El 'destape' de Arcadi Espada: contra los jóvenes y la transición idealizada
El periodista refleja en 'Vida de Arcadio' las contradicciones de una época y de una generación que, desde la madurez, comprueba la fragilidad de las ‘grandes verdades’
5 agosto, 2023 19:00Una prueba de la honestidad de Arcadi Espada, que se destapa, a pesar de su estudiada actitud distante. Ha escrito Vida de Arcadio, (Península), una autobiografía que versa sobre los años de juventud del periodista, pero con reflexiones constantes del hombre maduro, en segunda persona del singular. Y toma la frase de César González Ruano: “Raramente el yo no es segunda persona”, como guía para profundizar en sus años de aprendizaje, y en los de toda una generación, entre la muerte de Franco y el golpe de estado de 1981. Espada ha dejado claro que no le gusta mucho la figura de Ruano y se entiende a la perfección. Pero que toma la frase porque está muy bien elegida: es cierto. En la introspección, nos dirigimos a nosotros mismos a partir de ese ‘tu’, que marca una cierta distancia, porque sabemos que ya no podremos cambiar aquel momento decisivo, o aquella oportunidad que nos brindaba un amor pasajero.
González Ruano no es un buen ejemplo, porque en su vida personal, en sus años como corresponsal en la Alemania nazi, surgió el oportunista y el hombre sin escrúpulos al servicio del mal. Y esa personalidad no se borra con una retórica divertida, hilarante, con esa forma de escribir artículos plagados de bellos adjetivos que tanto ha gustado siempre más en Madrid que en Barcelona. Lo explicaron muy bien Plàcid Garcia-Planas y Rosa Sala Rose en El marqués y la esvástica. Espada lo sabe, pero se enamora de esa idea del ‘tu’, y lo aplica a su propia vida, con un libro íntimo, trabajado, y con ritmo trepidante.
La idea de Espada es clara y, también, arriesgada. ¿Le gusta ir a la contra? Seguramente le encanta, pero es lo que ve, lo que percibe, lo que interioriza. Y una de sus lecciones obliga a la reflexión más profunda: lo más complicado es ‘desaprender’, intentarlo, por lo menos. Desaprender para aprender de ese pasado reciente. Y comprobar que, aunque hubo una oposición, lo que sucedió es una especie de “donación de la democracia”, como señala Espada, de las elites, más hábiles a la hora de conspirar para dejar atrás una dictadura e iniciar una democracia –débil, con carencias—que homologara España con su entorno europeo. En ese duelo entre dos visiones que todavía se lo reprochan todo, Espada señala a dos protagonistas: Javier Pradera, como editorialista de El País –el medio que ha educado a varias generaciones de españoles progresistas—frente a Torcuato Fernández Miranda, el hombre que sirve al Rey Juan Carlos y es capaz de pasar “de la ley a la ley”.
Lo que pasó con posterioridad no es objeto del libro de España. El joven Arcadio vive sus inicios en el periodismo, y sus primeros e intensos contactos sexuales entre la muerte de Franco y el golpe de estado de 1981. La democracia se consolidó después, con la llegada del PSOE al poder en 1982, y lo que se pueda señalar sobre la buena o mala democracia española deberá centrarse a partir de esos años.
El gran ejemplo que expone Espada y que sigue provocando una gran admiración, es la enorme manifestación del PCE en el funeral tras los asesinatos de los abogados de Atocha. La concentración se produce en silencio, sin buscar altercados, sin exhibir ninguna proclama. Pero, ¿la oposición tenía fuerza para otra cosa, podía ofrecer un músculo que rompiera los planes de esa elite que había sabido conspirar en secreto sin que ni El País pudiera ofrecer los verdaderos planes de la reforma que se había pensado?
Desaprender es aprender a dejar de idealizar. Sin embargo, los hechos son los hechos, como le gusta presumir a Arcadi Espada. Y al calcetín se le dio la vuelta por completo, como insiste siempre Javier Cercas, y así lo constató en Anatomía de un instante. En todo caso, Vida de Arcadio refleja aquel momento, con un joven periodista que hace lo que puede, y esa es otra gran lección de Espada. Los jóvenes, siempre, actúan cómo pueden, con la necesidad urgente –esa es la visión de Arcadi—de convertirse en adultos lo antes posible. ¿Fue, entonces, la transición y aquellos años en lo que todo podía ser posible mejores que los de ahora? En absoluto. Fueron ‘los que podían ser’, a juicio de Arcadi Espada.
