El asesino caníbal
La miniserie 'Dahmer' sobre un criminal en serie sorprende con un guion de hierro, actores espléndidos y una eficaz puesta en escena
7 octubre, 2022 21:55Los americanos siempre han mostrado cierta tendencia a creer que sus historias deben interesarnos a todos, sin tener en cuenta el país en el que hayamos nacido (y no andan muy equivocados, pues nos tragamos todo lo que nos echan, salvo las historias ambientadas en el mundo del béisbol, que no va a ver nadie fuera de Estados Unidos). Entre esas cosas destaca, especialmente en el audiovisual, la figura del serial killer o asesino en serie, que cuenta con abundantes personajes que ya han pasado a formar parte del imaginario colectivo. El que más, Jeffrey Dahmer (1960-1994), un tarado de Milwaukee, Ohio, que asesinó a diecisiete hombres, adultos o adolescentes, entre 1978 y 1991, añadiendo a unos crímenes horribles un elemento aún más desagradable e inquietante: el canibalismo (cuando lo detuvieron, encontraron una cabeza humana en su frigorífico).
Sobre Dahmer se han escrito libros y comics y se han rodado largometrajes de ficción y documentales, lo cual me llevó a afrontar con cierta prevención y algo de pereza la nueva miniserie que se le ha dedicado en Netflix, Dahmer (diez episodios), creada por Ryan Murphy e Ian Brennan, que ya habían trabajado juntos en series como Glee, The politician, Hollywood, Halston o Ratched. Como Murphy es un devoto del grand guignol (compruébese en una de sus series más logradas, American Horror Story) y lleva una estricta agenda gay, era de temer que alguien como Jeffrey Dahmer, homosexual y caníbal, le sirviera para fabricar un producto morboso y con tendencia al gore. Afortunadamente, no ha sido así: Dahmer es una propuesta de una seriedad admirable tras la que será prácticamente imposible seguir dando la chapa con el carnicero de Milwaukee, pues dudo que quede nada por añadir a su repugnante historia.
¿Apetece pasarse diez horas con un sujeto como Dahmer? En principio, no demasiado, pues nos han contado sus andanzas en infinidad de ocasiones. Pero al cabo de un par de capítulos, llegas a la conclusión de que nunca te las habían contado así, de una forma tan exhaustiva y desde diferentes puntos de vista (entre los que destacan el de su propio padre, interpretado por el gran Richard Jenkins, y el de su sufrida vecina, a la que da vida Niecy Nash). El protagonista, Evan Peters (un habitual de American Horror Story), borda el papel del asesino. Y el guion incide sabiamente en el entorno en que Dahmer cometía sus crímenes, un barrio pobre habitado principalmente por negros, hispanos y asiáticos por el que la policía no aparecía, y si lo hacía era para cubrir el expediente sin buscarse problemas: la secuencia en que una de las víctimas del asesino, drogada, desorientada y semidesnuda, es devuelta a su torturador porque a los polis les parece estar ante una riña de maricas a la que no hay que dar ninguna importancia es muy ilustrativa.
Esta visión panorámica de la historia de Jeffrey Dahmer parte de la indudable insania del sujeto --aunque él insistía en que no estaba loco y hasta llegó a solicitar que le aplicaran la pena de muerte-- y se extiende a su hábitat físico y moral. La policía se muestra inepta, pero lo grave es que esa ineptitud se ve reforzada por el desinterés de la mayoría blanca en las desgracias que puedan acontecerles a los negros, los hispanos y los asiáticos, sobre todo si son homosexuales, en cuyo caso todo el mundo se lava las manos. Dahmer reclutaba a sus víctimas entre esos colectivos raciales, aunque no queda claro si era una cuestión de atracción sexual o de una manera de no llamar la atención de los blancos o una mezcla de ambas cosas. En cualquier caso, se tiró trece años matando sin que nadie se preocupara mucho por pararle los pies.
Epifanía religiosa
El entorno familiar del criminal también es abordado de forma exhaustiva a través de su padre, Lionel, y de su perturbada madre, Joyce (Penelope Ann Miller), una neurótica depresiva trufada a pastillas que, tras su divorcio, desaparece por completo de la vida de Jeffrey llevándose a su hermano pequeño (que no aparece en toda la serie: el único detalle que deja algo que desear en la producción, pues algo tendría que decir sobre el tarado de Jeff). Aunque Lionel se culpa por haber iniciado a su hijo en la taxidermia con animales que encontraban atropellados en la carretera, no hay intención alguna de culpabilizar a los progenitores del monstruo, algo que ni éste hace, pues considera que es como es y nadie es responsable de ello.
Una vez en la cárcel, Dahmer empezó a recibir cartas de fans (hay gente para todo, especialmente en Estados Unidos), se vino arriba (ganándose la inquina de otros presidiarios) y hasta tuvo una epifanía religiosa que lo llevó a bautizarse en una bañera del presidio: de repente quería que un Dios en el que nunca había creído lo perdonara. Lamentablemente para él, otro recluso que también había conocido al Señor en el talego consideró que eliminarlo aceleraría su proceso de redención, así que se cargó a Dahmer a base de golpes con unas pesas de gimnasio.
Para lo que no tiene acostumbrados el señor Murphy, Dahmer resulta ser una serie de una seriedad y una austeridad encomiables. Un guion de hierro, unos actores espléndidos y una eficaz puesta en escena (entre los directores figura gente como Jennifer Lynch o Greg Araki) consiguen plasmar la historia definitiva del infame Jeffrey Dahmer, sobre el que yo diría que no queda ya nada por añadir. Y como intenten endilgarme otra historia del carnicero de Milwaukee, ya les puedo asegurar que la va a ver su padre.