¿Una Escuela de la Inteligencia?

¿Una Escuela de la Inteligencia? DANIEL ROSELL

Ideas

¿La tecnología creará una Escuela de la Inteligencia?

Con la educación digital, enseñar y aprender son dos actividades que requieren mucha más atención que nunca, un hábito que ha entrado en crisis en nuestra civilización debido a la presencia de las máquinas en las aulas

29 agosto, 2024 13:47

Un ejemplo paradigmático de neuromito consolidado son las Inteligencias Múltiples, el modelo revolucionario descrito por Howard Gardner en 1983. Si buscamos definiciones de lo que son len la Ley de Educación (LOMLOE) no encontramos nada. Menos mal, sólo faltaría que las leyes se dedicaran a hacer filosofía para desconcierto de los docentes. En cambio, si buscamos rastros digitales de la LOMLOE y los relacionamos con la teoría de Gardner (que nunca demostró y que incluso refutó en parte), aparecen miles de artículos y propuestas didácticas de universidades que no sólo presentan la teoría de Gardner como un artículo de fe, además afirman que el único modo de aplicar esta legislación correctamente es a través del enfoque conocido como Inteligencias Múltiples. 

Sin embargo, la ley no dice eso. Compruébenlo. Se refiere muchas veces en el Diseño Universal de Aprendizaje, y la voz más aproximada que utiliza es “representaciones”. El docente que aplique este método (ya hablaremos otro día de la validez racional y científica de este concepto, también en discusión) debe buscar “representaciones” diversas para hacerse entender por un alumnado diverso. Las Inteligencias Múltiples no asoman por ningún lado. Sí lo hacen, por el contrario, en un decreto curricular autonómico, pero de forma indirecta y muy discreta. 

Un robot emulando a un profesor

Un robot emulando a un profesor

Concretamente, en el Decreto 175/2022, 27 de septiembre, de ordenación de las Enseñanzas de la Educación Básica, el currículum catalán dice en su página 353: “El autoconocimiento permite a la persona indagar en sus aspiraciones, necesidades y deseos personales, descubrir sus aptitudes, distinguir sus inteligencias y, así, reflexionar sobre sus fortalezas y debilidades y aprender a valorarlas como fuente de crecimiento personal.” Como se ve, el decreto catalán sí es más “filosófico” y sí habla de “inteligencias”, en plural, a propósito de la Competencia Específica Número 1 de la materia Emprendeduría de cuarto de ESO. Qué curioso: la metafísica antropológica y socrática entra de la mano de una asignatura que se propone explícitamente generaremprendedores”, para que luego nieguen que estos entramados tengan algo que ver con la ingeniería social y el léxico economicista. Pero no nos alejemos de nuestra pregunta fundamental: si la ley no la prescribe, ¿por qué existe esta unanimidad en los materiales de las facultades de pedagogía y academias pedagogistas de todo pelaje en torno a las Inteligencias Múltiples de Howard Gardner?

¿Quiénes y desde qué momento vincularon las teorías de Gardner con el despliegue de la actual legislación educativa? ¿Quiénes y por qué dieron ese cambiazo? ¿Y cómo puede ser que una superchería que no goza de ningún tipo de respaldo racional o científico goce de buena salud entre nosotros? ¿De dónde procede este confusionismo? La respuesta no puede ser más prosaica: las Inteligencias Múltiples son un negocio fabuloso. Los presuntos cursos y másteres de pedagogía gardneriana, la ignara formación permanente que ha de sufrir el pobrecito docente español, mueven millones de euros. Podría tratarse de una broma, pero el gardnerismo no es un chiste. 

Pondré un ejemplo. Un día desayunaba en una sala de profesorado. Entró un profesor de matemáticas y le comentó a una compañera que no sabía qué hacer con un alumno, al que llamaremos, al azar, Carlos. Al parecer, no entendía nada de la materia (otro día podremos hablar de por qué, a Carlos, desde un enfoque innovador, se le ha impedido saberse las tablas de multiplicar, pero no nos desviemos de la cuestión). El profesor le explicaba a la compañera cómo había intentado explicar los problemas de matemáticas a Carlos desde “la Inteligencia Cinética”; y en ese momento el profesor empezó a danzar, dar saltitos y hacer ritmos sobre la mesa, explicando el problema de matemáticas, y al parecer quizá Carlos, que tenía una Inteligencia Cinética tan desarrollada, entendiera un problema de proporcionalidad danzando y dado saltitos. El cuadro es cómico, yo me reí, pero luego ya no me reí tanto, me reí… como nos reímos con una película de Charlot, con una tristeza infinita por Carlos… y por el pobre docente, que actuaba con total buena fe. 

