Heidegger: el filósofo desarraigado

Heidegger: el filósofo desarraigado

Ideas

La atracción de Heidegger: el filósofo del ser, de la angustia, de la muerte

El autor de 'Ser y tiempo', que colaboró con los nazis, señaló que "la técnica arranca al hombre de la tierra cada vez más y lo desarraiga", algo muy actual

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Martin Heidegger (Messkirch, 26 de septiembre de 1889-26 de mayo de 1976) es el filósofo del ser, de la angustia, de la muerte. Y también del desarraigo que produce la falta de control sobre la técnica. ¡Tan actual! El pequeño pueblo de la Selva Negra donde nació y murió lo recuerda con un pequeño museo. Está a escasos metros de la que fuera la casa paterna, cerca de la Iglesia católica donde su padre, Friedrich Heidegger, ejercía como sacristán. Incluye paneles cronológicos, cada uno de ellos con una fotografía de la época que narra. Entre 1933 y 1948 aparece con el bigote recortado, al estilo de Hitler.

Heidegger, como señala George Steiner, es un pensador controvertido. No sólo por su colaboración con los nazis. Sus lectores se dividen entre quienes lo consideran un genio y quienes lo tildan de charlatán.

Bertrand Russell no lo cita en su Historia de la Filosofía. Frederic Copleston, en una breve referencia, lo califica de “enigmático”. Günter Grass ironiza sobre él en la novela Años de perro, donde llama “tubérculos olvidados del ser” a las “patatas con piel poco hechas”. Para Rudolf Carnap, miembro del neopositivista Círculo de Viena, las proposiciones de Ser y Tiempo no son verdaderas ni falsas: carecen de significado.

La relación con Arendt

Muchos historiadores del pensamiento creen, sin embargo, que la filosofía hermenéutica o continental (por oposición a la de habla inglesa, de tendencia analítica) es incomprensible sin su obra. Desde el existencialismo de Sartre, hasta el postestructuralismo de Foucault o el pensamiento débil, con Gianni Vattimo y Jacques Derrida a la cabeza.

Algunos de los críticos de Heidegger sostienen que hay una relación directa entre Ser y Tiempo y la ideología nacionalsocialista.

Que Heidegger colaboró con los nazis y formuló encendidos elogios de Adolf Hitler está suficientemente documentado. En 1933 fue nombrado rector de la Universidad de Friburgo y propuso un programa de refundación universitaria en la estela del führer. Él mismo se consideraba rector-führer. Tal vez aspirando a filósofo-rey. Para quien desee datos detallados, ahí está el estudio de Hugo Ott, muy superior al de Víctor Farias.

Lo que no fue es antisemita. Lo prueba su relación durante años con quien fuera primero su alumna y luego bastante más, Hannah Arendt.

Como consecuencia de su actividad política, Heidegger fue apartado de la docencia universitaria tras la guerra y hasta 1951. Un periodo que coincidió con la aceptación de su obra en otros países, especialmente en Francia, a través del existencialismo.

El discurso sobre el ser

En su juventud pretendió ser jesuita y permaneció dos semanas en un seminario de la orden. Tuvo que abandonar por problemas de salud.

De familia humilde, consiguió diversas becas para estudiar, inicialmente teología. Finalmente optó por la filosofía, influido por Edmund Husserl a quien sustituiría en la cátedra de Friburgo (1928), un año después de la publicación de Ser y Tiempo.

Graffiti callejero con la imagen de Hannah Arendt

Graffiti callejero con la imagen de Hannah Arendt

Su relación con la religión es asunto de calado. Steiner sostiene que su noción de “Ser” es equivalente a la de “Dios” y que su filosofía es una reformulación de la teología. Dicho esto, añade que Heidegger hubiera rechazado esta interpretación. Su obra muestra claras influencias de Pablo de Tarso, Agustín de Hipona, Lutero, Pascal y Sören Kierkegaard, pensadores de raíz religiosa. En sus etapas iniciales, Heidegger se mostró muy cercano al catolicismo más conservador.

En 1917 se casó con Elfride Petri, que era protestante. Ambos se comprometieron a educar a los hijos como católicos, aunque no lo hicieron. Poco después abandonó la iglesia romana, coincidiendo con la posibilidad de obtener una plaza en Marburgo.

