Cartel de propaganda de Stalin
La increíble odisea de los republicanos españoles secuestrados en el gulag
Los historiadores José Vicente García Santamaría y Juan Carlos Sánchez Illán recuperan en un libro la tragedia de los marinos republicanos prisioneros en los campos de la muerte soviéticos
Los Libros de la Catarata publica Marinos republicanos en los campos de concentración soviéticos 1938-1956, de los historiadores José Vicente García Santamaría y Juan Carlos Sánchez Illán, y lo que se explica en este libro es tan insólito y tan surrealista que no logro salir del estupor, aunque buena parte de la historia ya la conocía de haber leído con anterioridad las obras de Luiza Iordache y Alicia Alted. Pero conocer en sus líneas básicas lo que les ocurrió a este grupo de profesionales antifascistas atrapados en los campos de la muerte soviéticos no ha mitigado el efecto devastador que produce volver a leer sobre una historia tan absurda que señala como ninguna otra el sinsentido radical de las dictaduras totalitarias.
“La primera consideración a tener en cuenta sobre los marinos”, cuentan los autores, “es que eran simples trabajadores en comisión de servicios del Gobierno republicano, pero también hombres de izquierda, afiliados a sindicatos y partidos que defendían la causa republicana porque creían en ella. En segundo lugar, se convirtieron en prisioneros de la noche a la mañana y sometidos a trabajo esclavo de manera arbitraria, sin cargos, sin juicio alguno y, por tanto, sin condena”; “En el otoño de 1937 los nueve buques mercantes españoles que se encontraban atracados en los puertos de Odesa, Murmánsk y Feodosia fueron retenidos por las autoridades soviéticas sin que hasta el momento se haya aclarado o justificado este proceder”.
Tripulantes del barco 'Semíramis'
En la Unión Soviética de Stalin y Beria, a los disidentes, los opositores, “espías estadounidenses”, “titistas” o “fascistas” se les enviaba a morir de frío, inanición y fatiga a campos de la muerte por “procedimientos administrativos”, naturalmente secretos y a espaldas de cualquier proceso jurídico mínimamente civilizado. En el caso que nos ocupa, la orden ejecutiva partió el 26 de junio de 1941 del todopoderoso jefe del Comisariado del Pueblo para Asuntos Internos, Lavrenti Beria, quien ordenó el traslado inmediato de 25 pilotos de aviación y 48 marinos republicanos españoles al campo 5110/32 de Norilsk, uno de los más duros e inhóspitos. El traslado se hizo en vagones-cárcel sin calefacción, en condiciones infrahumanas, prácticamente sin agua ni comida. Durante el verano y el invierno de 1941 una cuarta parte de la población del gulag había muerto de inanición.
¿Cómo eran esos campos de Norilsk, Vorkutá/Intá, Karagandá y Spassk? Disponemos ya de información abundante sobre su naturaleza y objetivos: “Es cierto que entre el Konzentrationslager nazi y el gulag soviético existían notables diferencias, pero también numerosas similitudes: el eslogan ruso Cherez trud domoi (El trabajo es camino de regreso al hogar) ya presagiaba el tristemente famoso Arbeit macht frei (El trabajo te hace libre), en palabras del historiador Norman Davies”. Es cierto, en los campos soviéticos no abundaban las armas de fuego (se mataba de hambre, enfermedades o a palos), y a menudo no había ni alambradas, porque en un lugar en el que se vivía a treinta, cuarenta y hasta cincuenta grados bajo cero no había adónde ir.
Los reclusos dormían sobre tablas en literas, como en los campos nazis, con una manta ligera, y se tenían que cubrir los pies y el cuerpo con cartones y trapos, lo que no impedía que los miembros se fueran congelando, en un lugar donde no había médicos ni fármacos. Se servían dos comidas diarias: sopa de nabos o coles, y un pedacito de pan negro. Y con esa alimentación, los prisioneros trabajaban doce horas diarias, a diez kilómetros del campo o más, durmiendo cinco horas, extrayendo minerales, construyendo vías o aserrando troncos. Entre 1953 y 1954, tras la muerte de Stalin, miles de reclusos se amotinaron y empezaron a reclamar un trato digno o meramente humano: la respuesta fue ametrallarlos en masa e introducir tanques en los campos para aplastarlos y bombardearlos.
Lavrenti Beria
Los autores señalan que lo más insólito de todo es que esos marinos españoles no fueran fusilados sin contemplaciones durante el período bélico. Si acudimos a otro historiador acreditado, Moshe Lewin, que enseñaba en la Universidad de Pensilvania, tomamos aún más contexto: “El NKVD y su policía secreta acabaron interesados, inevitablemente, en desempeñar un papel de primer orden en la industrialización del país y abanderaron la transformación del sistema penitenciario en un inmenso sector industrial bajo su control administrativo. Evidentemente, los condenados proporcionarían la mano de obra, así que había que lograr el máximo número posibles de ellos”. Lo característico del gulag era su naturaleza productiva. Se calcula que en total fueron unos 18 millones de personas las que pasaron por ese infierno sin ninguna clase de garantías jurídicas. El NKVD fue sustituyendo al Comisariado de Justicia en el control de los centros penitenciarios, convirtiendo los territorios de Siberia y Kazajistán en cárceles infinitas de producción en masa. Y ese complejo represivo y criminal no pudo ser desmantelado hasta los tiempos de Gorbachov, medio siglo después.
