El coleccionista de esposas
'Amor fraudulento' es la serie sobre Richard Scott Smith y sus engaños a cincuentonas para huir en el momento más inesperado
12 diciembre, 2020 00:00Richard Scott Smith creía de tal manera en el matrimonio que se casó más de diez veces sin tomarse la molestia, en la mayoría de los casos, de divorciarse de su anterior pareja. No lo hacía por dinero, pues solía fijarse en cincuentonas no muy atractivas necesitadas de cariño para pulirse la poca pasta que tenían y desaparecer en el momento más inesperado, tras haberles prometido a todas que eran la mujer de su vida y que envejecerían juntos. El señor Smith tampoco era un Adonis, pero a labia, simpatía y capacidad de engaño no le ganaba nadie. ¿Estaba bien de la cabeza? Uno diría, tras ver la miniserie de Movistar Amor fraudulento (Love fraud), que no, especialmente después de asistir estupefacto a la entrevista con el sujeto que tiene lugar en el cuarto y último capítulo, rodada en la penitenciaria en la que cumple una sentencia de seis meses que no le va a dar tiempo a redimirse: los últimos planos de la serie nos lo muestran en una piscina pública, haciendo arrumacos a su nueva víctima dentro del agua. Genio y figura (y jeta y locura) hasta la sepultura.
Producida y dirigida por Heidi Ewing y Rachel Gradey, Amor fraudulento cede la palabra en sus tres primeras entregas a varias víctimas de este casamentero en serio (tras la figura del serial killer llega la del serial groom), que han conseguido superar la vergüenza para explicarle a todo el mundo cómo las gastaba el supuesto hombre de su vida. El modus operandi del sujeto era siempre el mismo: una rápida seducción (siempre se trataba de mujeres sentimentalmente vulnerables), una no menos veloz mutación del aparente cariño en desprecio y abuso financiero y una desaparición digna del gran Harry Houdini. Las víctimas acabaron compartiendo sus desgracias en un blog. Entre todas contrataron a una cazadora de recompensas --gran personaje secundario de la serie: sin dejar de fumar, informa al espectador de que estuvo casada con un maltratador y que cuando lo plantó se prometió dedicar todos sus esfuerzos a amargarle la vida a esa clase de gentuza-- y se lanzaron en busca del sujeto que las había engañado a todas, sobre el que pesaban dos órdenes de detención que ni jueces ni policías parecían tomarse demasiado en serio. Cuando consiguieron que enchironaran a su verdugo emocional, que se disponía a hundirle la vida a una nueva víctima, solo le cayeron ciento ochenta días: era un miserable y un chiflado, pero no había matado a nadie y se había apropiado de cantidades de dinero francamente ridículas. Más que un peligro para la sociedad, Richard Scott Smith era una molestia con la que el sistema no sabía qué hacer.
Aunque la práctica totalidad del metraje de Amor fraudulento está consagrado a las novias y esposas de este serial lover, el gran momento de la serie es cuando Smith explica su versión de los hechos a las directoras: una impresionante mezcla de locura, cara dura, autocompasión y tics majaretas incontrolables que le llevan a su gran conclusión, que él solo es un pobre tipo necesitado de amor y capaz de cualquier cosa para conseguirlo. Por qué este sujeto no está internado en alguna institución psiquiátrica es el gran misterio no resuelto de esta miniserie. Puede que Smith, que no daba para gran delincuente, tampoco sirva como sujeto de estudio psicológico, pero como emmerdeur sentimental es insuperable y merecía una miniserie tan bien hecha como Amor fraudulento.