Un robot jugando al ajedrez

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Ideas

El algoritmo, el nuevo soberano

La Inteligencia Artificial, cuyo desarrollo comenzó en los años 50, funciona gracias a algoritmos alimentados con bases de datos que crean un sistema que imita e interpreta la realidad, aprende de sus propios fallos y es capaz de autocorregirse

19 marzo, 2024 19:00

La presencia de Internet en la vida de los hombres y de los pueblos es de tal magnitud que se ha hecho imprescindible para su desarrollo, y lo mismo se podrá decir de la Inteligencia Artificial. Estamos abocados a una sociedad digital, de modo que todo lo que no hagamos ahora nos dejará en retraso. Podemos aproximarnos históricamente a su contexto social y cultural, indagando los anhelos y deseos que se han ido sucediendo en torno al valor de la inteligencia y los autómatas, y en cualquier plano. El poeta Juan Ramón Jiménez, por ejemplo, llegó a invocar a la inteligencia con su sello particular: “¡Intelijencia, dame/ el nombre exacto de las cosas!/… Que mi palabra sea/ la cosa misma,/ creada por mi alma nuevamente”.

Cabe recordar que inteligencia es un término de procedencia latina. Inteligente era el entendido, es el que sabe penetrar en la realidad de las cosas, quien sabe leerla. Esto requiere destreza, habilidad y experiencia práctica. El Diccionario de la Lengua Española define la inteligencia como la capacidad de comprender o resolver problemas. Y tiene una entrada para la inteligencia artificial: “Disciplina científica que se ocupa de crear programas informáticos que ejecutan operaciones comparables a las que realiza la mente humana, como el aprendizaje o el razonamiento lógico”.

El matemático Alan Turing, pionero de la IA

El matemático Alan Turing, pionero de la IA

En 1950, unos cinco antes de que se estableciera el término Inteligencia Artificial, el genial matemático Alan Turing publicó un criterio (o test) para dictaminar si una máquina (artificio inseparable del hombre) es inteligente. Estaba trabajando en la construcción de los primeros ordenadores digitales hechos en Gran Bretaña cuando propuso que una máquina alcanza una inteligencia comparable a la que puede expresar un ser humano si lo puede sustituir en una conversación a ciegas sin que su interlocutor se cerciore de que está hablando con una máquina.

Fue el matemático norteamericano John McCarthy, de padre irlandés y madre lituana, quien acuñó el término Inteligencia Artificial. Era conocido por sus estudiantes del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) como Tío John. Catedrático de la Universidad de Standford durante casi cuarenta años, formuló la idea de la informática utilitaria y del tiempo compartido (muchos usuarios comparten de forma simultánea un recurso informático; lo que supone un drástico ahorro y es uno de los fundamentos de Internet). Tenía por lema: “Haz aritmética o estarás condenado a decir tonterías”. Sin embargo, habló de las emociones de las máquinas; incluso los termostatos, dijo, tienen creencias, lo que le parecía una característica de la mayoría de las máquinas capaces de resolver problemas.

John McCarthy con una computadora IBM en la Universidad de Standford (1967)

John McCarthy con una computadora IBM en la Universidad de Standford (1967)

No tardó en producirse una carrera para conquistar antes que nadie la Inteligencia Artificial, lo que acabó por desplazar a la carrera espacial. Valga recordar que, en 1957, el satélite artificial ruso Sputnik 1 fue el primero en ser puesto en órbita alrededor de la Tierra. Al poco se fundó la NASA y, antes de que pasaran cuatro años, el astronauta ruso Yuri Gagarin fue el primer ser humano en viajar al espacio exterior y completar la órbita alrededor de la Tierra: lo hizo con la nave espacial Vostok 1. Ya en 1969, los estadounidenses llegaron a pisar la Luna con Apollo 11; siendo Amstrong el primer hombre en caminar por la superficie del satélite natural de la Tierra.

