'Tardes de soledad': Albert Serra y la verdad de la tauromaquia

'Tardes de soledad': Albert Serra y la verdad de la tauromaquia

Cine & Teatro

Rainer María Rilke, el arte de la lidia y las 'Tardes de soledad'

El documental de Albert Serra emparenta los toros con el problema del Homo necans: el hombre es el único ser que ve la muerte en todas partes y experimenta así la soledad radical que nos ayuda a ser plenamente conscientes de nuestra vida

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Matar es una forma de nuestro duelo peregrino. Recordé este verso tremendo de Rilke, perteneciente al soneto XI de la segunda parte de sus Sonetos a Orfeo (1922), cuando el otro día terminé de ver por enésima vez la soberbia Tardes de soledad de Albert Serra, cuyo principal mérito estriba, más que en mostrar la esencia de la tauromaquia, en desnudar el núcleo de la fiesta, que no es sino el problema al que se refiere Rilke. El hombre es, como dijo el helenista Walter Burkert, el Homo necans, el hombre que mata. La caza fue un aprendizaje cultural que determinó para siempre nuestra relación con los animales y –lo que es aún más importante– con nosotros mismos. Ortega y Gasset, en su imprescindible ensayo sobre la caza, observa algo sorprendente. En latín, el verbo cazar, venor, se utilizaba en voz media y por tanto deberíamos traducirlo por cazarse. El hombre sale a cazarse unos venados y, al hacerlo, se caza a sí mismo. Lo que Albert Serra consigue filmar es por tanto la caza del hombre.

Rilke sentía una gran fascinación por los animales y en su poesía abundan perros, panteras, murciélagos o corderos, todos vueltos hacia “lo abierto” (das Offene), el espacio sin negación que también ven los niños antes de convertirse en adultos y aprender a vivir en constante despedida. Pero esa extrema sensibilidad para la fauna (“El animal libre lleva su final atrás/ y ante sí a Dios, y cuando anda, va / por la eternidad, como las fuentes”), no le impidió al poeta engañarse con respecto a una cuestión primordial de nuestra condición que además atraviesa la historia entera del arte y la literatura, desde la pintura rupestre hasta la épica, la tragedia, la ópera o el cine, cuya mayor atribución artística consiste justamente en aprovechar la tecnología para exponer la naturaleza primitiva, ancestral, de la mirada humana, una conciencia que es a la vez presente y origen.

Retrato del poeta Rainer María Rilke

Retrato del poeta Rainer María Rilke LEONID PASTERNAK

Serra posiciona su cámara exactamente en ese punto donde tan solo se ve el cuerpo a cuerpo entre hombre y bestia, prescindiendo de todos los restantes elementos que suelen conformar la tauromaquia –el público y la amplitud del ruedo, la distancia del espectador con respecto a la faena, las tomas cenitales propias de la televisión y el espectáculo– y añadiéndoles aquello que solo oye el torero, el bramido del animal, los gritos y las indicaciones de la cuadrilla, casi como voces de su propia mente, que luego, en el coche de vuelta, una vez terminada la corrida, imbuido de una seriedad que no cede ni siquiera cuando ha cesado el peligro, aparece en primer plano, filmada con toda crudeza.

La cuadrilla no deja de regalarle los oídos con elogios, pero Roca Rey parece no escucharlos, absorto en lo que acaba de sufrir. Y de pronto se le oye decir: “¿Por qué no me ha matado?”. El torero se había salvado por los pelos de una cogida en la que el toro lo clavó contra las tablas como si fuera un bieldo de dos puntas. Su cuerpo queda atrapado entre los dos pitones y contra la testuz del toro mientras su cara alucinada sostiene la embestida, con la mirada al otro lado de la tierra.

Rilke empieza su soneto con una declaración general (“De la muerte surgió regla en calma y ordenada, / desde que te obstinaste a cazar, hombre invicto”). El hombre es weiterbezwingender, el que una y otra vez vence, domina y derrota. Fue la caza lo que terminó por crear una regla y establecer un orden en la muerte. El hombre descubre la oculta ley de la muerte gracias a su actividad venatoria, que a su vez se constituye en metáfora del conocimiento, de la búsqueda de la verdad, es decir, de la filosofía. Luego Rilke evoca una experiencia personal, cuando en un viaje por el suroeste de Eslovenia, pudo ver cómo se cazaban palomas en las grutas calizas del Carso: “Leve se te dejaba ir, como si fueras signo, / celebrando la paz. Mas el mozo arriba te llamó / y de la cueva la noche lanzó un puñado de blancas / palomas trémulas al día…y aun eso es de ley".)

