Benito Zambrano: "Un pueblo que no entierra bien a sus muertos es un pueblo sin dignidad"
El director andaluz, que acaba de estrenar ‘Intemperie’, reflexiona sobre la Memoria y las dificultades para poner en pie un proyecto cinematográfico
6 enero, 2020 00:00Benito Zambrano, con treinta y cuatro años y apenas unos pocos cortos en la mochila, logró cinco Goyas con su ópera prima –Solas– el mismo año en el que Almodóvar se iba de vacío de la gala de la Academia de Cine. Han llovido años, cuatro películas, una serie de televisión, algún documental y mucho trabajo en publicidad, pero el joven que dio aquella campanada no ha abandonado ese aire de asombro por el éxito y, en su caso, esa sonrisa que se les pone a los que pueden elegir. Si Solas le salió de las tripas, si escogió la novela de Dulce Chacón para recrear La voz dormida, si Habana Blues fue como una cuenta pendiente tras su estancia como estudiante de cine en la capital cubana, ahora es un encargo el que le hace continuar siendo uno de los mejores directores de cine del país. Diez minutos duró el cerradísimo aplauso del estreno de Intemperie en el Festival de Cine Europeo de Sevilla, una ovación que Zambrano acogió con esa sonrisa tímida y nerviosa que siempre le acompaña.
–Llevar Intemperie, la novela de Jesús Carrasco, al cine es la idea, como mínimo, de un tipo valiente.
–Mucho, pero no es mía. Las narices las pusieron los productores Juan Gordon y Pedro Uriol, de Morena Films. Son los que compraron los derechos de la novela y los que encargaron un primer guion. Yo llegué cuando el proyecto estaba precocinado, como si dijéramos.
–Y se atrevió.
–Cuando me dijeron lo que querían hacer me pareció una locura sin más, pero luego leí la novela y entonces me pareció una locura absoluta (ríe). Cuando le eché un vistazo al primer guion ya me pareció posible, muy difícil, pero no imposible. Y me vine arriba. La verdad es que es un honor que contaran conmigo (Morena Films tiene un recorrido casi como el de Zambrano: se creó en 1999 y ha trabajado con estrellas como Oliver Stone, Steven Soderbergh y Benicio del Toro o valores nacionales como Icíar Bollaín y Julio Medem).
–¿Cambió mucho el guion que le dieron?
–Daniel y Pablo (Remón) habían hecho un muy buen trabajo previo y luego ya me metí yo, claro. La novela y su atmósfera estaban ahí, pero pedí una serie de cosas para apropiármela, que es lo que tienen que hacer los directores. Le busqué un contexto histórico que en la novela no existe, le calcé el paisaje que yo creo que es fundamental en esta película… El paisaje es uno de los protagonistas más importantes de esta película.
–¿Andalucía?
–Sí, aunque ese paisaje no es solamente andaluz. Puede ser cualquier secarral de Extremadura, de Teruel mismo, hasta de Sicilia. Del Sur, desde luego, pero sin que tenga que identificarse con un lugar concreto. Y pasó que uno de los productores tenía una casa cerca de esa zona de Granada, en Orce, y me lo propuso. Era el sitio perfecto: barrancos, peñas y esa llanura seca llena de cardos. Perfecto.
–Hay muchos actores andaluces.
–Yo suelo contar con los actores de mi tierra… en este caso, más que andaluces, quería gente que tuviera un acento rural, que sonara verosímil. Sobre todo por los personajes del poblado.
–Pues Luis Tosar [uno de los protagonistas] es gallego.
–Y Luis Callejo de Segovia. No le pedí a nadie que forzara o cambiara el acento, sólo que sonaran naturales.
–Verdaderamente Tosar es El Pastor.
–El nombre de Tosar me vino con el encargo… De hecho fue uno de los platos fuertes con los que el proyecto consiguió financiación. Sin Luis Tosar tal vez no habría habido película. Y el resultado es brutal, brutal.
–¿Nunca había trabajado con él?
–Nunca. Lo admiraba, claro. Pero ha sido tan fácil… Yo he trabajado con dos actores de los muy consagrados: con Juan Diego, en la serie Padre Coraje, y ahora con Tosar en Intemperie. Y la verdad es que cuando más grandes son más fácil resulta hacer cosas con ellos. Superfácil.
–Hitchcock decía que nunca hay que rodar con niños y perros. Usted no rueda con mujeres rubias.
–(Se ríe a carcajadas)… Pues yo añadiría que ni con coches de época y menos aún con camionetas. Los animales no nos dieron ni un solo problema: las ovejas, el caballo, el burro, tan bueno… El niño es una joya, un profesional como la copa de un pino, pero la camioneta me paró varios días de rodaje, se estropeaba, se paraba… Un tormento. Lo demás fue como la seda (Hace un aparte: ¿no he rodado con rubias?)
–“A todos los que enseñan a perdonar” es la dedicatoria que coloca al final de la película. ¿Se refiere a alguien en concreto?
–En realidad estaba dedicado a mis héroes de ahora mismo. A los que se olvidan de todo y se van a rescatar náufragos al Mediterráneo o bregan con los refugiados en los campos, los que ayudan a los emigrantes…. Toda esa gente generosa es la que nos enseña que hay que entender a la personas para perdonarlas.
–El contexto de la película es el año 1947, en plena dictadura. ¿Es un mensaje?