En amplios sectores de Alemania había reticencias al catolicismo, predominante en zonas del sur. Durante el periodo nazi, Heidegger acabó siendo mal visto porque acudía al monasterio benedictino de Beuron (cercano a su pueblo natal) para recogerse e impartir conferencias sobre filosofía.

Oscuridad muy sugerente

Ser y Tiempo puede ser leída como un intento de retomar el discurso sobre el ser prescindiendo, a la vez, de Dios y de la tradición metafísica que Heidegger hace arrancar de Platón y Aristóteles. Con ellos se inicia “el olvido del ser”.

La recuperación de la sabiduría griega reclama la comprensión del sentido perdido de las palabras que aún muestra, tras el desgaste, su forma original. Heidegger intenta recuperar su sentido primigenio para llegar por el lenguaje al ser, del que el hombre es el pastor.

Retoma la terminología presocrática y, cuando no le alcanza, recurre a neologismos inventados por él. Esto hace que su estilo sea bastante abstruso. Él hubiera dicho poético. Algunos autores lo han vinculado al nacionalsocialismo. Es el caso de Steiner: “Tenemos el estilo de Ser y Tiempo  y el de la jerga nacionalsocialista. Ambos, aunque en diferente nivel, se aprovechan de la capacidad que tiene el alemán de expresar una oscuridad muy sugerente, su habilidad para dar a las abstracciones (muchas veces meramente huecas o a medio hacer) una consistencia e intensidad físicas”.

Otro motivo se oculta en este olvido del ser. Platón y Aristóteles tienen una concepción instrumental del pensamiento. Para expresarlo en términos griegos, privilegian la techné sobre la poiesis. Es decir, la capacidad de transformar la naturaleza sobre el proceso creativo.

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Esta visión, presente en Ser y Tiempo, se acentúa en los últimos años de Heidegger, cuando afirma que sólo la unidad del pensar y la poesía pueden dar cuenta del ser, separándose del pensamiento productivo que culmina en la alienación que la técnica impone.

En 1966 concedió a Der Spiegel una entrevista con el compromiso de no publicarla mientras viviera. En ella sostiene: “La técnica, en su esencia, es algo que el hombre por sí mismo no domina (…) es evidente que en ninguna época el hombre ha dominado sus instrumentos”. Y sigue: “Lo inhóspito es, precisamente, que todo funciona y que el funcionamiento lleva siempre a más funcionamiento; la técnica arranca al hombre de la tierra cada vez más y lo desarraiga (...) yo estaba (asustado) cuando vi las fotos de la Tierra desde la Luna. No necesitamos bombas atómicas, el desarraigo del hombre es un hecho. Sólo nos quedan puras relaciones técnicas. Donde el hombre vive ya no es la Tierra”.

Hay, escribió en diversas etapas, tres formas de techné que pretenden sepultar la poesía: América, el triunfo del cálculo; Rusia, el de la planificación; el nacionalsocialismo, entregado a la producción.

Este proceso histórico empieza en Grecia, cuando se confunde el ser con la aparición del hombre y el mundo; el cristianismo ve el ser escondido en Dios; la edad moderna se entrega a la técnica que promueve el subjetivismo y la uniformidad.

El partido del Barça

En las lecciones sobre Heráclito, recuerda su biógrafo Rüdiger Safranski, apunta que si se quita al hombre moderno todo lo que le entretiene (“el cine, la radio, el periódico, el teatro, los conciertos, las competiciones de boxeo, los viajes”) éste “morirá en el vacío”.

Esto no significa que Heidegger desdeñara algunos entretenimientos. Su hijo Hermann lo recuerda absorto, viendo el partido de fútbol (abril de 1961) entre el Hamburgo y el Barcelona, equipo vencedor de la eliminatoria.

Entre los textos dedicados a la técnica están las conferencias impartidas en Münich en 1950 y 1953. A la segunda, “La pregunta por la técnica”, acudieron, entre otros, Ernst Jünger, Werner Heisenberg y José Ortega y Gasset. Es probable que la fotografía suya que figura en el museo de Messkirch fuera tomada entonces.