La empresa de construir una inteligencia humana fuera de un cráneo y contenida en una mente artificial tiene un aroma mítico. Dédalo, el arquitecto del laberinto de Creta, construyó un autómata gigante hecho de bronce para combatir las invasiones a la isla. El objeto de la construcción del laberinto fue encerrar al monstruo Minotauro, mitad humano y mitad toro. Hay que contar asimismo con la histórica imaginación de animales imposibles como las quimeras (vientre de cabra, cola de dragón y cabeza de león que vomitaba llamas) y con las recetas para fabricar homúnculos, en el siglo XVI. Para esas fechas, hubo en la mitología judía la figura del gólem, un humanoide hecho por el hombre con arcilla y agua, con ensalmos y conjuros. Los sociólogos de la ciencia Harry Collins y Trevor Pinch presentan el gólem como metáfora de la ciencia: un humanoide que creció sin parar, para acabar fuera de control y amenazar a sus amos con eliminarlos.

Garry Kasparov juega al ajedrez con el ordenador Deep Blue en 1996

Garry Kasparov juega al ajedrez con el ordenador Deep Blue en 1996

El informático Christopher G. Langton ha opinado que va a ser difícil que la gente acepte la idea de que las máquinas puedan estar tan vivas como las personas, “y que no hay nada especial en nuestra vida que no se pueda conseguir con otra clase de material, si ese material se ensambla de la manera adecuada”. No obstante, cuando dijo estas palabras, hace unos treinta años, el matemático israelí Doron Zeilberger ya escribía artículos que firmaba poniendo como coautor a ‘Shalosh B. Ekhad’, su ordenador.

Se dispone ya de máquinas artificiales que compiten con la fabulosa máquina neuronal que es el cerebro con miles de billones de interconexiones. En el juego de ‘la mente que construye mentes’, los partidarios de imitar la inteligencia humana con modelos biológicos y los que proponen evitarla mediante exclusivos modelos lógicos conjeturan y discuten con pasión. Perplejos ante las posibilidades que se auguran, podemos preguntarnos como Douglas Hofstadter (brillante matemático que trabajó en el Laboratorio de Inteligencia Artificial del MIT; es hijo del premio Nobel de Física, en 1961, de nombre Robert): “¿Qué habrá en el mundo que nos permita convertir 100.000 puntos retinales en una sola palabra madre en una décima de segundo?”.

The Mind's 1

The Mind's 1

El asunto de la Inteligencia Artificial consiste en disponer de una potente red de algoritmos –convertidos en los nuevos soberanos– y alimentados con bases de datos, un sistema capaz de imitar e interpretar su realidad objetiva, aprendiendo de los fallos cometidos para autocorregirse. Pueden confeccionar modelos y reconocer los que están subyacentes. Hay redes neuronales artificiales que imitan las de las neuronas biológicas.

Se puede decir que los robots parlantes aprovechan nuestra conversación como entrenamiento y estímulo para mejorar, siguiendo algoritmos que, por aprendizaje aritmético, evolucionan y maduran tal y como podemos hacer nosotros. Aunque estemos lejos de entender el proceso mediante el cual el cerebro procesa los datos y los integra en un mensaje, importa comprender las reglas matemáticas que sustentan los algoritmos que controlan la vida actual. Quien posea datos y algoritmos en tiempo real dominará la industria, los servicios y nuestra confidencialidad.

Behind Deep Blue

Behind Deep Blue

En el desarrollo inicial de la Inteligencia Artificial hay que considerar, entre otros, a Claude Shannon, Marvin Minsky y Norbert Wiener; este último se interesó vivamente por el Autómata Ajedrecista (del inventor e ingeniero español Leonardo Torres Quevedo, fallecido en 1936). Durante la Segunda Guerra Mundial, Wiener trabajó en el diseño de sistemas de defensa antiaérea norteamericano y desarrolló estudios de prótesis sensoriales para reemplazar miembros amputados; brazos artificiales, en particular. Asimismo, ideó aparatos para paliar la sordera. 

