'Romería' de Carla Simón

'Romería' de Carla Simón

Cine & Teatro

'Romería' de Carla Simón: un retrato de familia con padre ausente y la heroína de fondo

La cineasta barcelonesa estrena su tercera película, un relato iniciático sobre las dinámicas y los oscuros secretos familiares que comienza con un tono realista y, a continuación, salta al ámbito mágico para evocar los traumas de la pérdida de unos seres queridos que, sin embargo, son unos perfectos desconocidos

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Las tres películas que hasta el momento ha dirigido Carla Simón (Barcelona, 1986) tienen un tema central en común: la pérdida. En Verano 1993, su muy autobiográfico debut, una niña debía adaptarse a un nuevo entorno cuando era acogida por sus tíos tras perder a sus padres, víctimas de la heroína. En Alcarràs, Oso de Oro en el Festival de Berlín, una familia que durante décadas ha cultivado melocotoneros en unas tierras cedidas al abuelo de palabra por un vecino agradecido, ve cómo se las arrebatan, al no tener ningún documento acreditativo de la propiedad, para instalar un parque eólico. En Romería, de nuevo con un claro componente autobiográfico, una chica se traslada a Vigo para encontrarse por primera vez con la familia gallega del padre al que nunca conoció porque le fue arrebatado por la heroína y el sida, al igual que su madre catalana poco después.

De modo que Verano 1993 y Romería formarían una suerte de díptico, el primero centrado en la familia materna y el segundo en la paterna; el primero alrededor de la mirada desconcertada de una niña que no entiende qué está sucediendo y el segundo guiado por la perspectiva de una chica que trata de descubrir algunos detalles sobre la figura de su padre.

'Romería'

'Romería'

Verano 1993 se articulaba destilando las percepciones y vivencias de la niña, que la cineasta abordaba desde lo que podríamos denominar un realismo poético para trasladarle al espectador esa óptica infantil. Romería arranca con un tono realista y en la segunda parte Simón da un vuelco sorprendente -que acaso desconcertará a algunos espectadores- hacia un realismo mágico que permite a la protagonista conectar con el pasado de sus progenitores.

En este caso la mirada es la de una joven que necesita el documento oficial del fallecimiento de su padre para solicitar una beca para estudiar cine. Con la finalidad de conseguirlo, se desplaza a Vigo, cámara de vídeo en mano, para visitar a la familia paterna, a la que no conoce. El papel para la beca es la excusa para un viaje de descubrimiento de quién fue su padre.

Entre los méritos de la película, además del buen pulso tras la cámara de Simón, hay que destacar tres aspectos: en primer lugar, la fresca y muy sólida interpretación de la debutante Llúcia García en el papel protagonista. En segundo lugar, la magnífica fotografía de la francesa Hélène Louvart, con una carrera internacional que incluye varias colaboraciones con Alice Rohrwacher (Lazzaro feliz, La quimera y el precioso mediometraje Le pupille).

'Romería'

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Si menciono estos trabajos es porque el realismo poético de la cineasta italiana conecta de forma muy clara con la segunda parte de Romería. Esta cinta le permite a Louvart lucirse mezclando texturas y estilos, por las imágenes en vídeo, las del pasado, las de la ensoñación…. Y en tercer lugar hay que mencionar la estupenda y nada invasiva banda sonora de Ernest Pipó, tocada por un cuarteto de cuerdas.

Romería es un clásico viaje iniciático, un periplo de revelaciones y autoconocimiento para cerrar las heridas que mantiene abiertas la incertidumbre. El desplazamiento a Vigo permite a la protagonista entrar en contacto por primera vez con su familia paterna e indagar en ciertos misterios alrededor de la fecha real de la muerte de su progenitor, que bascula entre la que siempre se le había dado, 1987, y la que aparece en el documento de defunción, 1992. ¿Qué sucedió en esos años en blanco?

Simón da lo mejor de sí misma en la plasmación de las dinámicas familiares a través de la mirada extranjera de la chica. El abuelo que levantó de la nada unos astilleros que después vendió porque ninguno de sus hijos quería hacerse cargo; la abuela distante, siempre con jaqueca y muy preocupada por las apariencias; los varios tíos de trayectorias personales y profesionales muy diferentes, enfrentados por tensiones subterráneas que vienen de lejos, y por último los primos que son para ella unos completos desconocidos.

'Romería'

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Las escenas con los tíos -rebeldes reciclados, burguesas de provincias…-, que culminan en la reunión familiar en la casa de los abuelos son modélicas: dan información sin subrayar, cuentan sin explicar. El enigma de las fechas que bailan en el fallecimiento del padre es un propulsor narrativo algo más forzado, vinculado con cómo vivió esa familia pudiente, en un entorno pequeño y provinciano como Vigo, la vergüenza de la adicción a la heroína y la enfermedad ignominiosa de su vástago díscolo.