Problema metafísico

No es el único español en el museo. También figura el autor de ilustraciones para el libro El arte y el espacio (1969), Eduardo Chillida, muy interesado en la metafísica y la estética heideggerianas.

Para Heidegger, el intento de captar el ser sólo puede darse en el tiempo. El hombre es un ser temporal. Un lapso entre nacimiento y muerte. La esencia del hombre es su existencia. Es la consciencia de esa temporalidad, de la inevitable e intransferible muerte propia, lo que da sentido al ser. El hombre es un ser-ahí (Dasein, en alemán), arrojado a un mundo convertido en objeto, igual que el sujeto autopercibido. Los objetos de la percepción no son el ser sino entes, incluida la propia conciencia cuando se percibe.

El existir se da en la nada (“la nada nadea” escribirá). Una nada de la que resulta contradictorio decir que es y también que no es. En realidad, es atributiva, es decir, lingüística. Emerge de la negación del ser.

'Ser y tiempo', de Heidegger

'Ser y tiempo', de Heidegger

La nada es el eje de uno de sus textos más difundidos: ¿Qué es metafísica? La mejor forma de adentrarse en la metafísica, dice, es tratar un problema metafísico: la nada: “¿Qué es Metafísica? La pregunta hace concebir la esperanza de que se va a hablar acerca de la metafísica. Renunciamos. En su lugar vamos a dilucidar una determinada cuestión metafísica. Así nos sumergimos inmediatamente dentro de la metafísica misma. Con ello le procuramos la única posibilidad adecuada para que se nos ponga, ella misma, de manifiesto”.

Teólogo enmascarado

Del ser, en cambio, sólo cabe predicar que “es”. O callar.

Algunos heideggerianos sostienen que la afirmación “el ser es” tiene su origen en el “yo soy el que soy” con el que Yahvé se identifica ante Moisés en el  Éxodo.

Pero también cabe la angustia que lleva al silencio.

“La angustia hace patente la nada”, dice. Una angustia que surge de la temporalidad y que conviene no confundir con el miedo. El miedo es siempre “miedo de”. La angustia es propia. “La angustia nos vela las palabras (...) enmudece en su presencia todo decir ‘es’. Si muchas veces en la desazón de la angustia tratamos de quebrar la oquedad del silencio con palabras incoherentes, ello prueba la presencia de la nada”.

Entonces, “¿Qué pasa con la nada? (…) La nada se descubre en la angustia –pero no como ente. Tampoco está dada como objeto. (…) En la angustia el ente en total se torna caduco (…) la angustia no aniquila el ente para dejarnos como residuo la nada”.

El texto termina con la famosa pregunta de Leibniz: “¿Por qué hay algo y no más bien nada?”

Cabe que Heidegger fuera un teólogo enmascarado. Pero nunca sugirió que Dios fuera la respuesta al interrogante. Tal vez porque ya era partidario del silencio. Un silencio transitivo. “Lo único que importa es que la verdad llegue al lenguaje y que el pensar alcance dicho lenguaje. Tal vez entonces el lenguaje reclame el justo silencio en lugar de una expresión precipitada”, escribe en Carta sobre el humanismo.

Menos filosofía y más pensar

Este llamamiento a callar figura ya en Ser y Tiempo: “La conciencia habla única y conjuntamente en la modalidad del silencio. Con esto no pierde nada de su perceptibilidad sino que fuerza al Dasein interpelado e intimidado a guardar silencio sobre sí mismo”.

No todos han asumido que el silencio sea siempre aceptable. Puede que se adecúe al ser, pero muchos (Steiner, Jaspers, Arendt, Adorno, Habermas) no comprenden el silencio de Heidegger sobre el periodo nacionalsocialsta y sobre el mal radical que fue el holocausto. Para él resultaba claro: su colaboración con los nazis fue un error. Con lo demás, él no tuvo nada que ver y menos aún su filosofía.

Pero las preguntas siguen vivas. Después de todo él mismo escribió que “preguntar es la devoción del pensamiento”, Un pensamiento que es hijo del asombro y convoca a los filósofos en tiempos en los que convendría, sigue diciendo Heidegger, menos filosofía y más pensar. Hasta donde nos lleve el lenguaje.