Imagen de ‘Emilia Pérez’

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Cine & Teatro

‘Emilia Pérez’, una idea de bombero

LLegan de diversos genios franceses unos pestiños inclasificables como La sustancia, Titane o esta Emilia Pérez. No sé si le echan algo al agua de París, pero la cosa es preocupante

'La (sin) sustancia'

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La película narco-trans de Jacques Audiard ha llegado a las plataformas y ya puede verse en Movistar y Filmin (no entiendo que algo financiado por Netflix no se vea, de momento, en Netflix, pero eso es lo que hay). Karla Sofía Gascón ha vuelto a meter la pata en diferido, como se ha podido comprobar con un viejo tuit en el que decía que la programación de Filmin es soporífera: primero dijo que se trataba de un fake, pero luego reconoció que tal vez sí lo había escrito ella: ¿en un momento de enajenación transitoria? Si yo fuese un periodista serio, debería haber visto este pestiño en el cine, pero se ha impuesto mi natural comodón y me he esperado a una experiencia cinematográfica de sofá.

Lo mismo hice con La sustancia, otra majadería post moderna de mucho cuidado cuya repercusión me pareció tan incomprensible como la de Emilia Pérez, largometraje que parte de una genuina idea de bombero que ni a Almodóvar se le podría haber ocurrido: un narco mexicano que atiende por el improbable nombre de Manitas del Monte quiere redimirse y para ello necesita cambiar de sexo. Podría retirarse tranquilamente con su mujer y sus hijos, pero prefiere convertirse en mujer (o algo parecido) porque, según él, es la única manera razonable de empezar de cero.

Para que le organice todo el tinglado, Manitas, o Emilia (Karla Sofía Gascón) se hace con los servicios de una abogada (Zoe Saldaña) con la que acaba forjando una cierta amistad. Mientras la parienta (Selena Gómez, que habla un castellano no muy fácil de descifrar) y los niños se instalan en Suiza, Emilia no sabemos dónde se mete, pero luego nos enteramos de que sigue en México D.F. y que echa de menos a su familia. Así pues, se hace pasar por una prima del en teoría difunto señor Manitas, se los trae a todos de vuelta al terruño y ejerce de madre/padre. Su mujer, que no lo aguantaba cuando era más malo que la tiña, recupera a un viejo amante (el pobre Edgar Ramírez: lo que hay que hacer para comer), cosa que a él le saca de quicio, pues quiere a sus hijos por encima de todas las cosas y le encocora que su madre sea una pelandusca.

Imagen de Karla Sofía Gascón en ‘Emilia Pérez’

Imagen de Karla Sofía Gascón en ‘Emilia Pérez’

Emilia sufre lo indecible por no poder decirles a los niños que es su madre/padre, pero nadie le insinúa que se podría haber ahorrado el tormento si no se hubiese cortado los cataplines y se hubiera conformado con un retiro discreto. Pero Emilia, antes muerta que sencilla, monta una ONG para buscar a desaparecidos a manos del narcotráfico, convirtiéndose en un personaje querido y popular, todo lo contrario de lo que debería apetecerle a alguien necesitado de un perfil bajo.

Como pueden ver, la cosa es un disparate total, pero aún puede empeorar. Y lo hace con un montón de canciones que convierten al engendro en un musical de tan frívola banalidad que se comprende lo mal que ha sentado en México la obra maestra del señor Audiard: tratar las funestas consecuencias del tráfico de drogas en clave festiva y trans porque sí es de una imbecilidad ofensiva. Para su próxima película, nuestro hombre podría ofrecernos un musical ambientado en el campo de concentración de Auschwitz, donde los judíos caminarían cantando y bailando hacia el crematorio; por no hablar de que una historia con personajes mexicanos esté interpretada por un elenco en el que no hay un mexicano ni por casualidad (Karla Sofía Gascón es española, Zoe Saldaña y Selena Gómez norteamericanas de origen dominicano y mexicano respectivamente, y Edgar Ramírez venezolano).

Imagen de Karla Sofía Gascón

Imagen de Karla Sofía Gascón

Reconozco que la estupidez de la propuesta se vio potenciada porque el día anterior había visto por tercera vez Network (1976), la película de Sidney Lumet sobre un guion espléndido de Paddy Chayefsky, y tratándose de una de esas cintas que se te quedan en el cerebro tiempo después de haberlas visto, destacaba aún más, para mal, la frivolidad y la memez de la obra del señor Audiard. A modo de antídoto, volví a ver El fantasma del paraíso (1974), de cuando Brian de Palma tenía talento, y me fui a dormir algo de mejor humor.

Últimamente nos llegan de diversos genios franceses unos pestiños inclasificables como La sustancia, Titane o esta Emilia Pérez. No sé si le echan algo al agua de París, pero la cosa es preocupante si pensamos que antes el cine francés eran Truffaut y Chabrol.

Hay estupideces inofensivas, pero estos tres engendros son francamente dañinos.