Libros gordos, 'vita brevis'

Libros gordos, 'vita brevis'

Letras

Libros gordos, 'vita brevis'

Los 'tochazos' deberían llevar incorporado el tiempo libre para leerlos

8 enero, 2018 00:00

El destino turístico perfecto para cualquier lector voraz tal vez sea el archipiélago que Juan Carlos Onetti eligió para pasar la mayor parte de su exilio español: una cama. El escritor uruguayo, después de diversas intentonas juveniles, decidió echar raíces en la suya, sita en un apartamento de la avenida América de Madrid, y desde allí seguir escribiendo sus novelas y cuentos, sí, pero sobretodo leer y leer, sin pausa ni telefonillos, ni más restricciones que las estrictamente fisiológicas.

Durante muchos años apenas la abandonó para ir al baño o recoger el Cervantes, galardón concedido por una obra que iba armando casi siempre tumbado, escrita sobre minúsculos papelillos que perdía en los bolsillos del pijama, diseminada entre los cartones de las cajetillas de cigarrillos o al dorso de sobres de facturas vencidas. Dorothea Murr, esposa, musa y avezada cazadora-recolectora, fue capaz de metamorfosear ese caligráfico happening de hormigas en una de las obras más desalentadoramente bellas de la historia de la literatura universal.

Uno se acuerda de Onetti, de la feroz manera de defender su pereza, porque entre los regalos navideños se le cuelan siempre unos cuantos libracos, a saber: los Cuentos Completos de Angela Carter editados por la editorial Sexto Piso o Tiempos de swing, la nueva novela de Zadie Smith –mi hija, señalando uno de los estilosos turbantes que suele lucir, me pregunta si es una reina maga, le respondo que sí–, o el gigantesco ensayo Homo Deus, donde el profesor Yuval Noah Harari escribe una breve –dice él, el libro se acerca a las quinientas páginas– historia del mañana de la especie humana.

Acuerdo prematrimonial

Los tochazos deberían llevar incorporado el tiempo libre para leerlos, me dice J por teléfono, y añade que, debido a horarios esclavos, paternidad responsable y su intrépido espíritu lector, últimamente se dedica a leer en el móvil las muestras gratuitas de algunas de las novedades editoriales. El problema es que muchas son tan interesantes, me dice, que las acabo comprando o sacando de la biblioteca del barrio, que las tiene casi todas, no como en tu pueblo.

En eso J tiene razón.

En la biblioteca de mi pueblo apenas compran novedades mensuales y reciben la donación anual que realizamos desde casa con los brazos y el catálogo abierto. Mi hija dice que los dono porque quiero que cuando me muera le pongan mi nombre a una esquina de la sala grande. Podría tener razón, pero yo sé que en realidad lo hago para respetar el acuerdo vitalicio al que llegamos en casa antes de decidir irnos a vivir juntos. Atención bibliófilos enamorados: vuestro contrato prematrimonial no debe versar sobre cómo dividir los bienes familiares o el régimen de visita a vuestra gata que araña. Lo importante es decidir cuántos libros caben en casa atendiendo a criterios de metros cuadrados, resistencia a los ácaros y síndrome de Diógenes. Vuestra felicidad conyugal os lo agradecerá. Ahora os parece que los libros son caros y costosos de conseguir, pero a la que cumpláis años veréis que reconocen a larga distancia las casas que los acogen y se os irán acumulando en el pasillo, en doble fila de anaquel o sobre el mármol de la cocina.

En periodos de grandes lecturas, de inmersión profunda, la vida parece querer interponerse con sus demandas de amante celosa. Y uno piensa en hacer un Onetti. Veremos cómo se nos da. Para empezar, esta mañana los Reyes me han dejado un sofá, una botella de vino y otro tochito: creo que no hay regalo que cifre mejor mis deseos para el año que recién estrenamos.