Quentin Tarantino

Quentin Tarantino

Cine & Teatro

Vida y milagros de Quentin Tarantino

El cineasta repasa sus influencias y recrea su educación sentimental con el séptimo arte en 'Meditaciones de cine', un libro sobre el poder de los subgéneros y las películas de violencia y sexo

11 abril, 2023 19:05

Mantenemos una relación especial con las obras que descubrimos en la adolescencia. Nos une un vínculo sentimental indeleble a los cómics, libros y películas que conocimos en esos años de formación. Quentin Tarantino (Knoxville, 1963) dedica buena parte de Meditaciones de cine a glosar los títulos que le fascinaron cuando era adolescente y le abrieron el camino que lo llevaría a ponerse detrás de la cámara. 

Hay un pasaje muy relevante en el libro en el que evoca una ocasión en que uno de los novios afroamericanos de su madre lo llevó al estreno en un cine de Los Ángeles de Pólvora negra, protagonizada por Jim Brown. El actor era un ex jugador del futbol americano sin grandes dotes interpretativas que se reconvirtió en estrella de un subgénero específicamente setentero conocido como blaxploitation. Eran cintas de acción con actores negros para un público negro, aunque no siempre dirigidas por directores negros.

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Tarantino recuerda el impacto de ser el único blanco en la sala repleta, pero sobre todo el entusiasmo del público, entregado a las acciones de su héroe en la pantalla, vitoreándolo cada vez que se cargaba a alguien. Y dice el cineasta: “A partir de ese momento, en mayor o menor medida, me he pasado la vida entera yendo a ver películas y haciéndolas, en un esfuerzo por recrear la experiencia de ver una película de Jim Brown recién estrenada, un sábado por la noche, en un cine con público negro en 1972.”

Su educación sentimental cinéfila fue singular. No solo se nutrió del cine turbulento de los turbulentos años setenta del pasado siglo, sino que su descubrimiento de obras cargadas de violencia y sexo fue muy temprano. Tanto su madre como los novios y las amigas de ella lo colaban en sesiones no aptas para su edad, siguiendo las muy liberales teorías maternas de que mientras pudiera contextualizar lo que veía no pasaba nada. Según ella, lo horrible y pernicioso eran las noticias de la tele, mientras que lo que viera en la gran pantalla no podía traumatizarlo.

De modo que el joven Quentin devoró a una tierna edad películas con insinuantes diálogos cargados de dobles sentido sexuales y notables dosis de violencia. Con solo once años vio un programa doble consistente en Grupo salvaje y Deliverance  (polémica en su día por una escena en que uno de los protagonistas era sodomizado que traumatizó a más de un adulto hecho y derecho). Y con catorce, la hija mayor de edad de una de las amigas de su progenitora lo colaba en un cine llamado Pussycat Theatre que, como es obvio por el nombrecito, proyectaba porno y donde vio Garganta profunda y El diablo y la señorita Jones.

Estos son solo algunos ejemplos de los títulos que el chavalín deglutió en esos años formativos. Según cuenta, en el colegio algunos progenitores no querían que sus hijos se hicieran amigos de ese niño rarito que en clase contaba, con todo lujo de detalles, las escenas más gore de las películas no aptas que veía.

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Hay otra anécdota interesante: “¿Hubo alguna película de esa época a la que me fue imposible hacer frente? Sí. Bambi”. Esta la vio en su tierna infancia y continúa explicando: “Bambi extraviado al separarse de su madre, los disparos del cazador contra ella y el incendio forestal me afectaron más que cualquier otra de las imágenes que vi en el cine. Lo único que se acercaría a eso fue la película de Wes Craven, La última casa a la izquierda, que vi en 1974”.Para quien no la conozca, la mencionada cinta de Craven, puro cine exploitation, es de una violencia descarnada y extrema, e incluye escenas muy explícitas de violación y mutilaciones. En la época de su estreno ya generó debate sobre los límites de lo tolerable, junto a otras propuestas brutales del subgénero llamado rape and revenge que dio en aquellos años hitos como I Spit on Your Grave, protagonizada por Camille Keaton, nieta de Buster Keaton, o la sueca Thriller, en grym film, con su icónica vengadora tuerta.

La explicación de Tarantino del porqué le impacto tanto Bambi es muy interesante: “Incluso más que la dinámica psicológica de la trama, el inesperado giro trágico de la película fue lo que me causó conmoción. Los anuncios de televisión no ponían de relieve la verdadera naturaleza de la película. Por el contrario, se centraban en las travesuras de los entrañables Bambi y Tambor. Nada me preparó para el desgarrador giro en los acontecimientos. Recuerdo que mi pequeño cerebro exclamó el equivalente en un niño de cinco años a ¿Qué coño está pasando aquí? 

¿Acaso no podemos vislumbrar en esta reacción del niño Quentin –sumada a la experiencia del estreno de la película de Jim Brown– el germen de cómo funciona todo su cine? ¿No podemos leer estos dos episodios como el origen de sus claves estilísticas: el gusto por los impactos visuales y los giros inesperados, el retorcimiento de las convenciones del género, el manejo de la tensión y el ritmo, el empeño por lograr momentos icónicos que permanezca en la retina y en el recuerdo del espectador?

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Su omnívora y enciclopédica formación cinéfila continuará en el famoso videoclub en el que trabajó de joven y que le permitió descubrir todo tipo de películas, desde los grandes clásicos hasta las rarezas, las marcianadas y las exploitation movies, entre las que husmea y rescata pequeñas joyas, material de cine de culto. Pero de esto ya no habla en el libro, que se centra en sus experiencias como espectador adolescente. De entre lo que le deslumbró en esta época, analiza títulos como Bullitt, Harry el sucio, Deliverance, La huida, Fuga de Alcatraz… Abundan los policiacos, las tramas de venganza y los justicieros. A este esquema responden también las dos obras que comenta de John Flynn, cineasta infravalorado por el que Tarantino siente adoración: La organización criminal (adaptación de una novela de Donald Westlake) y sobre todo la gloriosa Rolling Thunder (aquí estrenada como El ex preso de Corea), que cuenta las implacables andanzas vengadoras de un veterano de guerra manco con un garfio en lugar de mano.

