Arqueología y prehistoria moderna de Hollywood
La editorial Arpa rescata Ciudad de cuarzo, el ensayo seminal que Mike Davis escribió sobre el derrumbe de los mitos culturales y la historia urbana de la megápolis de Los Ángeles, paradigma de la antítesis del sueño americano
15 septiembre, 2023 18:00El destino de todas las postales turísticas, igual que el de los seres humanos, es envejecer pronto. Ser abolidas. Pero, al contrario de lo que exige la épica del rock & roll, sin dejar siempre un bonito cadáver. Ninguno lo es, como todos sabemos. Todos los paisajes idílicos que prometen la felicidad instantánea son como fósiles hechos con sueños rotos. Distopías que, en lugar de proyectarse hacia el futuro –alimentadas por ese sentimiento que llamamos esperanza–, muestran la certeza del desengaño como una invariante cultural: otros, mucho antes que nosotros, también creyeron que alcanzarían el progreso y la felicidad.
Probablemente no exista ninguna otra ciudad como Los Ángeles que haya encarnado mejor, durante más tiempo y sobre un mismo espacio urbano, estas dos caras de la humanidad: el mito del paraíso y la rotunda evidencia del vertedero. La megápolis de la Costa Oeste es la residencia por antonomasia de los sueños seguros y congelados. El hogar de los ideales convertidos en pesadillas. Una metáfora de lo que ambicionamos ser y de lo que, en realidad, acabaremos siendo. Y ningún libro cuenta mejor este tránsito que Ciudad de Cuarzo, el prodigioso ensayo escrito por Mike Davis hace treinta años que la editorial Arpa recupera ahora –en su versión actualizada, datada en 2008– con traducción de Raquel Reig.
Se trata de una obra seminal, que ha hecho escuela y creado abundante descendencia. Todo un logro para su autor, historiador, urbanista y profesor, de filiación marxista, que decidió salirse de la fila sagrada de los devotos y contemplar su ciudad a partir de la memoria, la vivencia y el recuerdo, en lugar de limitarse a trazar una guía de monumentos. Los Ángeles no los tiene. Basta una visita a Hollywood, su distrito más famoso, para reparar en que los efectos de la virtualidad, que al fin y al cabo son equiparables a la ficción, no nacieron ni con internet, ni con los móviles, ni con las redes. Estaban dentro de nosotros desde siempre.
El ensayo de Davis es una documentada elegía sobre la muerte de una ciudad mediante su transformación en metáfora comercial por obra y gracias de un post-capitalismo que, aunque ha hecho de la connurbación mayor de California el tercer enclave geográfico con mayor renta económica del globo, ha dejado fuera de plano el reverso del exceso; una inmensa legión de pobres, vagabundos, violencia, segregación racial y narcoindustria, aderezada con una inaudita afición por la eugenesia social y un nuevo darwinismo que desde hace décadas demuestra que, a mayor grado de riqueza, no necesariamente corresponde mayor progreso.
Davis es el Balzac de Los Ángeles. El Zola del derrumbe del sueño americano, que concentra en un mismo punto geográfico, a las puertas del desierto de Mojave, la plaga moderna de un modelo de desarrollo que ha hecho de la artificiosidad y de la desmesura una teología. Ciudad de Cuarzo es una historia cultural de Los Ángeles, la ciudad donde los exiliados europeos que se refugiaron en Estados Unidos tras las dos grandes guerras decían que era imposible que floreciera la cultura. Más que estar equivocados, no entendieron las narrativas del capitalismo avanzado, capaz de construir una gigantesca ficción de felicidad para enriquecer a sus élites, pero incapaz de dar cobijo a las víctimas de la quimera del oro.
La novela negra, que es el género por antonomasia de su literatura popular, el cine y los rastros de la contracultura de los años sesenta son los señuelos que, gracias a la publicidad, ocultaron –y todavía ocultan, como evidencia la huelga de guionistas y actores contra las multinacionales del streaming– la aniquilación de la industria cultural, la destrucción del tejido vecinal, una obstinada voluntad de desintegración.
Davis contrapone en este ensayo los orígenes de ese sueño comunal –el libro comienza con la historia de la colonia socialista de Llanos del Río, donde unos pioneros ensayaron la creación una sociedad utópica, venida abajo ante un impago crediticio que convirtió su paraíso en una capital arqueológica de apenas un siglo de antigüedad– con la realidad actual: urbanizaciones de lujo segregadas y blindadas ante la omnipresencia de la pobreza y las bandas. Un Primer Mundo convertido en un archipiélago de tecnología a cuyo alrededor habita una constelación de almas sin esperanza, sin lugar, condenada a algo que es muy parecido al infierno en la Tierra.
