
Imagen de Wojciech Jerzy Has
El semi olvidado talento de 'pan' Has
Varias ciudades españolas podrán disfrutar el ciclo sobre el cineasta polaco Wojciech Jerzy Has, que llevó a la pantalla la novela de Jan Potocki 'El manuscrito encontrado en Zaragoza'
El mundo de Bruno Schulz según los hermanos Quay
Este año se está celebrando la Primera retrospectiva en España del cineasta Wojciech Jerzy Has (1925-2000), uno de los cineastas polacos, junto con el mucho más conocido Wadja, más originales de la historia. Tienen sus películas, gracias a unos movimientos de cámara insólitos (que según leo se llaman travellings laterales y eran marca de “su” casa) una aproximación alucinante a los personajes y a sus relaciones espaciales entre ellos y una sensacional cualidad onírica (eso es el cine: sueños de sombras móviles, muertos a los que años después ves caminar por la pantalla como si tal cosa).
El ciclo se inició en abril pasado en Madrid y llegará a su conclusión en noviembre tras recorrer Oviedo (Teatro Filarmónica), Santa Cruz de Tenerife (TEA Tenerife Espacio de las Artes), Santander (Filmoteca de Cantabria), Valencia (Institut Valencià de Cultura) y Zaragoza (Filmoteca de Zaragoza). Yo creo que es un acontecimiento.
El broche final a este viaje apasionante por el universo del cineasta polaco lo pone El sanatorio bajo la clepsidra según la novela famosa de Bruno Schulz –hace unas semanas, por cierto, les hablé aquí de la versión de ese relato realizada por los góticos hermanos Quay-- y El manuscrito encontrado en Zaragoza, su obra más conocida o menos olvidada, según la famosa novela del conde Jan Potocki, en el marco del Festival de Cine Europeo de Sevilla.
Si el lector se encuentra en alguna de esas ciudades en el momento adecuado, le invito a asistir a alguna de esas proyecciones, o a la de Inquilinos de una sola habitación (1960), El nudo corredizo (1958), o, en fin, Adioses (1958). Cuando se habla de Has se suele decir en su favor que Luis Buñuel lo veneraba. Es lógico, pues en el surrealista aragonés hay una rareza emparentada con la del polaco, aunque éste no se enmarca en la corriente estética del surrealismo.
Sorpresa y belleza
Lo decepcionante de las películas, sobre todo del cine actual, es que muchas veces es previsible. Por eso hay tantos aficionados que siendo jóvenes frecuentan las salas de cine, pero en un momento dado dejan de hacerlo: es como si ya las hubieran visto todas y ya no esperan sorpresas. Esto se debe a que la sintaxis narrativa está codificada al máximo, y es casi siempre la misma o muy parecida.
Con los grandes autores, sobre todo del pasado, en cambio, la sorpresa puede saltar en cualquier momento. En las cuatro películas de Has que estas últimas semanas he alcanzado a ver en el cine Doré de Madrid, sede de la Filmoteca Nacional, la sorpresa era continua –y la belleza, con perdón por recurrir a este concepto tan desprestigiado, también--.

Fotograma de 'El manuscrito encontrado en Zaragoza'
Es preciso reconocer que parte de esa sorpresa continua, que mantiene en vilo al espectador, responde precisamente a que la sintaxis del relato en sus películas a vece se rompe, en parte porque la historia y la literatura polacas a menudo nos parece distante (mientras que para el público polaco se sobreentiende hasta la menor alusión) y en parte porque Has adaptaba novelas de la tradición de su país y no acertaba a encajar en el guión una cantidad de subtramas para las que un novelista tiene recursos de inclusión en su texto, pero que en cine resultan más difíciles de insertar.
A menudo viendo estas películas –como la ya mencionada y más famosa de todas, su versión de 1964, musicalmente ambientada por Penderecki, de El manuscrito encontrado en Zaragoza, novela gótica de 1804, obra de Jan Potocki, por cierto preferida de escritores españoles tan disímiles como Cristina Fernández Cubas y Luis Alberto de Cuenca, y que Has rodó en los montes alrededor de Cracovia como si fueran los paisajes de la España romántica—, a menudo, decía, si uno no conoce bien la novela, se encuentra ante la pantalla diciéndose: “¿Pero dónde estamos y qué demonios está pasando aquí?”
Que Has no nos abandone
Así por ejemplo en la fastuosa Lalka (La muñeca), de 1968, rodada con abundantes medios, de esplendorosa (y supongo que cara) de escenografía. A partir de la novela homónima de Bolesław Prus, cuenta la historia de Stanislaw Wokulski, un camarero miserable de una taberna de pueblo, de un pueblo siniestro, del que todos se burlan porque se empeña en estudiar en sus ratos libres; enviado a combatir en Rusia, gracias a la especulación con suministros bélicos en la Guerra ruso-turca se convierte en un potentado, regresa a su pueblo convertido en gran señor aunque sine nobilitate y se enamora de manera fulminante de la bella hija de un noble en trance de arruinarse, con la que aspira a casarse.

Portada de 'El manuscrito encontrado en Zaragoza' de Jan Potocki
Éste es el tema de tantas novelas decimonónicas europeas: la impermeabilidad de las clases altas ante los esforzados advenedizos, o la capacidad de aquellas para renovarse y mantener sus privilegios aceptando aunque sea a regañadientes entre sus filas a despreciables parvenus que han sabido amasar dinero. Eso es lo que cuenta Proust (una de las muchas cosas que cuenta Proust) en su Recherche, y antes Stendhal en El rojo y el negro, y luego Lampedusa en El gatopardo, y hasta Juan Marsé en Últimas tardes con Teresa. Es lo que el tango resume en los versos “Una casa era pobre, la otra rica,/ y no pudo ser”. Un tema eterno. La versión de Has es nerviosa y espectacular, del nivel visual de, por ejemplo, el Oliver Twist de David Lean.
Ahora que hemos descubierto a Wochciej Jerzy Has estaría bien que no nos dejase más, y que estas películas pudieran verse en ciclos televisivos o en reapariciones en nuestras filmotecas.