De Modiano a Édouard Louis
Nuevos hallazgos se codean con autores consagrados: la literatura francesa sigue siendo inacabable
15 julio, 2018 00:00He leído estos días dos novelas parisienses. Estupendas, cada una en su estilo. Las dos son breves, una virtud considerable. He leído en primer lugar Recuerdos durmientes, la última de Modiano, un autor clásico de la segunda mitad del siglo XX, y a renglón seguido La historia de la violencia, del joven Édouard Louis, que es el último hallazgo de la literatura francesa, que sigue siendo inacabable.
La novela de Modiano finge adscribirse a un tipo de libro fragmentario, que se organiza como serie de recuerdos expuestos con brevedad, harapos de la memoria sin pretensiones de más sistema o rigor que la casualidad que hace que afloren del caos del olvido, y realzados por el encanto misterioso de los pecios reunidos del naufragio que de alguna manera definan, rescaten la vida del autor, al fin y al cabo parecida a la de un lector o muchos...
Empezó la serie el norteamericano Joe Brainard, en 1970, con I Remember, al que siguió I remember more y More I remember more, en donde se inspiró Georges Perec para Je me souviens, y muchos otros se han sentido tentados de imitarles, lo cual quizá sea un error. Pero recuerdo que era delicioso leer, y ver la película del mismo título, donde el actor Marcello Mastroianni desgranaba anécdotas y recuerdos bajo el título, precisamente, de Mi ricordo, sì, io mi ricordo.
Modiano empieza su último libro con la declaración expresa de contar algunos “recuerdos dormidos” de esos que vuelven a veces a la superficie, sin que uno sepa porqué. Son recuerdos de tres o cuatro mujeres que casualmente conoció cuando era un jovencito desatendido por sus padres y recién llegado a París, mujeres llenas de encanto por todo lo que de ellas no se llega a explicar, no se llega a saber. Luego la novela evoluciona un poco hacia un relato más convencional, si es que se puede decir que es convencional el mundo de Modiano, siempre igual a si mismo y siempre diferente, hurgando libro a libro en la misma herida para asegurarse de que no se cierra, de que no se cierra el acceso a la profundidad de su propio malestar y abandono en un mundo brumoso.
La anécdota, que se remite al pasado, en este caso a un pasado de hace cincuenta años, es borrosa, los personajes vagos, imprecisos, apenas dibujados más que con algún detalle evocador, y entre tanta niebla Modiano anota siempre los nombres de las calles, de los locales, los nombres y apellidos de los personajes, para sujetar, con la precisión de esos nombres, fuerzas, emociones, experiencia y recuerdos que se desvanecen. Al nombrar delimita las lindes de esas vidas ensoñadas: recurso sin el cual acaso no habría novela --novela más del olvido, más del silencio, que del recuerdo, que del sonido--. No habría texto. Bioy Casares hacía lo mismo, en Buenos Aires.
Me he sorprendido buscando en el mapa de internet las calles y los barrios de París que Modiano menciona, y me ha sorprendido ver cuán extenso es París, cuántas casas y vidas caben ahí, de verdad que también en el plano geográfico parece que no se acaba nunca.
El otro libro parisiense es otra cosa, es casi su contraria. Es el relato, la autoficción de una experiencia traumática y formativa, el encuentro catastrófico del narrador --un joven recién llegado a París para escapar a los constreñimientos de la vida provinciana, de su despreciada familia inculta y proletaria-- con un desconocido cabileño (bereber) al que invita a subir a su casa y que después de una noche de sexo y ternura se transforma en una especie de monstruo que le desvalija, intenta asesinarle, le viola. Aparte del atractivo del verismo, del suspense, del aspecto factual y periodístico, lo más valioso del libro es el autoanálisis psicológico y el esfuerzo de la víctima por comprender y ponerse en el lugar de su agresor, al fin y al cabo alguien, como él, desclasado, alguien a quien siente muy parecido a él en muchas cosas, hasta el punto de no querer denunciarle porque “no merecía ir a la cárcel”, sin por ello, claro está, dejar de temerle y repugnarle.
Aquí París es geográficamente más pequeño, todo pasa en los alrededores de la place de la République.
Hay un defecto estructural grave en la novela de Édouard Louis, que para obtener el recurso a otra voz que alterne con el relato en primera persona y contemple los acontecimientos desde más lejos, recurre a un truco torpe. Pero no sería de extrañar que dentro de unos años se convierta en un escritor excelente. También la novela de Modiano incurre una chapuza al introducir un enigma criminal con calzador, como si desconfiase de que sus recuerdos dormidos se sostengan por si solos, sin agregarles la pimienta de un enigma policial. Nadie es perfecto. Ni siquiera París.