El poeta chileno Pablo Neruda

El poeta chileno Pablo Neruda

Artes

¡Al infierno con Neruda! (I)

¿Tiene Neruda a ser incluido en esta lista oprobiosa que bajo el título de 'Al infierno de la literatura' cada domingo analiza las miserias de un gran escritor (¡no de cualquier 'juntaletras'!)? Es decir: ¿Fue Neruda un gran escritor? ¿Nos convendría releerlo?

17 agosto, 2024 20:54

Rafael Gumucio, autor de una formidable biografía de Nicanor Parra, rey y mendigo, tiene a Pablo Neruda como el gran poeta suramericano del siglo XX, si no le entendí mal cuando hablamos sobre su inmensa producción. Como artista de la palabra es siempre extraordinariamente melodioso, como si llevase la música del idioma en la masa de la sangre, pero desigual, a menudo cayendo en la trivialidad, en el tópico y en la cursilada. 

Algunos años antes de morir, el poeta ruso-americano Joseph Brosdky publicó en España su maravilloso libro de ensayos Del dolor y la razón. Un párrafo del capítulo XXI menciona de pasada a Pablo Neruda, best seller mundial y permanente de la poesía en lengua española. Allí cuenta uno de los episodios más turbios en la vida política del poeta chileno, cuando estaba de cónsul en México D. F.: "Trotski, aún reciente el segundo atentado contra su vida (en el que su secretario americano fue asesinado por el luego célebre muralista David Alfaro Siquieros, ayudado por el luego célebre poeta, y Premio Nobel, Pablo Neruda)…", dice Brodsky.

Al leerlo, yo telefoneé a Brodsky a Roma, donde entonces se hallaba, en tránsito, y le dije que aquella frase de pasada sobre Neruda como ayudante y encubridor de un pintor comunista asesino era una acusación muy grave… "Está todo más que documentado en México y en Estados Unidos", me dijo Brodsky, que despreciaba a Neruda por su apoyo a Stalin cuando ya todo el mundo sabía que este no era más que un asesino de masas. Entonces yo consulté el capítulo XVII de la autobiografía de Siqueiros, titulada Me llamaban el coronelazo, donde reconoce su participación en el "asalto a la casa de Trotsky", el 24 de mayo de 1940, y se duele de los "largos periodos de cárcel y más de tres años de exilio" que penó por ese pecadillo de juventud.

Lo que no dice es que fue él mismo el jefe del escuadrón de sicarios, y por qué, tras fracasar en el intento de asesinar a Trotski, se llevaron consigo al secretario de este, el norteamericano Robert Sheldon Harte, que les había franqueado el paso traicionando a su patrón y al que luego, como medida de seguridad, lo asesinaron y enterraron en una casucha perdida en el campo. Sobre este desventurado amigo americano parece que padecía Siqueiros una amnesia total.

Años después, parece que presentó excusas, cuenta Donald Rayfeld en Stalin y los verdugos. El relato del mismo Neruda, en su autobiografía Confieso que he vivido (redactada poco antes del cuartelazo de Pinochet, del asesinato de Allende y de morir él mismo, víctima de una enfermedad), sobre su amistad con los hermanos Siqueiros cuando él era cónsul de Chile en México y sobre cómo ayudó a David a evadirse de la cárcel, es un alarde de escamoteo de la verdad, de retórica filistea, estilizante de los crudos hechos y de pánfila autosatisfacción:

   "David Alfaro Sequeiros estaba entonces en la cárcel. Alguien lo había embarcado en una incursión armada a la casa de Trotski. Lo conocí en la prisión, pero, en verdad, también fuera de ella, porque salíamos con el comandante Pérez Rulfo, jefe de la cárcel, y nos íbamos a tomar unas copas por allí, en donde no se nos viera demasiado. Ya tarde, en la noche, volvíamos y yo despedía con un abrazo a David que quedaba detrás de sus rejas".

   "En uno de esos regresos de Siqueiros de la calle a la cárcel conocí a su hermano, una extrañísima persona llamada Jesús Siqueiros. La palabra solapado, pero en el buen sentido, es la que se aproxima a describirlo. Se deslizaba por las paredes sin hacer ruido ni movimiento alguno. De repente lo advertías detrás de ti o a tu lado. Hablaba muy pocas veces, y, cuando lo hacía, era apenas un murmullo. Lo que no era obstáculo para que en un pequeño maletín que llevaba consigo, también silenciosamente, transportara cuarenta o cincuenta pistolas. Una vez me tocó abrir, distraídamente, el maletín, y descubrí con estupor aquel arsenal de cachas negras, nacaradas y plateadas".

   "Todo para nada, porque Jesús Siqueiros era tan pacífico como lo era turbulento su hermano David. (…) Entre salidas clandestinas de la cárcel y conversaciones sobre cuanto existe, tramamos Siquieros y yo su liberación definitiva. Provisto de una visa que yo mismo estampé en su pasaporte, se dirigió a Chile con su mujer, Angélica Arenales". 

   "México había construido una escuela en la ciudad de Chillán [en Chile], que había sido destruida por los terremotos, y en esa “Escuela México”, Siqueiros pintó uno de sus murales extraordinarios. El Gobierno de Chile me pagó este servicio a la cultura nacional, suspendiéndome de mis funciones de cónsul por dos meses".

En fin, que a diferencia del clásico, Neruda era más amigo de sus amigos que de la verdad y, tal como él lo entendía, si uno de los hermanos Siquieros, o Sicarios, paseaba por el Distrito Federal con una maleta llena de pistolas era sólo para que a esos fierros les diera un poco el aire, y su hermano era un buen chico, quizá algo impulsivo y gamberro. Así quedan inmortalizados los dos, y también el lírico y egolátrico autor, en ese libro pródigo en borrados, retoques, afeites, oportunas capas de pintura, que harto lo han hecho merecer el título alternativo por el que lo conocen en México: Confieso que he mentido.

Bueno, Neruda era estalinista, era comunista, era mentiroso, pero pelillos a la mar, nadie es perfecto y todos nos equivocamos. En Confieso que he mentido se confiesa culpable de la violación de una joven criada indefensa cuando estaba en la delegación chilena en Ceilán. Se deleita en contar el episodio, en describir la belleza de la pobre muchacha y la dignidad con la que arrostró el inmundo atropello e insinúa cierto arrepentimiento. Las lectoras feministas de hoy le reprochan aquel episodio atroz y lo detestan y repudian por él, y desde luego no les faltan motivos y yo no puedo menos que estar de acuerdo con ellas: aquello no fue propio de un caballero, es una vergüenza para siempre y nos lo hace caer antipático.

Pero no es por eso por lo que yo lo condeno al infierno, sino por otro motivo que luego expondré. La cuestión previa es: ¿Tiene Neruda a ser incluido en esta lista oprobiosa que bajo el título de Al infierno de la literatura cada domingo analiza las miserias de un gran escritor (¡no de cualquier juntaletras!)? Es decir: ¿Fue Neruda un gran escritor? ¿Nos convendría releerlo? La respuesta cabal, y la sentencia infernal, la próxima semana.