Afear sin más la conducta de los abuelos y convertirlos en villanos es demasiado simplón. Ese abuelo patriarcal que entrega un sobre con dinero a sus nietos puestos en fila con actitud digna de Don Corleone y esa abuela obsesionada con que no caigan hojas en la piscina del jardín, de la que la protagonista se vengará en un acto tan simbólico como inútil.

En cuanto a la reconstrucción de la figura de los padres heroinómanos, está vinculada en la primera parte a la presencia insistente, inquietante, de un edificio alto en la línea de costa en el que supuestamente vivieron. Esa mole de cemento acabará tomando protagonismo en una escena clave, surrealista y muy bien resulta, en la que se produce el tránsito del realismo puro y duro al realismo llamémoslo mágico del tramo final, cuando por fin toman cuerpo los progenitores. Aunque en realidad han estado presentes desde el principio, a través de las anotaciones del diario de la madre que la protagonista va leyendo a lo largo del metraje.

'Romería'

'Romería'

Simón los presenta como una suerte de hippies llenos de sueños e ideales, que corretean y retozan desnudos en una playa y se embarcan en épicas aventuras marítimas (trayendo en un velero un cargamento de droga). No sé si esta idealización casa con lo que fue el grueso de la epidemia de la heroína de los ochenta y noventa en Galicia. La mitificada conexión entre la rebeldía juvenil y las drogas duras se corresponde más con el imaginario de los primeros adictos de los setenta en la Barcelona -y la Formentera- de la contracultura. Para entendernos, es lo que representa como paradigma Pau Malvido, el hermano pequeño de los Maragall, autor de Nosotros los malditos (recién reeditado por Anagrama).

Con relación a la contracultura barcelonesa y la devastación de la heroína apareció el año pasado una memoir de gran valor literario, pero también sociológico: Nela 1979 (Tusquets), en la que Juan Trejo relata la vida y muerte por sobredosis de su hermana mayor. Uno de los aspectos más interesantes del libro es cómo aborda el hecho de que, incluso entre los heroinómanos de ese entorno alternativo, había clases: no era lo mismo ser un niño bien como Malvido o tantos otros, que una chavala de familia humilde procedente de la emigración, como la de Trejo. El texto también brilla al abordar el desgarro nunca superado de los padres, trabajado con mucha más sutileza, complejidad y humanidad que en el largometraje de Simón.

'Romería'

'Romería'

En el Madrid de la movida la heroína tomó aires más lúdicos, con consecuencias igual de aniquiladoras (queda como testimonio tangencial Arrebato de Iván Zulueta, una de las cumbres del cine español, y la propia trayectoria del cineasta como adicto). En la Galicia de los ochenta y noventa el caballo carece ya por completo de toda posible aura de malditismo contracultural. Se extendió por esa zona con especial virulencia porque la mercancía se desembarcaba en esas costas. 

Hay un aspecto doloroso -y muy comprensible- en estas búsquedas de padres ausentes: la tendencia a forjarse algún tipo de mito redentor alrededor de un personaje que tal vez sea, sin más, un impresentable. Se percibe en Romería en el empeño con el que la protagonista trata de convencerse de que su padre no llegó a visitarla y conocerla cuando era un bebé porque no se lo permitieron, cuando la realidad, tratándose de un heroinómano -tal como apunta uno de los tíos- puede ser mucho más cruda y patética.

'Romería'

'Romería'

Esta voluntad redentora para encontrar la paz con uno mismo está también presente -salvando todas las distancias, que son muchas, empezando por la ausencia de heroína- en uno de los libros más extraordinarios que ha dado la literatura española en las últimas décadas: Tiempo de vida de Marcos Giralt Torrente. En esta memoir el hijo pone mucho empeño en reconciliarse con ese padre con ínfulas de artista bohemio que lo abandonó de niño y reaparece en su vida cuando está enfermo y necesita ayuda.

Para reconciliarse con el pasado traumático tal vez no haya otro camino que contarse una historia un poco idealizada. Ese podría haber sido el gran tema de Romería, pero lo esquiva dando por bueno el mito y haciendo culpables -¿de qué, en realidad?, ¿de tener miedo y vergüenza de lo que le pasó a su hijo yonqui?-  a los abuelos que no han sido capaces de digerir la tragedia y la han mantenido escondida debajo de la alfombra. Cada cual se enfrenta como puede con sus demonios y su dolor.