Gregorio Luri, en el barrio de Gràcia de Barcelon

Gregorio Luri, en el barrio de Gràcia de Barcelon

Recuperemos un pasaje de Gregorio Luri. Pertenece a su libro El deber moral de ser inteligente (Plataforma, 2018), y concretamente a su capítulo ‘En defensa de una innovación crítica’, y dice lo siguiente: “Controla las fuentes de dispersión de la atención en todo el centro. Podemos llamarlas fugas de energía. Me refiero a todos aquellos problemas cotidianos que, sin ser ninguno de ellos muy relevante por separado, en conjunto consumen una gran cantidad de energía” (2018: 149). Se puede estar refiriendo, en parte, a los problemas técnicos que son el pan de cada día de la educación digitalizada. 

En la Escuela de la Felicidad y del Entretenimiento, estos problemas se convierten en una bola que impide aprender. Enseñar y aprender son actividades que se realizan mucho mejor con recursos modestos, con simplicidad y serenidad, y con metodologías comprobadas y consolidadas. Una escuela que enseñara se daría cuenta de que los hábitos, la palabra compartida, la lectura grupal, el diálogo en común, el debate y la adquisición de nuevo léxico deberían ocupar el centro de la institución académica. Un edificio cruzado de ruido y dramatismos, aparatos que pitan y zumban y se descargan, y necesitan de un maná exterior (la señal wi fi) que no llega nunca, donde todo el mundo está pendiente de humillaciones en la red, donde los procedimientos han borrado los objetivos más básicos, donde resulta imposible leer o estudiar, donde hay demasiada violencia y demasiada agitación, y tensión y divisiones culturales, carece de futuro. Luri demuestra que, en la actualidad, la inteligencia es, más que nunca, atención, y que la atención está viviendo una crisis importante en nuestro país y en nuestra civilización. 

'Inteligencia artificial', de Pablo Rodríguez

'Inteligencia artificial', de Pablo Rodríguez DEUSTO

Pero lo más grave o lo más preocupante no es esto: lo es que intentemos apagar este incendio con más gasolina, con más recursos nocivos, con más estrategias equivocadas. Para lograr una Escuela de la Inteligencia necesitamos ser nosotros inteligentes, quitarnos de encima a los mercachifles de aparatos distractores y rediseñar espacios en los que el aprendizaje esté en el centro, y no las baratijas, patrañas, espasmos, postverdades y espirales de dispersión que fomentamos hoy. 

Pablo Rodríguez, ingeniero y especialista en tecnologías de la comunicación, autor del libro Inteligencia artificial. Cómo cambiará el mundo (y tu vida) (Deusto, 2018), escribe: “Cuando estás en internet, a veces da la sensación de que hay un desajuste fundamental entre la economía de la atención, y las aspiraciones de cada uno. A veces da la impresión de que la economía de la atención nos está transformando el cerebro. Con su flujo incesante de ofertas y oportunidades para las relaciones, sus interrupciones e interacciones, la economía de la atención cambia nuestros límites físicos y psicológicos y convierte los impulsos en hábitos, a veces nocivos”.

Su opinión es especialmente valiosa porque procede de un defensor acérrimo de los usos civiles de la Inteligencia Artificial, de alguien que declara estar orgulloso de estar contribuyendo a crear programas que prevendrán sequías o aumentos de los índices de delincuencia en lugares concretos. Sus prevenciones coinciden también con las de uno de los principales divulgadores en materia en tecnología aplicada a las aulas: Héctor Ruiz Martín. Él también considera que las nuevas herramientas tecnológicas no moldean el cerebro pero sí pueden ser una fuente de distracción. 

Nos moldeen o no, una cosa parece clara: si no sabemos qué preguntar, ni cómo afinar nuestras preguntas, ni Google ni la Inteligencia Artificial nos servirán de gran cosa excepto para pergeñar bagatelas. Dicho de otro modo, el titular de la ministra de Educación, Pilar Alegría, según el cual ya no tiene ningún sentido aprender nuevos contenidos porque todo está en la IA es un disparate garrafal. Concretamente, el titular era éste: “Alegría advierte de que educar acumulando contenidos "ya no sirve" porque la Inteligencia Artificial ‘es una realidad”"(Europa Press, 28 de marzo de 2023). 

Cartilla escolar para enseñar los colores (1890)

Cartilla escolar para enseñar los colores (1890) MARCIUS WILLSON /N.A. CALKINS

Un amigo científico me explica que no hay nada mejor que la IA para determinar diagnósticos médicos. Sin embargo, ¿alguien que apenas sabe leer y escribir, con un léxico pobre, podría utilizar las nuevas herramientas para obtener algún tipo de información compleja? La respuesta, obviamente, es no. Más bien parece que es la mente experta la que saca más jugo de la tecnología: no es que la IA ayude a construir mentes expertas, parece que son precisamente las mentes ya expertas las que ejercen un papel activo y no pasivo en las interacciones con la IA. Sin formación previa, parece que la IA sólo sirve para entretenernos un rato o para hacernos los deberes sin aprender absolutamente nada, o para que predigan cuál será nuestro comportamiento o si gozaremos o no de salud en el futuro.