En su libro Cibernética o el control de conocimientos en animales y máquinas, publicado en 1948, Wiener introdujo el neologismo cibernética (el arte de gobernar una nave, de la voz griega kybernetes). Se trata de una ciencia híbrida orientada a fijar medios de control sobre nuestro entorno, para la mejora del nivel de vida y para asegurar, afirmaba el científico de origen lituano, la “continuidad de cualquier modo de vida civilizado, en el futuro”. Cofundador del Laboratorio de Inteligencia Artificial del MIT, Marvin Minsky veía el ordenador como prótesis de nuestro propio cerebro, y definía la inteligencia como la capacidad de adaptarse. Ambas inteligencias (natural y artificial) “nacen y existen para servir a la evolución humana”, afirmó. Hoy día, se baraja conectar implantes al sistema nervioso para unir el cerebro humano a la inteligencia artificial. 

Norbert Wiener

Norbert Wiener

Hay que rememorar también obras literarias extraordinariamente evocadoras como el Fausto, que se originó en la Edad Media y que fue reformulado por Goethe. Y Frankenstein o el moderno Prometeo. Años después de la muerte de su autora, Mary Shelley, el biólogo Thomas Huxley se preguntaba en 1874 por las pruebas de que los brutos no fuesen una raza superior de marionetas que comen sin placer, lloran sin dolor, no desean ni saben nada; era abuelo de Aldous Huxley, el autor de Brave New WorldUn mundo feliz–. Cabría considerar La búsqueda del absoluto, de Balzac, y El campanario, de Herman Melville, donde un ingeniero fabrica un hombre mecánico. Después vendría la celebérrima obra de Robert L. Stevenson El extraño caso del doctor Jekill y el señor Hyde. Y toda la obra del gran Julio Verne, con títulos como Viaje al centro de la Tierra o De la Tierra a la Luna. En 1921, se estrenó en Praga la pieza teatral R.U.R (Robots Universales Rossum), en la que su autor, Karel Capek, introdujo el término robot, del checo ‘robota’ (trabajo).

Dos películas clásicas precursoras son Metrópolis, de Fritz Lang, en 1927, con una sociedad dividida en grupos antagónicos y con robots antropomorfos. Unos cuarenta años después, Stanley Kubrick dirigió la mítica cinta 2001. Una Odisea del espacio. Habría que hablar también del olvidado movimiento cosmista, ubicado a finales del siglo XIX. Su fundador, Nikolái Fiódorov (1827-1903), fue un pensador cristiano ortodoxo que promovía la oración de los vivos por los muertos, que esperaba la resurrección de la carne y que entreveraba la religión con la ciencia y la tecnología.

Tenían afán por descubrir planetas con vida y pasión por la ciencia ficción. Uno de sus miembros, Konstantín Tsiolkovski (1857-1935), un autodidacta que proyectó cohetes hasta el último detalle y considerado en Rusia como precursor de la conquista del espacio, afirmó: “La Tierra es la cuna de la humanidad, pero la humanidad no puede permanecer en su cuna para siempre. Es hora de conquistar las estrellas, de ampliar el espectro de la conciencia humana”. El interés por el secreto de la vida ha llevado siempre a al hombre a experimentar e idear.

Marvin Minsky en el laboratorio del Massachusetts Institute of Technology in 1968.

Marvin Minsky en el laboratorio del Massachusetts Institute of Technology in 1968. MIT

Para Mircea Eliade, los artistas son los representantes principales de las verdaderas fuerzas creadoras de una sociedad y anticipan con su obra lo que sucederá en la vida social y cultural. Contemplan y sueñan nuevos modos de ser hombre. El escritor Robert Musil, ingeniero y doctor en psicología experimental, anotó en El hombre sin atributos que cuanto mejor es el cerebro, tanta menos reflexión necesita; quizá, habría que decir, porque se piensa con la vida.

Por su parte, el también escritor Robert Walser, un hombre de inmensa sensibilidad, anotó en uno de sus Microgramas: “Todo lo tonto procede de la inteligencia. Por eso muchas veces un tonto consigue lo que no logra un listo por listo que sea, por ejemplo, ser feliz”. Finalicemos con una opinión de Alan Guth, un físico del celebérrimo MIT. Para él, se debe reconocer, tanto en la ciencia como en la vida, que siempre habrá cuestiones que no podremos responder: “Hay que continuar buscando las respuestas, pero no debería sorprendernos descubrir que somos incapaces de encontrarlas”.