'Nabokovia'

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Letras

'Nabokovia'

Carlos Mármol repasa la vida y obra del autor de 'Lolita' con motivo del 40 aniversario de su fallecimiento

11 julio, 2017 00:00

Nabokov se pasó la vida huyendo. Primero, de los bolcheviques; aquellos asesinos que venían a salvarnos. Más tarde, de los nazis: dementes uniformados que veían en la muerte de los demás la llama ardiente de un macabro renacimiento. Del único sitio del que no deseaba huir fue expulsado con violencia: el San Petersburgo de su lejana infancia, donde se crió entre estrictos rituales aristocráticos, tres idiomas --ruso, inglés y francés-- y un marcado sentido de lo procedente, que es una forma de reconocer a su contrario, que lo acompañaría de por vida, igual que su intenso amor por las mariposas, una de sus obsesiones más longevas.

Se cumplen estos días cuarenta años de su muerte y casi ochenta de su llegada a Estados Unidos, donde se convirtió --para siempre jamás-- en el autor de Lolita, la escandalosa historia de un pederasta confeso. Antes de este episodio, amplificado gracias a la facilidad para escandalizarse de la sociedad norteamericana de los 50, Nabokov ya venía arrastrando otros exilios previos --Rusia, Alemania, Francia-- que le obligaron a sobrevivir a la indigencia, pagando el peaje de hacerse profesor circunstancial de casi cualquier cosa, emplearse por temporadas en universidades --Harvard, Cornell, Stanford, el Wellesley College-- y redactar monografías infinitas donde compendiaba la literatura rusa y europea. El entretenimiento de un maníaco de la escritura. Como novelista siempre fue un (gran) escritor para escritores. Como crítico literario se reveló pronto como un extraordinario escritor para lectores: enseñaba a descifrar el código secreto de la literatura, la única escuela válida de escritura posible.

Su perspectiva del oficio coincide con su cuna: un elitismo que recuerda a los reyes de los viejos cuentos de hadas y brujas. En su obra la conexión entre el lector y los personajes se establece a través de la fascinación, no mediante la identificación. De él deslumbra, sobre todo, su voluntad de estilo, el dominio de la retórica que construye la verdad de las mentiras, frente a la fidelidad a la realidad, tan cara para quienes aún no han aprendido que el realismo es un fenómeno intencional; una actitud voluntaria, una forma de interpretar lo que leemos. En sus Cursos de Literatura (Ediciones B), encontramos, entre otras lecciones literarias, una interpretación de El Quijote a partir de la convención --no siempre compartida-- de que una cosa es la ficción de los hechos y otra, bien distinta, los hechos de la ficción. La confusión entre ambos espacios es el vicio recurrente de los lectores diletantes.

Un juego

Los espacios narrativos de sus propias novelas, reunidas por Galaxia Gutenberg en sus Obras Completas, son con frecuencia restringidos, casi fantasmales. En ellos sus criaturas aparecen sometidas a la azarosa suerte que decide su creador, que las mira desde las alturas, igual que los nobles tratan al servicio doméstico: con una extraña mezcla de desapego y cordialidad. Nabokov, según algunos críticos, era demasiado inteligente para crear tipos humanos con sincera profundidad, auténticos. En sus relatos actúa como un titiritero cruel, un dios menor que maneja todos los hilos. Prefería mostrar a decir y buscaba el arrebato estético: la sintonía con las excelsas sensaciones perdidas que le negaba la realidad más estricta.

No quiso ser testigo de su época ni aburrir con sus desgracias personales. Lo suyo era el juego: con el lector, con las palabras y con los géneros. Creó y recreó con envidiable maestría --para sí mismo; para los otros-- historias narradas a través de imágenes, el elemento capital de su dicción, a mitad de camino entre el lirismo deslumbrante y la exactitud borgiana. Nabokov trabajaba sus frases con la misma obstinación que Flaubert, pero no pensaba sólo en la eufonía de las palabras, sino en su capacidad de sugerencia. Su extraordinaria prosa lleva al límite la capacidad de condensación expresiva del inglés, logrando así el atributo esencial de la palabra poética. "La realidad --explicaba-- es un asunto subjetivo". Es cierto. La literatura no reproduce la vida; la literatura crea una apariencia de vida. Y leer es la experiencia mágica de revivir este génesis primitivo, una sensación similar al descubrimiento del fuego.