La cuestión, si se quiere, es filosófica: ¿cómo obtendremos buenas respuestas de una máquina que sirve para responder y prever, si no sabemos qué preguntar ni cómo preguntar, si ni siquiera conocemos las palabras adecuadas para manejar esa fabulosa herramienta? La conclusión podría ser que la llegada y la divulgación de la Inteligencia Artificial más o menos democratizada será útil a personas formadas, poseedoras de suficiente léxico y redes de conceptos relacionables. Una posible conclusión es que un paso previo para la utilización razonable de las Inteligencias Artificiales en clase sería una etapa de intensa formación humanística, clásica o tradicional, literaria o integral, como prefieran llamarla. De lo contrario, caeremos en una oleada sin precedentes de credulidad; seremos incapaces de entrenar correctamente a la IA para que funcione bien, y también seremos incapaces de detectar errores e incorrecciones.

Niños con ordenadores en una clase

Niños con ordenadores en una clase

Y esto por no hablar de la progresiva introducción de fronteras económicas que irán dificultando el acceso a esa tecnología, obligando a las instituciones a desviar cada vez más dinero público al acceso a la tecnología y no en la adecuada formación y preparación de las personas. Se habla de las tecnologías y sus promesas como si habitáramos una sociedad ideal, sin desigualdades cada vez más sangrantes. Como ha explicado el filósofo Markus Gabriel en su tratado El ser humano como animal (Pasado & Presente, 2023), la fe acrítica en el progreso tecnológico, si no se acompaña de progreso moral y reflexión humanística, nos conducirá a los mismos desastres que la fe industrial produjo en el siglo XX.

Hemos intentado llamar la atención aquí sobre dos mitos potentes que están distorsionando el debate educativo actual (las Inteligencias Múltiples y la Inteligencia Artificial como panacea), sin entrar en la espinosa cuestión del control social a través de herramientas tecnológicas. No hay espacio aquí para desarrollarlo; sin embargo, sí podemos señalar el extraño silencio que rodea a esta cuestión que fuera de España sí llena ríos de tinta. 

Por ejemplo, Kate Crawford, investigadora en el Microsoft Research Lab de Nueva York, escribe en su libro Atlas de IA (Ned Ediciones): “El problema de la verdad fundamental para los sistemas de IA se acentúa en el contexto del poder estatal (...). Las agencias de inteligencia abrieron el camino para la recolección en masa de datos en la que las firmas de metadatos son suficientes para desatar ataques letales de drones y en la que la ubicación de un móvil se vuelve un proxy para un objetivo desconocido. (...) Las profundas interconexiones entre el sector tecnológico y el militar están ahora enmarcadas dentro de una agenda fuertemente nacionalista. La retórica acerca de la guerra de IA entre entre Estados Unidos y China impulsa los intereses de las compañías más grandes por operar con mayor apoyo estatal y menores restricciones. Mientras tanto, el arsenal de vigilancia utilizado por la National Security Agency (NSA) y la Central Intelligence Agency (CIA) ahora se despliega en el ámbito doméstico, a nivel municipal, en el espacio intermedio de contratación comercial-militar por parte de compañías como Palantir” (p.336). No es precisamente un incel conspiranoico quien escribe esto (¡ojalá fuera así!), sino una investigadora contratada por Microsoft.

Cartilla escolar

Cartilla escolar

La Inteligencia Artificial, ¿está abriendo el mundo o lo está cerrando? ¿Nos asegura un mundo mejor o, por el contrario, cancela nuestro futuro y lo guarda en un compartimento estancado? ¿Por qué no se discute la idoneidad de ciertas tecnologías para una educación integral y democrática? ¿Por qué se la supone apta para todos los niveles e incluso como una realidad redentora, sustitutiva y salvífica? ¿Quién nos garantiza que no se pretenda convertir nuestras escuelas en granjas de datos? ¿No estaremos colocando a nuestro alumnado en el furgón de cola para satisfacer intereses completamente extraacadémicos? 

La pregunta no debería ser: ¿IA en el aula, sí o no?, sino más bien: ¿cómo lograr que la IA sea provechosa y no un timo para vigilarnos y someternos? A la IA ni la vamos a frenar ni podremos controlarla, pero quizás seamos capaces de mantener cierta distancia crítica con los solucionismos devastadores, que ni siquiera los tecnólogos honrados desean. ¿Por qué nos comportamos como niños? ¿Por qué tendríamos que abandonar nuestra mayoría de edad autónoma porque nos han hecho promesas fabulosas? ¿Seremos capaces de superar el esquema binario, el sí o no, para echar un vistazo a la complejidad del problema? Eso es lo que hace un ser inteligente, ver matices y adaptar su respuesta, sin caer en reacciones manidas. Aquí termino, dejando todas estas preguntas en el aire.