Las piezas más inesperadas entre los que aborda son Daisy Miller, una señorita rebelde, la adaptación de Henry James que hizo Bogdanovich a mayor gloria de Cybill Shepherd, y La cocina del inferno, el proyecto personal que Stallone escribió, dirigió y protagonizó después del pelotazo de Rocky. Hay también espacio para tres propuestas de los llamados movie brats, los jóvenes directores que revolucionaron el cine americano de esta década: Hermanas de De Palma, uno de sus pastiches hitchcockianos en modo serie B; Hardcore, un mundo oculto de Paul Schrader y Taxi Driver de Scorsese, con guión de Schrader.

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Estas dos últimas son variaciones autorales de las antes mencionadas películas de venganza Los protagonistas de ambas –un padre que trata de rescatar a su hija del submundo del porno y un veterano desquiciado que intenta liberar a una menor de un proxeneta– libran una suerte de guerra santa contra el pecado y el mal. Un tema de ecos religiosos muy propio de Schrader, que, no lo olvidemos, creció en una rigorista familia calvinista. Taxi Driver es sin duda la obra que mejor refleja y resume la década de los setenta, con toda su paranoia y desquicie.

Tarantino escribe como habla, es decir como una metralleta. Y el análisis de cada una de estas películas es una gozosa mezcla de pasión, erudición hasta límites inauditos e interpretaciones siempre originales y sugerentes. Y llegados a este punto, permítanme destacar algo: su enorme importancia no solo como director sino también como prescriptor. Es fundamental su labor como reivindicador y redescubridor de cintas olvidadas o vilipendiadas; de cineastas menospreciados o mirados con desdén a los que homenajea en sus películas; como rescatador de actores arrinconados; como revitalizador de los géneros despreciados por los elitistas miopes.

Su papel es comparable en mi opinión al de Borges en el ámbito de la literatura. El argentino nos enseñó a leer con otros ojos a autores como Poe, Melville, Stevenson, Chesterton, H. G. Wells, Kipling, William Beckford, Arthur Machen, Wilkie Collins, Marcel Schowb o Dino Buzzati. Fue además un lector apasionado tanto de la alta literatura como de la de género; recordemos que con Bioy dirigió durante años la legendaria colección policiaca El séptimo Círculo –con las maravillosas cubiertas geométricas de José Bonomi–, y que juntos confeccionaron antologías de relatos detectivescos y de literatura fantástica.

Tarantino comparte esta entusiasta vocación prescriptora, que le permite reivindicar tanto incuestionables clásicos como obras de serie B y de cine de explotación. Escritor y cineasta comparten una visión que derriba dogmas canónicos divisorios entre alta cultura y géneros populares, y saben descubrir la genialidad larvada que en ocasiones anida en los productos híbridos y bastardos. La erudición enciclopédica de Tarantino se traslada a sus películas, que son una sucesión de guiños, homenajes, pastiches y recreaciones de títulos amados. Tanto él como antes Borges son autores posmodernos y si el argentino practicó la metaliteratura, Tarantino hace metacine.

Hay dos obras que son paradigmáticas de este juego especular de diálogo con sus referentes. Por un lado, las dos partes de Kill Bill, que despliegan un descomunal catálogo de referencias a cintas de artes marciales y otros subgéneros, algunas más obvias y otras solo al alcance de los muy iniciados en ciertas complicidades secretas. Y obviamente Érase una vez en Hollywood, en la que, entre otros muchos guiños, homenajea a su adorado Sergio Corbucci (no se pierdan el documental Django & Django de Luca Rea, disponible en Netflix, con entusiastas intervenciones de Tarantino) y se menciona incluso a nuestro cineasta de culto autóctono Joaquín Romero Marchent, idolatrado en el extranjero por el portentoso western gore Condenados a vivir de 1972.

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Como ejemplo de los eclécticos gustos tarantinescos, alejados del dogmatismo del canon tradicional, concluyo reproduciendo los listados de sus películas favoritas que envió en 2012 y 2022 a la encuesta que convoca Sight and Sound una vez por década:

Listado de 2012

1-Apocalypse Now de Francis Ford Coppola.

2-The Bad News Bears de Michael Ritchie.

3-Carrie de Brian De Palma.

4-Dazed and confused (Movida del 76) de Richard Linklater.

5-El bueno, el feo y el malo de Sergio Leone.

6-La gran evasión de Prestos Sturges.

7-Luna nueva de Howard Hawks.

8-Tiburón de Steven Spielberg.

9-Querido profesor de Roger Vadim.

10-Rolling Thunder (El expreso de Corea) de John Flynn.

11-Carga maldita de William Friedkin.

12-Taxi Driver de Martin Scorsese.

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Listado de 2022

1-El bueno, el feo y el malo de Sergio Leone.

2-Río Bravo de Howard Hawks.

3-Impacto Brian De Palma.

4-Taxi Driver de Martin Scorsese.

5-Luna nueva de Howard Hawks

6-5 fingers of Death/King Boxer de Chuang-Wha Chung

7-La caja de Pandora de G. W. Pabst.

8-Carrie de Brian De Palma.

9-Infielmente tuyo de Preston Sturges

10-Cinco tumbas al Cairo de Billy Wilder.

11-Tiburón de Steven Spielberg.