En tan solo cuatro versos, Rilke consigue fundir la capacidad del hombre para celebrar la paz con su necesidad de tender trampas para cazar. La paloma es aquí símbolo y a la vez presa comestible. “Y aun eso es de ley”, dice Rilke, im Recht, pues no podremos nunca escaparnos de ello. Por eso, ya en los tercetos, afirma: “No tenga ni un ápice de pesar quien mira/ no solo el cazador, que atento y ducho / hace lo que oportuno se muestra”. Y luego, en el terceto final, viene el verso tremendo: “Matar es una forma de nuestro duelo peregrino” (Töten ist eine Gestalt unseres wandernden Trauerns). Rilke pide que nadie se quede consternado ante esa acción violenta del cazador, tampoco el que mira, el espectador, es decir, nosotros, los mismos que, gracias a la cámara de Serra, podemos contemplar a ras de suelo, sin ornamentos ni disimulos, nuestra propia caza. Matar es una de las formas –una de las figuras, Gestalten– que adquiere unseres wandernden Trauerns, nuestro duelo peregrino, siempre en marcha.

Poster de Tardes de Soledad

Poster de Tardes de Soledad A CONTRACORRIENTE FILMS

Cuando un animal caza a otro para comérselo simplemente satisface una necesidad mediante un instinto. Nosotros le añadimos a eso otra dimensión que tiene que ver con la conciencia de nuestra muerte. De ahí que cada vez que cazamos se ponga de manifiesto el duelo perpetuo por nuestro destino. “Tan solo conocemos lo que hay afuera / por el semblante del animal, pues al niño / muy pronto, lo volvemos para que vea / las formas hacia atrás, pero no lo abierto, / tan profundo en la cara de la bestia, / sin la muerte que nosotros solo vemos”, escribió también Rilke en la elegía octava. Este verso último, sobre todo (Frei von Tod. Ihn sehen wir allein) describe con calculada ambigüedad el problema del Homo necans, el único que ve la muerte y a la vez el único que por ello ve muerte en todas partes: “la muerte que nosotros solo vemos”.

Cuando en Tardes de soledad le observamos vestirse o desvestirse ensangrentado, Roca Rey no deja de rezar, de besar imágenes o de santiguarse. La muerte está en todas partes y por eso la seriedad no le abandona nunca. Como escribió Thomas Mann, “en cualquier momento”, esa es la palabra del misterio. El torero no es sino alguien que ha decidido vivir artísticamente la amenaza que nos acecha constantemente a todos los mortales. En cada faena, desde que el toro sale hasta que se tumba, se repite la misma posibilidad para todos nosotros, mientras el animal, a pesar de todo, no muere, sino que vuelve a salir por el toril, a la manera del “tigre continuo” de Borges, sin abandonar la eternidad. Rilke termina el soneto con dos versos que iluminan este extremo: “Puro es en el espíritu alegre / lo que a nosotros mismos nos pasa”.

Ese “espíritu alegre” es el de la fiesta entendida como ritual que suprime el tiempo y nos permite ingresar en lo intemporal, que es justamente el sentido de la repetición inherente en todo rito, que por lo demás no es sino una manera de conjurar lo que a nosotros mismos nos pasa, es decir, nuestra propia caza. “Matar es una forma de nuestro duelo peregrino. / Puro es en el espíritu alegre / lo que a nosotros mismos nos pasa”. Tardes de soledad termina con una escena en la que los tres toreros se abrazan y se felicitan, antes de que la cámara vuelva a seguir a Roca Rey en su camino solitario hacia la puerta de cuadrillas. La solidaridad entre semejantes, la pausa de la fiesta, la satisfacción de haber escapado a la muerte una vez más, siempre por los pelos, nada consigue aliviar, sin embargo, la soledad radical que por otra parte es lo único que nos permite ser conscientes de nuestra vida.