Jerry Lee Lewis junto a su novia menor de edad, Myra Gale Brown

Jerry Lee Lewis junto a su novia menor de edad, Myra Gale Brown

Cine & Teatro

Ethan Coen & The Killer

La obra definitiva sobre Jerry Lee Lewis es el documental de Ethan Coen, producido, entre otros, por el propio Mick Jagger

11 abril, 2023 22:11

Gato Pérez dijo en cierta ocasión que Frank Sinatra era un hombre que cantaba canciones ajenas como si fueran trozos de su vida. Algo parecido podría afirmarse sobre Jerry Lee Lewis (Ferriday, Luisiana, 1935 – Hernando, Misisipi, 2022), que compuso muy pocos temas, pero se hizo suyos todos los que abordaba, ya fuese en el violento rock & roll de sus inicios (cuando se ganó el alias de The killer) como en sus posteriores flirteos con la música country o las canciones de misa (también conocidas como góspel). A esa conclusión puede llegar cualquiera que se trague el documental que le ha dedicado Ethan Coen (sí, uno de los célebres hermanos Coen), Jerry Lee Lewis: Trouble in mind, rebautizado en Movistar como Jerry Lee Lewis: La música del diablo, un estupendo retrato del último superviviente de los albores del rock & roll a base exclusivamente de material de archivo, sin recurrir a ninguna voz en off y de una discreta duración que supera levemente los 70 minutos de metraje.

Como queda meridianamente claro en el documental, Jerry Lee Lewis fue un hombre que siempre hizo lo que le salía de las narices: entre otras cosas, casarse siete u ocho veces (se pierde la cuenta), una de ellas con su querida prima Myra, aunque la niña tenía trece años y su relación con ella le buscó la ruina, pues pasó, de la noche a la mañana, de ser una estrella a convertirse en un apestado del que la industria y la sociedad biempensante no querían saber nada (aunque, como él mismo dice en la película del señor Coen, “Tenía tantos primos y primas que tuve que acabar casándome con una”). Tras unos años de ostracismo, se reinventó a mediados de los 60 como cantante de country (y, posteriormente, de góspel, puede que se debiera a la benéfica influencia de Little Richard, escandaloso sarasa negro reciclado en meapilas de categoría), que interpretó a su manera y con la misma vehemencia y tendencia al exceso con las que se había ganado el favor del público al principio de su carrera en los últimos años de la década de los 50. Con la música country, el animal de Jerry Lee ya no se dedicaba a tocar el teclado con el zapato, a subirse al piano (o prenderle fuego, como había hecho en más de una ocasión) o a deshacerse de la banqueta en que se sentaba al teclado de una patada para dar rienda suelta a su delirio interpretativo (es muy difícil ejercer de frontman al piano, y eso fue lo que hizo que Lewis, a diferencia de esos cantantes y/o guitarristas que pueden ocupar el centro del escenario porque no están enganchados a su instrumento, tuviese que convertirse en un histrión para hacerse notar).

El músico Jerry Lee Lewis / EFE

El músico Jerry Lee Lewis / EFE

Jerry Lee Lewis nació en el seno de una familia de campesinos temerosos de Dios que, curiosamente, nunca se tomó excesivamente mal sus peregrinaciones a los barrios de los negros, donde, según él, aprendió todo lo que había que aprender para lanzarse al rock & roll. Es más, sus padres le compraron un piano a los siete años y le animaron a tocarlo (tampoco tuvo problemas para dedicarse a la música la hermana del Asesino, Linda Gail, cuya meritoria carrera es menos conocida que la de Jerry Lee, aunque publicó en el 2000 un disco sensacional a medias con Van Morrison, You win again). Si el señor Lewis salió gamberro y problemático, por lo menos nunca fue un filisteo como su primo Jimmy Swaggart, que se pasó la vida amenazándolo con arder en el fuego del infierno, hasta que se descubrió que el telepredicador de marras era un rijoso y un sobón que no hacía nada de lo que predicaba. En ese sentido, Jerry Lee nunca engañó a nadie: él iba por la vida pisando fuerte y a su puta bola, y al que no le gustara, que le dieran.

Genio y figura

Jerry Lee Lewis fue objeto de una biopic en 1989, Great balls of fire, dirigida por Jim McBride (responsable de Breathless, el magnífico remake del clásico de Godard A bout de souffle, que a algunos excéntricos nos gusta más que el original) y protagonizada por Dennis Quaid (con Winona Ryder en el papel de la primita Myra, quien, por cierto, aparece en el documental de Coen para hablar de los demonios interiores de su ex marido y, ya puestos, del día en que no tuvo mejor idea que pegarle un tiro a su bajista, que sobrevivió, pero nunca volvió a tocar con él, ¡hay gente muy picajosa, amigos!), que sobreactuaba de mala manera y contribuyó enormemente a que la película no acabara de funcionar. Pero la obra definitiva sobre el Killer es, en mi opinión, este modesto documental de Ethan Coen que puede verse ahora en Movistar (previo pago de su importe, pues aún está en la zona de apoquinar) y que está producido, entre otros, por el mismísimo Mick Jagger.

Mick Jagger y Keith Richards en Villa Nellcôte1

Mick Jagger y Keith Richards en Villa Nellcôte1

El cantante de los Stones participó en el 2006 –junto a luminarias como Little Richard, Bruce Springsteen, Chris Isaak, Ringo Starr o Keith Richards-- en un magnífico disco de duetos con Lewis, titulado con una lógica extrema Last man standing, que desempolvé tras tragarme el documental del señor Coen y que aprovecho para recomendar fervientemente al querido lector: como testamento sonoro, es insuperable. Jerry Lee Lewis enterró, metafóricamente, a Elvis, Chuck Berry, Carl Perkins, Buddy Holly, Little Richard, Johnny Cash y hasta al mítico productor que lo descubrió, Sam Philips, factótum de Sun Records. Pese a todo lo que se llegó a beber, aguantó estoicamente hasta una edad muy avanzada (superó incluso un ictus tras el que tuvo que volver a enseñarse a sí mismo a tocar el piano, ¡y lo logró!) y dio la impresión de reventar cuando le salió de las narices. Como se dice en estos casos, genio y figura hasta la sepultura.