
Imagen de la serie 'La cúpula de cristal'
Tedio extremo en ‘streaming’
Los responsables de productos fallidos creen que lo que ha funcionado cien veces puede funcionar ciento una, y es así como acaban fabricando engendros como 'La cúpula de cristal' o 'The last of us'
No he tenido suerte esta semana con mis incursiones en el mundo del streaming, así que, si alguien busca recomendaciones audiovisuales, lamento informarle de que va a tener que buscarlas en otro sitio. Eso sí, los que quieran compartir mis apasionantes reflexiones sobre lo repetitivo y lo cansino en la ficción televisiva, pueden seguir leyendo.
Primero metí la pata con la serie sueca La cúpula de cristal. Soy un fan del Nordic Noir, que me resulta tan acogedor y confortable como Colombo y Se ha escrito un crimen, por horripilante que sea lo que me cuenta, y me gustan esas historias ambientadas en sitios en los que hace un frío que pela y en los que la nieve cubre todo el territorio.
La cúpula de cristal, además, está basada en una novela de Camilla Läckberg, escritora popularísima de la que no he leído nada, así que, por el mismo precio, descubriría si me interesaban sus libros o si, por el contrario, podía seguir ignorándola (he optado por la segunda opción).
Meter la pata
La cúpula de cristal parte de la originalísima premisa de la niña desaparecida. La novedad es que quien investiga la desaparición, la psicóloga forense Lejla, también fue secuestrada de pequeña. Tan manida narración avanza, por decir algo, al trote cochinero, y los actores están tan congelados como el entorno, por lo que, al cabo de tres episodios, vencido por el aburrimiento y el sopor, te pones a buscar otra cosa que ver.

Imagen de la serie 'The last of us'
Y ahí es donde volví a meter la pata, pasando de Netflix a HBO Max, donde emiten The last of us (acaban de colgar la segunda temporada). Me había mantenido a una prudente distancia de la serie porque es de zombis, un subgénero al que nunca he visto la gracia, salvo en Guerra mundial Z (2013), gracias a que los zombis corrían que se las pelaban en vez de arrastrarse hasta que les vuelan la cabeza, y porque el protagonista era Pedro Pascal, que me aburre lo más grande (gran decisión la suya al protagonizar The Mandalorian, donde no se le veía el careto). Al ver que las críticas eran muy positivas, decidí darle una oportunidad. Error. Craso error.
Mal nombre a las distopías
The last of us nos vuelve a contar lo de siempre: el apocalipsis zombi. En esta ocasión, los responsables de la catástrofe son unos hongos malvados que se te meten dentro como en La invasión de los ladrones de cuerpos y te utilizan para comerte a tus semejantes.
A este horror debe enfrentarse Joel Miller (el señor Pascal) mientras trata de salvar a una adolescente (Bella Miller, que tiene una cara más rara que la de El Fary) que parece llamada a jugar un papel principal en la resistencia contra las pérfidas setas (lo del niño o niña sagrados que pueden inclinar la balanza a favor del bien está también más visto que el tebeo). O sea, que hay que ir de A a B, matando a todos los zombis que se te crucen, mientras el adulto y la adolescente, que se detestan, acaban desarrollando una entrañable amistad. ¿Les suena? Sí, nos han contado la misma historia cien veces.
Cuando se impone lo formulaico y lo repetitivo en la ficción audiovisual es que tenemos un problema. En el Nordic Noir no basta con un pueblo sueco nevado para plantear un misterio que nos tenga en vilo. En las distopías siniestras (¡y me encantan las distopías siniestras, aunque prefiero las de Black Mirror!) no basta con repetir fórmulas agotadas. Los responsables de estos productos fallidos creen que lo que ha funcionado cien veces puede funcionar ciento una. Y es así como acaban fabricando engendros como La cúpula de cristal o The last of us, que aburren a las ovejas y dan mal nombre a las distopías y al Nordic Noir.
A ver si la semana que viene tengo más suerte. Y gracias al querido lector por su paciencia.