con todos estos dibujos buenistas, para qué vamos a engañarnos, es que suelen ser un tostón. Es que tras su apariencia naïf se oculta la idea de que nuestros hijos son unos tarados sin más interés que la monada y la trama facilona y repetitiva. Mensajes domesticados como una encíclica laica sobre los diez mandamientos del buen infante.   

Paparruchas. No conozco ni una sola serie televisiva que haya hecho mejor a sus espectadores. Uno es perfectamente capaz de chuparse The Wire en unas semanas y seguir siendo un racista y clasista recalcitrante. Ver la tele no nos mejora como personas. Permitámonos pues un descanso. Es tiempo de vacaciones. En las interminables tardes de la incipiente paternidad los dibujos animados son esenciales para la supervivencia. Es harto difícil llegar a un consenso sobre los dibujos adecuados con nuestros vástagos. Pero en ocasiones el milagro sucede y disfruta tanto el niño como el mayor, la física teórica como el párvulo, el abuelo contable y la estudiante de tercero de primaria.   

La mejor serie de dibujos animados infantil de la actualidad tiene mala fama. No sale en los listados que comentábamos en el primer párrafo. Es dueña de un humor libérrimo y de una originalidad radical. No se amilana a la hora de mostrar batallas o terrores o violencias o diversidad sexual y tiene una paleta de colores que es pura algarabía, un ritmo endiablado de canción punk y melódica, siete temporadas de puro gozo estéticoy sensorial. Se titula Hora de aventuras (Adventure Time) nació como un corto en el magín ilustrado del artista Pendleton War (Texas, 1982) para convertirse en la serie de animación definitiva.

Pen Ward

El creador de la serie, Pendleton War

La serie narra las aventuras y desventuras de un niño llamado Finn. Parece ser el último humano en la Tierra de Ooooh –un universo posapocalíptico y multicolor-- y fue adoptado por una familia de perros. Nuestro protagonista es mitad Mogwli mitad Perceval, combina lo artúrico con lo ligérsico, la escatología con la trama clásica del descubrimiento del héroe. Es dueño de un corazón de oro y una lengua de barrio. Su hermano adoptivo es Jake, un perro amarillo que contrae poderes de superelasticidad –como el de los 4 fantásticos– después de retozar en un charco mágico y que le acompaña en su día a día aventurero.

La pareja se convierten en una suerte de Quijote y Sancho contemporáneos. Si la novela moderna promueve la polifonía de voces, los dibujos modernos hacen lo propio. A lo largo de las temporadas Finn va creciendo, madurando, haciéndose mayor, descubrimos que los personajes presuntamente malos en realidad tampoco lo son del todo. Que los buenos también tienen su lado de sombra. La corte de personajes que acompañan a los protagonistas son de lujo. Capaces de protagonizar sus propias series –como realmente pasa en el universo extendido de los cómics–. La vampira rock Marcelline, la audaz princesa Chicle, el entrañable Rey Hielo o la consola parlante Bimo. 

 Lo que hace a la serie tan especial es que tal vez sea los materiales tan diversos con los que está construida. Su autor admite influencias de la BD francesa, de los juegos de consola clásicos, del arte del Bosco, de las partidas de rol, de la literatura clásica, del anime de Miyazaki. En cada capítulo de Hora de aventuras intervienen decenas de profesionales y especialistas. Todo está cuidado al detalle: la elección de la música original, el diseño de vestuarios o los detalles en segundo plano. Tal multiplicidad de planos hace que sea disfrutable en diversos niveles de apreciación. Suena pretencioso, pero no lo es en absoluto.

Entiendo que el resumen de la trama no os haga tilín del todo, como las experiencias que realmente valen la pena, la recepción de Hora de aventuras es difícilmente articulable en lenguaje alfabético.Tal vez lo explicaría mejor una banda de funk salvaje, un millar de bailarines danzando felices, una montaña rusa diseñada por un genio loco, una bandada de endorfinas conquistando el córtex cerebral. Dedicadles once minutos al delicioso episodio de la tercera temporada titulado “Gracias”, donde la trama de aventuras caballerescas queda en segundo plano para seguir la historia de amistad imposible entre un Golem de Hielo y un perrillo de fuego, y vuestras reticencias desaparecerán. Tras el visionado, tras secarse la consiguiente lagrimilla de emoción, a lo mejor hasta nos planteamos si incluirla también entre los dibujos educativos de verdad.