Al Capone, un gánster incomprensible
'Capone' es una peculiar 'biopic' dirigida por Josh Trank que se centra en el último año de vida del sujeto, pero sin un claro objetivo ni mensaje
21 abril, 2021 00:00Si algo sé de Al Capone es que pagaba puntualmente a sus empleados. Me lo comentó Xavier Cugat a principios de los años ochenta mientras me invitaba a unas margaritas en su restaurante de Los Ángeles, Casa Cugat, situado en el bulevar La Ciénega (los gringos se liaron con la palabra española, pero eso es lo que hay). “Nunca entendí por qué la gente hablaba tan mal de él”, me dijo. “Mientras trabajé en sus clubs, el señor Capone siempre me pagó a final de mes”. Cugie era fantástico. Había conocido a lo que para mí eran genuinas momias (“Valentino era un hombre muy triste. Y un calzonazos. Las mujeres hacían lo que querían con él”) y sus opiniones al respecto me fascinaban.
Para saber algo más del célebre gangster italiano (aparte de que con él no había problemas para cobrar), la otra noche tuve la peregrina idea de tragarme Capone, la peculiar biopic escrita y dirigida por Josh Trank que acaba de colgar Filmin y que se centra, por motivos que no alcanzo a entender, en el último año de vida del sujeto, cuando, tras pasar una década en el talego por evasión de impuestos, está hecho polvo y languidece en su mansión de Florida mientras sufre los efectos de una neuro sífilis que le lleva a mearse en el sillón y cagarse en la cama (apetitosas secuencias donde las haya) y a vivir en un estado permanentemente febril en el que espectador nunca sabe qué es real y qué no (y lo mismo parece pasarle al señor Trank).
¿Luz verde de la productora?
Uno esperaba flashbacks explicando la vida anterior del protagonista, pero no los hay: lo único que se nos ofrece son los delirios del señor Capone, en los que es imposible distinguir lo real de lo imaginado (la visita de un amigote interpretado por Matt Dillon se resuelve, como casi todo, de una manera incomprensible: ¿ha estado en Florida o no ha estado? Misterio). Convertir al gangster más famoso de la historia en un viejo idiota e incontinente parece la principal misión de esta película absurda (y aburrida) que no se entiende cómo consiguió la luz verde de la productora. No entiendo qué atrajo de ese guion que no va a ninguna parte a Lawrence Bender, el hombre que produjo Pulp fiction. Ni qué pinta ahí el habitualmente solvente Tom Hardy en el papel principal, dando un recital de muecas y esputos porque el pobre no sabe a qué agarrarse (como no sea al puro y a la escupidera). En el papel de su médico, Kyle MacLachlan, el agente Cooper de Twin Peaks, parece tan perdido como Gary Cooper en Peter Ibbetson, con la diferencia de que la película de Hathaway era una obra maestra deliciosamente extravagante y Capone es lo que los americanos definen como clusterfuck, un disparate que no se entiende para qué se escribió ni para qué se rodó.
Reconozco que este artículo es un aviso a navegantes que pudieran estar interesados en la figura de Alfonso Capone, mucho mejor retratado por Brian de Palma en Los intocables y hasta en la serie de televisión del mismo nombre, aunque Capone no salía nunca y le cedía el protagonismo canalla a su secuaz Frank Nitti. Lo único bueno que puedo decir de esta birria que Filmin ha lanzado con grandes alharacas es que produce un sopor francamente reconfortante tras la jornada laboral. Me quedé frito durante los últimos cinco minutos y, al despertar, me encontré con un primer plano final de Tom Hardy mirándome fijamente y con estupor, exactamente igual que yo lo observaba a él. Por regla general, hasta en las peores películas acabas entendiendo lo que pretendía el director, aunque no lo lograra. Capone es la excepción. Y después de verla, lo único que sé del terror de Chicago durante la Ley Seca es lo que me contó Cugie mientras me ponía tibio de tequila a su costa: que pagaba puntualmente a sus empleados. Para este viaje, francamente, no necesitaba alforjas.