–También. Yo creo que los que perdimos hace mucho tiempo que perdonamos. Claro que hubo una búsqueda del olvido, necesario para sobrevivir entonces, con Franco, pero los que queremos saber, recuperar la Historia, devolver la dignidad a tanta gente callada… nosotros no buscamos revancha ni venganza. En realidad, los perdedores nos han enseñado a perdonar. Pero perdonar no es olvidar: no se puede hacer un borrado sucio de la Historia. Y un pueblo que no entierra bien a sus muertos es un pueblo sin dignidad (se exalta levemente).
–En Intemperie el contexto histórico explica las huellas de personajes como El Capataz y El Pastor, que han pasado guerras, pero la película trata del mal individual. ¿No?
–Hay un mal, una violencia en el ambiente y mucha crudeza. La crudeza de sobrevivir. Mira el personaje de Luis Tosar: un pastor rudo, solitario, que viene de la guerra de África y que ha matado y sabe matar. Y está El Capataz y los que le siguen, un mundo donde o das o te dan… He querido darle el dramatismo de los western clásicos. La soledad, los animales, el desierto. En realidad, el western es el género rural por excelencia aunque los americanos lo hayan utilizado para la épica de la conquista de América, pero son dramas rurales de cajón. Y he querido pasarlo por el Sur, un poco a lo Sergio Leone. (Asiente cuando se le dice que además recuerda a los Taviani de Padre Padrone)
–¿La miseria nos hace miserables?
–No, pero nos endurece. La dignidad no es un privilegio, pero si no tienes nada, nada, nada puedes perderla porque no te queda ni esperanza. La dureza es pensar que no vas a salir del hoyo, que eres un jornalero y tus hijos serán jornaleros y nada cambiará y pasarás siempre hambre. La dignidad viene con la limpieza, con comer y dormir bien, con sentirte con fuerzas para ser un poquito mejor. Yo sé de lo que hablo: he respirado todo eso en mi pueblo, Lebrija. Mi padre jamás soñó con tener un hijo que estudiara, algunas de mis hermanas se iban a la capital “a servir”. Es la desesperanza la que lleva a perderlo todo. Mejorar te hace mejor.
–Los vivos no merecen respeto, pero los muertos sí, dice el pastor.
–Eso es Antígona. Está en los clásicos, es nuestra cultura. El Pastor entierra a los muertos porque sabe que maltratar a los muertos rebaja, te convierte en una bestia. Cuando el que odias está muerto todo ha acabado. Como en la tragedia griega hay que ponerle tierra en el rostro y dejarle descansar.
–La película tiene también un cierto aire de road movie, desde el primer fotograma aparece el niño huyendo y en esa huida…
–Encuentra al Pastor, que es el centro de toda la película. Es un hombre marcado por la violencia, casi un personaje de Conrad, o como esos marines que volvían del Vietnam y que en el cine aparecen tocados. Por eso también me sirvió darle contexto: Tosar ha estado en la misma guerra que El Capataz, pero los dos han salido de ella de forma muy diferente. En el pastor hay dignidad aunque también haya violencia. La violencia del superviviente.
–¿Fue difícil dar con el niño?
–Fue una suerte. Vino a un casting que organizamos y ya tenía experiencia en otra película, Techo y comida. Elegimos unos cuantos y nos pasamos un fin de semana jugando con ellos, viendo sus reacciones. Jaime es un profesional, serio, responsable y muy buen actor. Ha estado acompañado todo el rato y teníamos dobles para las escenas de riesgo y para cubrir planos de espaldas. La ley es muy exigente con el horario de rodaje de los niños, lo que me parece estupendo.
–Le vi llorar con Madre, de Sorogoyen.
–Más que llorar, me sobrecogí. Tengo una hija de tres años y sólo con que me llame y me pida que vuelva a casa ya me mata.
–Pero al niño de Intemperie no le acarician.
–Ni le sonríen. Solo hay un abrazo… Es todo tan duro que los sentimientos no tienen lugar, además esta es casi una forma de ser de la gente del campo, que no mostraba sus afectos. Mi padre nunca me dijo que me quería. No por mal rollo, ni nada. Es que era así. Yo sí abrazo a mis hijos, a los que se dejan. (Tiene tres de tres parejas diferentes, y de los tres enseña fotos en el móvil).
–Se le ve orgullosísimo.
–Muchísimo, porque la película nos ha salido redonda y es obra de un equipo. De verdad, ha sido un trabajo coral no solamente porque ya estaba implicada gente antes de llegar yo. Ha sido magnífico. Y he contado con la complicidad de mucha gente. Por ejemplo, la canción que cierra se la pedí a Javier Ruibal, que es amigo: compuso esa cosa tan bonita y pensamos que la cantara Silvia Cruz y es un broche alucinante. (La película arranca con una versión de Gallo Rojo de Chicho Sánchez Ferlosio, interpretada también por Cruz)
–Le salen bien las películas por encargo, pero no rueda mucho.
–¡Cinco películas desde 1999 no son pocas! Se tarda mucho en preparar un proyecto y que salga. Sí es verdad que la publicidad, las clases y otras cosas me permiten ir tirando y escoger las películas que quiero hacer. Me permite el lujo de haber dicho que no a cosas que no me interesaban nada de nada.
–¿Va a tardar tiempo en pisar el campo o es usted un recalcitrante?
–¡Si voy a Lebrija muchísimo! Voy a rodar en un sitio totalmente desconocido para mí. El proyecto es también un encargo: Pan de limón con semillas de Amapola, basada en una novela que pasa en Mallorca con tres mujeres de tres generaciones. En este caso sí voy a contar con Cristina Campos, la autora. Estamos haciendo el guion a cuatro manos. Y no, en esa película nadie va a hablar en andaluz (ríe y se va corriendo: tiene una sala llena de gente en un centro cívico que le espera para oír su vida).