'Anacorma I', de Nazario Luque

'Anacorma I', de Nazario Luque

Artes

La bella sordidez de Nazario

Aparte de 'Anarcoma' (1983) y 'Anarcoma 2' (1986), nos legó álbumes estupendos como 'Mujeres raras' (1987), 'Turandot' o 'Alí Babá y los 40 maricones' (ambos publicados en 1993)

16 junio, 2024 21:25

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A principios de los años 70, gracias a una compañera de la facultad de periodismo, pude visitar a los miembros del colectivo El Rrollo Enmascarado en su mítico piso de la barcelonesa calle Comercio (el propietario de todo el edificio era el artista conceptual de orígenes aristocráticos Antoni Muntadas). En mi condición de aspirante a ganarme la vida como guionista de cómics (vana ilusión, como acabé comprobando años después), la visita tenía carácter de epifanía, aunque debo confesar que los tebeos del Rrollo no eran exactamente santos de mi devoción: la mayoría de dibujantes no parecía tener gran cosa que contar, con la excepción de Antonio Pàmies (hermano del escritor Sergi Pàmies, residente desde tiempo inmemorial en Andalucía, donde ejerce, o ejerció, de profesor universitario), al que se le notaba la influencia de la bande dessinnée francesa, y de Nazario Luque, cuyo relato breve Sábado, sabadete me había parecido un acertado retrato de la melancólica soledad de los fines de semana. De hecho, Pàmies y Nazario fueron los únicos que me dirigieron la palabra aquella tarde, con simpatía y cordialidad, mientras el resto de dibujantes seguía con la mirada clavada en la mesa y pasando de mí como de la peste: un mirón más, debieron pensar. 

Antonio Pàmies no tardó mucho en despedirse de los cómics, pero Nazario les acabó dedicando más de media vida, aunque los abandonó como ha ido abandonando casi todas sus pasiones creativas: primero dejó de tocar la guitarra (se la regaló a Jaume Sisa o se la vendió a precio de saldo, según me contó un día), luego dejó de dibujar historietas, después se cansó de su pintura hiperrealista y actualmente se dedica a escribir (ha publicado un par de libros de memorias) y a tomar fotografías desde el balcón de su piso en la Plaza Real, como si quisiera imitar al autor de Voyage autour de ma chambre. En cualquier caso, su consagración como artista fue dibujando cómics, pues en eso fue de una originalidad y una desfachatez pasmosas que hacían de su obra algo incomparable con ninguna otra. Como protodibujante gay, dejó huella dentro y fuera del colectivo homosexual, y no es exagerado afirmar que, si Milo Manara es el mejor dibujante mundial de culos femeninos, Nazario Luque Vera (Castilleja del Campo, Sevilla, 1944) es un plasmador insuperable de penes, órganos que le han interpelado poderosamente desde la primera adolescencia y a los que ha dedicado su vida y una parte significativa de su obra.

El historietista Nazario / EP

El historietista Nazario / EP

Cuando apareció El Víbora, la primera portada de la revista fue obra de Nazario. Y su personaje Anarcoma, detective travelo que, según él, era una síntesis de Humphrey Bogart y Lauren Bacall, se convirtió en la seña de identidad más visible de la publicación, siendo leído por gays y heteros obedeciendo puede que a distintos motivos: el homosexual que lo leía por militancia convivía sin problemas con el straight al que le llamaba la atención el inframundo barcelonés que tan bien retrataba ese sevillano que, cuando no estaba dibujando, se dedicaba a pimplar y hacer el ganso por los bares de la parte baja de la ciudad en compañía de personajes tan pintorescos como Ocaña, Violeta la Burra o Paca la Tomate. No creo exagerar si digo que la Barcelona canalla nos la descubrió un tipo que venía de fuera cuando la conexión con Sevilla era una realidad innegable (recordemos el paso de los Smash por Barcelona y su tumultuosa relación laboral con el pobre Oriol Regàs). Las aventuras de Anarcoma eran bastante más que un desahogo homosexual: había aventuras, había humor, había un seductor relato de lo que casi todo el mundo considera sordidez y sí, había pollas a mansalva, pero, como se decía cuando el cine del destape, porque lo exigía el guion.

Con el tiempo, Nazario se cansó un poco de ser conocido principalmente por su maestría dibujando rabos y pasó a otros asuntos (aunque sin obviar jamás sus ilusiones sexuales). Así pues, aparte de Anarcoma (1983) y Anarcoma 2 (1986), nos legó álbumes estupendos como Mujeres raras (1987), Turandot o Alí Babá y los 40 maricones (ambos publicados en 1993). Hay que destacar que su mejor material lo fabricó luchando contra sí mismo, pues pasó una larga fase alcohólica durante la cual, según me explicó un día, solo disponía de dos horas útiles al día, entre los primeros tragos de la mañana y los que le impedían seguir dibujando recto antes del mediodía. Hubo una época en que amigos y conocidos nos temimos lo peor, pero, de la misma manera que abandonaba sus pasiones creativas, un buen día se quitó de la priva y no volvió a acercarse a ella. Durante los últimos años de vida de su novio eterno, Alejandro Molina (fallecido en 2014), Nazario llevó una plácida existencia casi burguesa, como pude comprobar una tarde que les hice una visita y me los encontré a ambos calzando las mismas pantuflas a cuadros mientras Alejandro cocinaba unas lentejas que, según Nazario, le salían muy ricas. 

'Alí Babá y los 40 maricones', de Nazario Luque

'Alí Babá y los 40 maricones', de Nazario Luque

Aunque siempre me han gustado sus pinturas hiperrealistas a lo Mapplethorpe y sus fotografías como de Nan Goldin tomando distancia de sus personajes, debo reconocer que mi Nazario favorito (nunca le escuché tocar la guitarra) es el dibujante de cómics retirado del oficio. Respeto sus quiebros creativos, pero creo que donde brilló con luz propia fue en los tebeos: nunca habíamos visto nada semejante en el underground patrio y dudo que lo volvamos a ver. En parte, porque la ciudad que retrató este antiguo maestro de educación para adultos ya no existe y dudo que Nazario supiera qué hacer con la gentrificación. Tampoco él es el mismo beodo delirante que se asomaba al hueco de la escalera de su piso al lado de Zeleste a gritarle a las visitas: “Nenas, ¡si no venís a follar, no subáis!”. Aquel émulo de Jekyll y Hyde (encantador en estado de sobriedad y a veces para salir corriendo cuando iba cocido) es ahora un tranquilo y simpático octogenario viudo que mira la vida desde el balcón de su piso en la Plaza Real, donde recibe a esporádicos amantes cuyas fotos cuelga a veces en su cuenta de Facebook para que constatemos que igual ha perdido el interés por los tebeos, pero no por los penes.