El aroma del deseo
'El Perfume' no es una serie cómoda de ver, pero tiene elementos hipnóticos para el espectador que se engancha con unos personajes tarados
25 diciembre, 2021 00:00El escritor alemán Patrick Suskind publicó en 1985 una novela que le ganó la fama internacional antes de caer en cierto olvido voluntario: El perfume, que contaba la historia, entre lírica y siniestra, de Jean-Baptiste Grenouille, un cazador de aromas y perfumista radical que se dedicaba al asesinato en serie de mujeres para coleccionar sus olores en busca de la esencia más irresistible del mundo. La novela fue llevada al cine en 2006, dirigida por Tom Tykwer y protagonizada por Dustin Hoffman y Ben Whishaw, el nuevo Q de las aventuras de James Bond que aquí interpretaba el papel del extraño Grenouille. A rebufo del libro y de la película, Netflix ha colgado en su parrilla una miniserie alemana de 2018 que constituye un peculiar spin off del material original, que cumple aquí la función de elemento desencadenador de una trama totalmente diferente, ambientada en época actual en una pequeña localidad del Bajo Rin y protagonizada por una serie de personajes, a cuál más extraño y desagradable (incluyendo a la inspectora de policía que debe resolver los crímenes que se van produciendo), que compartieron internado en la adolescencia y cayeron rendidos a la magia de la novela del señor Suskind, que acabaría marcando su vida adulta de una manera que más les habría valido evitar.
La historia arranca con el descubrimiento del cadáver desnudo de una cantante local que, en su primera juventud, fue el objeto de deseo de unos cuantos chavales del internado que se convierten en los principales sospechosos de su asesinato: el cadáver, en la mejor tradición Grenouille, ha aparecido mutilado en zonas fuertes en aromas, las axilas y los genitales. La difunta Katharina fue, en su adolescencia, una pionera del poliamor que otorgaba sus favores, por turnos o en grupo, a ciertos alumnos del internado, que ahora son unos adultos que, por un motivo u otro, dejan bastante que desear: uno pega a su mujer; otro, regenta un burdel como si estuviera al mando de un campo de concentración; el de más allá no se aclara con su sexualidad y el cuarto se ha convertido en un perfumista de fama internacional tan brillante como siniestro. ¿Quién de ellos se ha cargado a la cantante y por qué? Eso es lo que debe averiguar la inspectora Nadja Simon, huérfana atormentada cuyo romance con el fiscal Grunberg es de una tristeza y de una falta de futuro desoladoras. Todo en esta miniserie de seis capítulos es, de hecho, de una tristeza tremenda, mezclada con un tono perverso muy notable que lo aleja convenientemente de los clichés habituales del género policial.
Rareza siniestra y extravagante
Siendo un producto tan raro como interesante, El perfume no es una serie cómoda de ver. Es imposible sentir la más mínima empatía por ninguno de los personajes que aparecen en la pantalla, los cuales, ¿para qué negarlo?, caen francamente mal y pertenecen a ese colectivo humano con cuyos integrantes nunca te irías a tomar una copa. Todos están tarados desde la adolescencia por sus experiencias en el internado. Y hasta la inspectora que debería cuadrarlos es una mujer a la que ningún hombre en su sano juicio quisiera tener de novia (como quedará demostrado al final). A pesar de todo esto, El perfume tiene cualidades hipnóticas para espectadores como el que esto firma, que se tragó la miniserie en dos sentadas sin saber muy bien qué era lo que le mantenía pegado a la pantalla. Les ahorro los nombres de guionistas, actores y director porque intuyo que les sonarán tan poco como a mí, aunque todos ellos cumplen con su función de forma ejemplar.
Tal vez sea ese tono perverso, retorcido y sucio que se aplica a la trama lo que la hace tan irresistible como los perfumes del demente Grenouille. Algo te dice que más te valdría estar viendo otra cosa, pero también hay algo en esa pandilla de tarados y en sus deplorables existencias que te lleva a llegar hasta el final y ser consciente de que te has tragado una de las rarezas más siniestras y extravagantes de esa plataforma sin criterio en la que el material se acumula sin más lógica que la de ofrecer entretenimiento a toda clase de gente. El sector más peculiar y alternativo de la parroquia de Netflix le verá la gracia a El perfume. El resto del colectivo, se la puede ahorrar tranquilamente.