Davis empieza analizando los imaginarios de la ciudad: las novelas noir de Chandler o Ellroy, la ciencia-ficción de Ray Bradbury, El Día de la Langosta, la novela de Nathanael West sobre las oscuras sombras de Hollywood; los años bucólicos en los que Aldous Huxley, instalado en el Valle del Antílope, escribió su libro infantil The Crows of Pearblossom, el ensayo La arquitectura de cuatro ecologías, de Reuner Banhan, que santifica el automóvil, las tablas de surf, las piscinas y la arquitectura horizontal, Blade Runner, Easton Ellis, Adorno (Mínima moralia fue escrito durante su estancia en la ciudad), Brecht o Isherwood.
Después aborda una historia económica: infraestructuras, petróleo, aeronáutica, el circo luminoso de la fábrica de sueños. Explora a continuación la cultura social del suburbio –un océano de casas unifamiliares replicadas hasta la saturación– y termina con la aporofobia. El viaje es fascinante: soñadores vencidos, una clase media en extinción, millonarios que se mueven en helicópteros, pobres con carritos infantiles tirados por las esquinas, corporaciones que compran a los artistas como si fueran marcas, un cielo lleno de anuncios con letreros luminosos, bulevares con palmeras infinitas que suben hasta el cielo, autopistas colapsadas, condominios y un ecosistema donde ser un peatón constituye una práctica de riesgo.
Lo que hace tan extraordinario este libro no es tanto su sustrato, que evidentemente plantea una cuestión política, cuanto su método: David construye un poliedro portentoso que, desde lo minúsculo a lo mayúsculo, toca al máximo volumen la música funeral de la conciencia de clase. El ensayo explica, a través de la acumulación de historias, datos y personajes, la devastación del beneficio. Narra cómo la mercantilización comienza por el secuestro consentido de los espacios públicos –que son la ciudad– y, tras un largo periplo, termina con la criminalización de la pobreza.
La Ciudad de Cuarzo es una urbe dual, donde es imposible habitar en comunidad y la exclusión impera. Un sitio donde los mendigos no pueden sentarse en los bancos de los parques –patrocinados por la filantropía de los magnates– porque, de noche, los aspersores los mojan para evitar que los sin hogar duerman en ellos. En cuyas paradas de autobús es mejor permanecer de pie o donde hasta la basura de los mercados están protegidas por cámaras de vigilancia y muros.
Un universo construido en contra de la naturaleza y donde las únicas protestas sociales que se toleran son las que organizan los propietarios de las residencias de estuco, que reclaman “el derecho a habitar en un vecindario exclusivo y el mantenimiento del valor de sus inmuebles”. Sociología de batalla e historias increíbles. Referentes culturales y memoria personal. Pasajes de humor negro: “Los propietarios de viviendas de Los Ángeles aman a sus hijos pero aún quieren más al valor de sus bienes inmuebles”.
Davis se detiene en detalles cargados de significación, como un encuentro con inmigrantes ilegales salvadoreños refugiados entre las ruinas de Llanos del Río, el exterminio de los árboles de Josué, con sus flores del desierto, por jardines con piscinas, la creación del distrito lacustre de Venice, o la historia Tropical America, el mural que Siqueiros, el artista mexicano, pintó para decorar la calle Olvera, donde incluyó un peón crucificado bajo la sombra de un águila, sinónimo de la colonización anglosajona, antes de que su promotor ordenase taparlo. La profecía de Davis –una ciudad dominada por los grandes bancos y los monopolios tecnológicos, donde el trabajo intelectual es una autoexplotación de proletarios que no saben que lo son– hace tiempo que se convirtió en realidad. Ya es nuestro mundo.
La megápolis californiana se alza como una inmensidad que crece hacia las montañas y sobre el desierto. Es un paisaje carcelario donde se libra una guerra civil bajo museos corporativos, fundaciones rutilantes, restaurante biológicos con 35 variedades de pan, edificios de Frank Gehry, gigantescos malls, playas privadas y plazas sin retretes públicos. Un lugar en el que el asociacionismo juvenil es un delito y la Iglesia –con la honrosa excepción de la comunidad claretiana– gestiona suelo por valor de miles de millones de dólares, comportándose como un terrateniente.
Una historia de terror en una urbe fascinante donde los contribuyentes gritan: “Not In My Back Yard”. Y donde, si te atreves a asomar demasiado la cabeza por encima de un seto, te arriesgas a recibir un disparo. Mad City.