El glorioso fracaso de Pussy Riot
Tal vez musicalmente quedan en una seguna línea, pero políticamente Pussy Riot les dan cien vueltas a los Sex Pistols
17 octubre, 2023 23:13El colectivo músico-socio-político Pussy Riot es a Vladimir Putin lo que los Sex Pistols fueron a Margaret Thatcher: una piedra en el zapato. Hay, desde luego, diferencias entre unas y otros. Musicalmente, las Pussy Riot son irrelevantes, pues su sonido punk, inspirado en el de la banda de Johnny Rotten, es solo un fondo sonoro chirriante para sus proclamas transgresoras. Pero políticamente les dan cien vueltas a los Pistols, quienes, a fin de cuentas, pudieron ejercer tranquilamente de antisistema en un país civilizado como Inglaterra, en el que nunca corrieron ningún peligro real (más allá de un boicot de la BBC y de su propia capacidad de autodestrucción), mientras que las Pussy Riot se las tuvieron que ver con una dictadura mal disimulada que no dudó en detenerlas, encarcelarlas, molerlas a palos y convertir sus vidas en una pesadilla, hasta el punto de que, en la actualidad, nadie de quienes pasaron por el colectivo (hombres y mujeres, cantantes, cineastas o ideólogos,) sigue viviendo en Rusia.
Movistar acaba de colgar Pussy Riot: En lucha contra Putin, breve (una hora y un minuto), pero casi completa aproximación a las insensatas actividades de unas chicas que encontraron en el punk una buena manera de oponerse al lamentable presidente que su país lleva sufriendo desde hace ya demasiados años. A medio camino entre la obligación moral, la inconsciencia, un punto de iluminación y un coraje a prueba de balas, las Pussy Riot contribuyeron, dentro de sus posibilidades, a amargarle un poco la existencia al miserable de Vladimir Vladimirovich, al que siguen insultando actualmente en el exilio por su última y prepotente cacicada, la invasión de Ucrania. El director de Pussy Riot: la lucha contra Putin, el francés Denis Sneguirev (responsable de varios documentales anteriores, entre los que destacan los dedicados al bailarín Marius Petipa o al escritor Antoine de St. Exupery), nos cuenta de manera sucinta y didáctica la historia de Pussy Riot, desde sus inicios en 2012, con la performance en la catedral de Cristo Salvador de Moscú que les costó dos años en un campo de trabajo de resonancias soviéticas, hasta la actual desbandada por Europa y Estados Unidos, que permite intuir fricciones en el grupo que no se especifican mucho, pero que son tan comunes en el mundo del rock como en el de la política.
Las principales acciones del grupo aparecen convenientemente documentadas a lo largo de la película. Tras el cristo que armaron en la catedral y que tan mal le sentó al patriarca de la iglesia ortodoxa Cirilo I (amigo de Putin, del que fue compañero en el KGB antes de escuchar la llamada del Señor), en el 2014 la liaron durante los juegos olímpicos de Suchi (nueva detención, atenuada por la mirada internacional, aunque las autoridades las acosaron a conciencia nada más ser liberadas, no sin antes ser atacadas a latigazos por una pandilla de cosacos patrióticos), alcanzando la gloria en el 2018 con la excusa del Mundial de Fútbol: cuatro miembros del grupo, de ambos sexos y disfrazados de policías, se echaron al campo durante la final entre Francia y Croacia y se dedicaron a correr entre los jugadores (bautizaron la acción como La policía celestial), perseguidos por el personal de seguridad, a la vista de todo el mundo, cosa que al ideólogo del grupo y marido de una de sus líderes, Nadezhda Tolokonnikova, alias Nadia, le pareció de perlas. Tan de perlas que acabó sufriendo un intento de envenenamiento que lo dejó en coma durante unos días y al que sobrevivió gracias a unos médicos alemanes (actualmente vive en Estados Unidos y no parece tener la menor intención de regresar a la madre patria).
Dosis de diversión
Si algo queda claro en Pussy Riot: En lucha contra Putin (muy gracioso el momento en que Vladimir Vladimirovich le pregunta al periodista que le entrevista cómo se dice Pussy Riot en ruso; no lo sé, pero en español, la traducción literal sería algo así como La revuelta del coño, nada que ver con la revuelta de las sonrisas de Lluís Llach) es la suerte que tenemos los occidentales de vivir en países en los que todavía se puede disentir sin que te den de latigazos, te envíen al talego o, directamente, te intenten asesinar.
El envenenado Piotr Verzilov reconoce al final del documental que Pussy Riot fracasó, pues Putin sigue ocupando el poder, pero no se arrepiente de todo lo llevado a cabo en circunstancias extremadamente hostiles y peligrosas. Puede que, musicalmente hablando, Pussy Riot no haya añadido nada relevante a la historia del punk rock, pero desde un punto de vista ético y moral nos han dado una buena lección a todos en general y a los supuestos antisistema de Podemos y Sumar en particular. Sí, fracasaron, pero por el camino le tocaron las narices al tiranuelo con suma eficacia, lo pusieron en evidencia ante la comunidad internacional y, sobre todo, unieron a su sentido de la ética unas dosis notables de diversión. No pudieron evitar la solidaridad de Madonna, pero no creo que deba tenérseles en cuenta.