Actualmente, se sabe de qué forma el Tercer Reich secuestró también a millones de colonizados para que trabajaran como esclavos en las factorías alemanas. Un chollo sórdido y ultracapitalista. Lewin llegó a la conclusión de que el gulag fue básicamente un imperio industrial, una inmensa infraestructura de producción a través de mano de obra esclava totalmente ajena a los principios ideológicos y teóricos del Estado en que se albergaba. Una auténtica y faraónica monstruosidad. “Desde mediados de los años treinta,” continúan García Santamaría y Sánchez Illán, “cuando la población de los campos ascendía a unos 300.000 reclusos, se llegó en muy pocos años hasta los cuatro millones, entre civiles y soldados.
El sistema se nutrió en esa época de las deportaciones de ciudadanos de los territorios conquistados en 1939, sobre todo de países como Polonia, Ucrania y las repúblicas bálticas, en tanto que a partir del verano de 1941 se alimentó de los soldados capturados a las tropas del eje”. Los peores años fueron los de la Segunda Guerra Mundial, que dejaron la URSS devastada y conmocionada, y durante los años de Jruschov la situación mejoró para los marinos reclusos, que salieron de las regiones árticas para ser instalados, cuando ya eran esqueletos fantasmales, en regiones más cálidas de Kazajistán. Es allí donde algunos de ellos convivieron e incluso mantuvieron relaciones afectivas con mujeres polacas, austríacas y bálticas que, una vez liberadas, empezaron a denunciar por todo Occidente la existencia de unos presos españoles olvidados por todos. Seguramente sin el tesón de esas mujeres no hubiera sobrevivido ni uno solo.
En los primeros capítulos de la obra, se describe el papel de la flota mercante española a partir de 1936: cómo la República desaprovechó su ventaja inicial, cómo se efectuaron las expediciones de los buques españoles y rusos hacia Crimea y Murmánsk, en el Ártico, para traer víveres y material bélico a la Península, y finalmente cómo fueron detenidos y deportados en 1941 los marinos españoles que se habían quedado varados en la URSS. Dos factores influyeron en esa decisión terrible de Beria: la monomanía xenófoba de las autoridades soviéticas, que veían a un fascista en cualquier extranjero, y la decisión de algunos marinos de pedir su traslado a España o a algún país latinoamericano para poder continuar con sus vidas.
De esos murieron casi la mitad en los campos de trabajos forzados. Y es allí donde los dirigentes del PCE, especialmente Pasionaria, Enrique Líster, Fernando Claudín y Pedro Martínez Cartón jugaron su papel más oscuro, presionando a los represaliados para que aceptaran quedarse a vivir en la URSS con las condiciones que impusieran sus autoridades. Sabían dónde estaban y cómo los pilotos y marinos esclavizados, y sólo el ex ministro Jesús Hernández intentó interesarse por su suerte.
'Marinos republicanos en los campos de concentración soviéticos'
El libro reconstruye la biografía de esos marinos y rescata episodios tristísimos, como el caso de Ricardo Pérez Fernández, marinero del Cabo Quilates y afiliado a la CNT, asesinado a culatazos en Odesa el 16 de febrero de 1949. Su crimen: haber escondido una patata. Pero fueron muchos más, y sus nombres quedan consignados en los apéndices del libro: 33 murieron entre 1941 y 1954; ocho decidieron quedarse en la URSS en 1948; 19 consiguieron volver a casa en el buque Semíramis, en 1956, y el régimen franquista ni les dio facilidades ni les puso obstáculos. Paradójicamente, volvieron junto a ex combatientes de la División Azul, que fueron recibidos como héroes. A los marinos republicanos no les hicieron excesivo caso; tampoco lo deseaban y en adelante fueron muy discretos y no hablaban de su cautiverio ni con su familia más cercana, excepto en Navidad. En definitiva, eran hombres física y mentalmente destruidos, aunque un puñado de ellos logró reconstruir su vida y seguir trabajando unos años más.
Uno de los capítulos más emotivos, el sexto, está dedicado a las campañas internacionales de apoyo a esos pobres hombres olvidados. La campaña fue liderada por un cenetista, José Ester Borrás, que impulsó innumerables publicaciones y se hizo ayudar de numerosos aliados: la ex presa Madeleine Clement, liberada en 1948 tras la visita de De Gaulle a Moscú; Rafael Sánchez Guerra, ministro sin cartera en el gobierno en el exilio de Giral; o el socialista Rodolfo Llopis. Hicieron un mal papel los comunistas Mije, Carrillo y Claudín, quienes escribieron y sostuvieron que en la URSS sólo permanecían “falangistas”. Naturalmente, las bases del PCE y el PSUC no fueron nunca informadas de todos estos hechos.
Actualmente no hay placa, calle o elemento conmemorativo que recuerde la odisea increíble de esos hombres comprometidos y honrados, y no es que andemos sobrados de ejemplos morales en un mundo que vuelve a hundirse en la lógica de los señores de la guerra, el rearme, la manipulación del presente, la extorsión ideológica, los genocidios y el turbocapitalismo más inhumano. Las informaciones siguen siendo incompletas y de muchos afectados por las políticas demenciales del estalinismo aún no se ha podido saber absolutamente nada. Sólo este libro de lectura más que recomendable y sus precedentes quedan como testigos de lo que sucedió.