Espada se destapa hablando, precisamente, del destape de la transición. Eso fue. Para la mayoría de hombres, más que para las mujeres. Esa es una constante en el libro de Espada, que, harto de lo políticamente correcto, establece que el hombre busca de forma desesperada a la mujer, y que es uno de los grandes motores de la historia. Otro motor es la necesidad de saber, de conocer. Arcadio, el hombre joven que se inicia en esos años, va en busca de los dos objetivos. Y, fiel a su tesis, ‘hace lo que puede’.
La forma narrativa del libro de Espada hipnotiza al lector. Se trata de una búsqueda de personajes, para poder narrar aquel instante. En contra de la moda de la autoficción, Espada expone hechos y los interpreta con la mirada del presente. Arcadi Espada sigue a personas que participaron cuando él era joven en un campamento en Caprarola, en Italia, para hablar de política, bajo el pretexto de una campaña para apagar incendios. El eurocomunismo está en boga, y también la propia transición en España. Algunos acceden a contactar con él, otros ya no quieren saber nada. O porque tuvieron alguna cuenta pendiente, o porque, y eso es lo más importante, ya no quieren asomarse a esa época, siempre frágil, siempre vergonzosa, en la que ya no se reconocen.
Esa imagen es poderosa. La del temor a “asomarse” a ese pasado. La idea aparece a partir de otro hecho. Al regresar de Caprarola, en tren, el joven Arcadio y su novia Maite leen en las ventanas el aviso en italiano: “È pericoloso sporgersi”, es peligroso asomarse. Lo es. Pero Espada ha querido hacerlo, para entenderse y entender a millones de personas que vivieron esa experiencia, porque, y esa es otra de las ideas clave, no somos tan distintos. Hay experiencias propias, únicas, pero solemos actuar, cada uno con su bagaje, de forma similar.
Desaprender es también dejar los prejuicios a un lado. Hijo de portero, en un barrio rico de Barcelona, el joven Arcadi vive momentos de humillación. Pero, al mismo tiempo, señala que en esos contextos se puede sacar mucho provecho, porque el contacto con personas de posibles también permite conversaciones distintas, aprendizajes poco previstos. ¿Obliga todo ello a una posición ideológica concreta que se debe mantener toda la vida? Para nada. Lo que debería primar es el criterio propio, la mirada –miope en su caso—larga, con los pies en el suelo. Por ello, ¿ser eurocomunista qué quería decir? Poca cosa. Era lo que tocaba. Lo que se podía hacer para estar en la vanguardia en aquellos años. Y leer mucho. Eso siempre.
¿Sobre el periodismo? También se deberá desaprender sobre ello. Porque hubo tolerancia con el terrorismo, hubo intención de arroparlo por lo que políticamente podía significar. Se escribieron editoriales y las propias informaciones hoy serían motivo de escándalo al tratar las razones de por qué algunos “ultraderechistas” eran asesinados. Arcadio no lo criticaba entonces. Formaba parte de ese consenso. Le parece raro ahora. Los tiempos cambiaron.
Todo eso pasó, como diría Luis Eduardo Aute. De una dictadura, al “destape” sexual, con las ‘señoritas’ –utilizando a Josep Pla— en las revistas. Con una transición “donada”, con un periodismo que sacaba pecho, pero cometía muchos deslices. Y con jóvenes actuando como jóvenes, con cierta prepotencia, como siempre. Como el propio Arcadio, que se somete a una operación en sus ojos, en la Cínica Barraquer, gracias a un contacto que le permite entrar en la cola para “pobres”, y que le dice a la enfermera: “Es que los ojos para mí son fundamentales, ¿sabe? Escribo….” Y se encuentra con la respuesta lapidaria. “La enfermera se te quedó mirando con una cierta severidad. Y volviendo al despacho zanjó sin contemplaciones: “Los ojos son importantes para todo el mundo”.
El joven calló. El hombre maduro le reprocha ahora su actitud. El periodista Arcadi Espada, al filo de la pedantería, y siempre dispuesto al combate intelectual, ha buscado su propia verdad, la de muchos españoles, porque habrá una enorme cantidad de lectores identificados.