La vida triste, pero divertida, de Sempé
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Una estación de metro absolutamente vacía. Desde andenes opuestos, un hombre y una mujer de aspecto común y corriente, tirando a vulgar, se contemplan con una mezcla de timidez y estupor. Cada uno luce a su espalda un inmenso anuncio publicitario de ropa interior que muestra, respectivamente, a un súper hombre y a una súper mujer casi desnudos. Su efecto es ominoso sobre los protagonistas del gag, quienes sienten, obviamente, que no están a la altura de sus modelos de género. Por eso se miran de una manera entre resignada y sumida en la desesperación, como si reconocieran que han hecho lo posible por ser un auténtico hombre y una auténtica mujer, pero han fracasado en el intento. Quien observa esta ilustración que no necesita un texto explicativo siente ipso facto por esos dos infelices una cierta ternura y una inevitable solidaridad: ¿quién da realmente la talla en el mundo real y, sobre todo, en el que imagina la publicidad?
Les acabo de describir una de los miles de muestras de humor gráfico (me resisto a llamarles chistes) que nos dejó el francés Jean-Jacques Sempé (Burdeos, 1932 – Draguignan, 2022), quien tal vez no debería figurar en esta antología porque no se trata, en un sentido estricto, de un dibujante de comics, pero lo incluyo –a él y a unos cuantos más que ocuparán próximos capítulos- porque su visión del mundo solo se explica a través del dibujo y porque esa visión es lo suficientemente interesante, personal, sólida y completa como para ser equiparada a la obra de los mejores dibujantes de tebeos que ha dado el mundo. Y, caso de necesitar una excusa formal, siempre puedo recurrir a los inicios de una de sus creaciones más populares, las andanzas de Le Petit Nicolas, escritas por René Goscinny, el papá de Asterix, que nacieron en forma de historieta, aunque pronto se convirtieron en textos ilustrados. El pequeño Nicolás solo fue un comic durante un par de años, 1955 y 1956, y hasta cierto punto, pues no se acababa de ajustar a la estructura habitual del medio. Se publicó en el semanario belga Le Moustique y luego, tras un intervalo de tres años, Nicolás y su pandilla de escolares inquietos (entre la que destacaba su inefable amigo Alcestes) volvieron a la carga en forma de relatos de Goscinny ilustrados por Sempé que publicó el suplemento dominical del diario Sud Ouest a partir de 1959 (el éxito llegó con la publicación en libro de esas historias a partir de 1960).
Las aventuras del pequeño Nicolás forman parte de lo poco que se ha editado en España del señor Sempé. Yo se las soplé a mi amigo Tom Roca (en francés, dentro de una cajita que contenía todos los libritos cuadrados del personaje) y nunca se las devolví (ni él, persona generosa y desprendida, me reclamó jamás), algo que ya no podría hacer aunque ésa fuera mi intención (que nunca lo fue), pues el pobre falleció en el 2021. Cuando José Luís Martín estaba al frente de la revista de humor El Jueves, intentó publicar a través de la editorial del semanario la obra completa de Sempé, al que adoraba y sigue adorando, pero tuvo que desistir tras editar dos libros (en 2004 y 2005) que apenas se vendieron. Quien muestre interés, pues, por las cosas del señor Sempé, deberá recurrir principalmente a ediciones francesas o norteamericanas: parece que los españoles nunca acabamos de pillarle el punto.
Y, sin embargo, lo de Sempé era una genuina visión del mundo que se manifestaba en sus dos facetas como artista: la de ilustrador a secas y la de ilustrador con mensaje (bueno, el mensaje siempre estaba, pero a veces era más explícito que otras gracias a un texto de apoyo). Puede que lo más representativo de su primera personalidad se encuentre en las muchísimas portadas que realizó para el semanario The New Yorker, que reflejaban a la perfección la vida en Manhattan y que eran el complemento perfecto a la gran cantidad de ilustraciones que llevó a cabo sobre su ciudad de adopción, París. Con cierta frecuencia, se ponía conceptual y dedicaba un libro entero a un tema en concreto: pienso en Les musiciens (1979) o Insondables mystères (1993). Libros que alternaba con antologías de reflexiones agridulces sobre la existencia, de los que me permito destacar el díptico fatalista compuesto por Rien n'est simple y Tout se complique (ambos de 1962).
Puede que el tema central de la obra de nuestro hombre fuese siempre la pequeñez del ser humano y su incomprensión del mundo al que ha venido a parar sin comerlo ni beberlo. Con esos mimbres, otro habría fabricado una obra cruel contra todo y contra todos, pero Sempé siempre optó por la bonhomía y cierto fatalismo amable, actitudes que le llevaron siempre a preferir la ironía al sarcasmo.
Los dos pobres infelices que se observan de reojo desde andenes opuestos de una estación de metro solo representan a una pequeña parte de los miles de seres bienintencionados y perdidos que pueblan el particular universo de Jean-Jacques Sempé, en el que nada es fácil, todo se complica y cuesta Dios y ayuda entender por qué las cosas son como son. Su mirada no fue ni la de un optimista (no abundan en el mundo los motivos para el optimismo) ni la de un pesimista (ya está todo lo suficientemente mal como para empeorarlo), sino la de un tipo que aceptaba las cosas tal como eran, aunque no le parecieran bien o, más frecuentemente, no acabara de entenderlas. Si la vida es una broma de mal gusto, Sempé hizo todo lo posible para verle la gracia, sin por ello dejar de lado su escepticismo ante el regalito que a todos nos hicieron nuestros progenitores.
No, puede que Sempé nunca fuera un dibujante de comics strictu sensu, pero, francamente, ¿a quién le importa? Desde luego, a mí no.