Una imagen de la serie Deadloch / AMAZON PRIME

Una imagen de la serie Deadloch / AMAZON PRIME

Cine & Teatro

Los crímenes de Tasmania

'Deadloches' una miniserie australiana que alterna de forma eficaz momentos de interés y de irritación, y el espectador no sabe con qué quedarse

15 septiembre, 2023 17:57

Como no tenía la sesera para cosas profundas, me puse a buscar en las plataformas de streaming alguna serie policial de las que suelo definir como confortables; es decir, ficciones previsibles en las que te sientas tan a gusto y en un ambiente tan familiar como el que te suelen proporcionar tus pantuflas favoritas. Para entendernos, algo en la línea de Colombo, Se ha escrito un crimen o cualquier adaptación de las aventuras de Sherlock Holmes (menos Elementary, donde me colocaron a Lucy Liu en el papel del doctor Watson. ¿Una mujer asiática interpretando a un personaje masculino caucásico? ¡Hasta ahí podíamos llegar!). Me bastaba con cualquier cosa que empezara con el descubrimiento de un cadáver, y así fui a parar a Deadloch en Amazon Prime, una miniserie australiana de ocho capítulos que aparentaba ser uno de esos confortables police procedurals de los que tanto solaz suelo extraer cuando no tengo la cabeza para complicarme la vida audiovisual más de la cuenta.

Efectivamente, Deadloch empieza con la aparición del cadáver de un hombre desnudo en la playa del pueblo que da título a la serie y que está situado en Tasmania (de donde procedía, como ustedes recordarán, aquel bicho diabólico y energúmeno de los dibujos animados de Bugs Bunny). Pero ese fiambre, al que seguirán unos cuantos más, siempre en la playa de marras y con la lengua cortada a navajazos, es lo único que se ajusta a mi descripción de una serie policial confortable. Todo lo demás es una locura absoluta, un sindiós del carajo de la vela, una mezcla de thriller y comedia gamberra (con agenda LGBTI incluida: no se sabe muy bien por qué, Deadloch está trufado de lesbianas) que no acaba de funcionar ni como una cosa ni como la otra, pero que uno termina tragándose entera porque los momentos de interés y los de irritación se suceden de una manera extrañamente eficaz que, por lo menos a mí, me impidió abandonar el visionado a medias. ¿Significa eso que les recomiendo Deadloch fervientemente? No exactamente.

Imagen de la serie 'Deadloch' / AMAZON PRIME

Imagen de la serie 'Deadloch' / AMAZON PRIME

Las creadoras de Deadloch son dos actrices de comedia, Kate McCartney y Kate McLennan (conocidas en Australia, y en ningún sitio más, como Las Kates, a la manera de nuestros Los Javis), responsables de un par de series de humor que funcionaron muy bien en su país. Aquí se limitan a escribir y a no dar la cara, intentando mezclar su género habitual, la comedia, con uno teóricamente ajeno, el thriller. El resultado es un caos audiovisual que a ratos resulta interesante y a ratos, irritante, sobre todo porque casi todos los personajes femeninos son tan empoderados como insufribles, tanto para binarios como para no binarios. Solo se salva la sargento Dulcie Collins (Kate Box), que tiene que aguantar a una esposa veterinaria que es una histérica sostenible, a una inspectora llegada para resolver el caso de los fiambres en la playa, Eddie Redcliffe (Madeleine Sami), que no se entiende cómo conserva el cargo porque su actitud es errática no, lo siguiente, y se comporta de la manera más desagradable posible (lo que viene siendo, con perdón, una loca del coño), a una alcaldesa que solo piensa en los efectos nocivos de la ola de crímenes sobre un ridículo festival de invierno entre cuyas atracciones figura un cursillo de masturbación con uso de zanahorias, un subordinado gay, devoto del lenguaje inclusivo, que es tonto de baba, una poli novata que está a punto de casarse con el forense del pueblo y no puede atender a sus obligaciones porque cuando no tiene sesión de maquillaje debe probarse el traje de novia, y así sucesivamente, hasta reunir un elenco de tarados que, de manera insólita, consiguen evitar que les apagues el televisor en las narices: una extraña curiosidad, unida al lógico deseo de que se resuelva el enigma, te mantiene enganchado a Deadloch, aunque nunca llegues a entender qué pretenden sus creadoras.

Sesión de terapia

Si no estamos ante la serie policial más extraña jamás rodada, poco nos falta. Intuimos que los crímenes tienen algo que ver con la familia que fundó el pueblo. Comprobamos que el overbooking de lesbianas contraría profundamente a las fuerzas vivas más reaccionarias de la población. Detectamos una agenda LGBTI que se pone la zancadilla a sí misma constantemente, al centrarse en una pandilla de lesbianas que, a excepción de la sargento Collins, ni parecen estar en sus cabales ni se esfuerzan lo más mínimo en caerle bien a nadie. La trama policial y la humorística (que se complace en el uso continuado de la grosería y la palabra soez) se entorpecen mutuamente hasta extremos nunca vistos. Y, sin embargo, llegué al final de la serie y logré desentrañar el enigma, aunque tenía frecuentemente la sensación de estar viendo un thriller con un pelmazo supuestamente gracioso sentado a mi lado en el sofá y haciendo comentarios chuscos todo el rato. Creo que me deslumbró la absurda desfachatez de la propuesta, que algunos críticos australianos han considerado un brillantísimo cruce de géneros.

De verdad que no sé si recomendársela o urgirles a que no la toquen ni con un palo. Me la he tragado entera y aún no sé por qué. Creo haber entendido la trama, pero no sus intenciones. Consideren, por favor, esta reseña una sesión de terapia compartida con el sufrido lector: el visionado de Deadloch me ha convertido en eso que las encuestas definen como un ciudadano sin opinión. Se agradecerán comentarios al respecto por parte de aquellos de ustedes que se asomen a esta extrañísima propuesta, sabiendo, eso sí, que lo hacen a su propio riesgo.