Parte superior de una de las portadas de la revista 'A Suivre'

Parte superior de una de las portadas de la revista 'A Suivre' A Suivre

Artes

Los grandes relatos de 'A Suivre'

Los franceses protagonizaron con esta revista el primer intento serio y con fundamento de fabricar novelas dibujadas para un público adulto

15 enero, 2024 00:00

El término Graphic novel (Novela gráfica) se lo inventaron los americanos, pero los americanos no inventaron la novela gráfica. O sí, pero no fueron los únicos: Flash Gordon y Príncipe Valiente pueden ser consideradas novelas gráficas, y lo mismo puede decirse de Tintín y Blake & Mortimer, o de El Capitán Trueno y El Jabato. La graphic novel a la americana fue un intento, bastante logrado, de distinguir la historieta de autor de los cómics o tebeos convencionales, considerados meros productos para críos o para adultos no muy espabilados. Se pretendía dignificar algo que no necesitaba ser dignificado, pero el término caló y ahora ya te puedes cruzar en España con abundantes snobs que sostienen que ellos no leen tebeos ni cómics, únicamente novelas gráficas (en fin: para ellos la perra gorda).

Los cómics siempre han sido, de hecho, novelas gráficas (con esa denominación se presentaban en España los clásicos norteamericanos que distribuía la editorial Dólar en los años 60), al principio, cuando los clásicos, involuntariamente; y más adelante, de manera deliberada y una clara intención conceptual: en ese sector, la revista francesa A Suivre (o sea, Continuará) tuvo una importancia capital a la hora de intentar convertir los cómics en una creación a considerar al mismo nivel que el cine o la literatura, pues nació con la idea de publicar grandes relatos dibujados cuya extensión fuese más allá de las tradicionales 46 o 62 páginas del típico álbum francés. La empresa editora de A Suivre fue Casterman, casa madre de Hergé y su Tintín, a la que le dio, tras echar un vistazo al mercado potencial, por crear una revista de cómics para adultos cuyo contenido se compusiera, principalmente, de historias largas con la ambición de una novela o un largometraje. El ejecutivo de Casterman Didier Platteau tenía en la cabeza un modelo a seguir, que era la primera aventura de Corto Maltese, de Hugo Pratt, La balada del mar salado. No tardó mucho en recurrir a un amigo de Pratt, Jean Paul Mougin (fallecido en 2011, a los 70 años), quien era el principal responsable de la popularización en Francia de la obra del dibujante italo-argentino y que acabó siendo nombrado redactor jefe de A Suivre, cuyo primer número apareció en febrero de 1978. En la portada, una ilustración de Jacques Tardi (uno de los primeros en sumarse al invento) que anunciaba la historia escrita por Jean Claude Forest Ici Même, un relato de casi doscientas páginas que, en cierta medida, ejerció de manifiesto de la publicación, marcando claramente el territorio por el que se pensaba avanzar.

Recuerdo que, desde Barcelona, Joan Navarro, un servidor de ustedes y algunos más observábamos A Suivre con mal disimulada envidia e indudable admiración. Cuando sacamos Cairo en 1982, lo hicimos teniendo muy presentes las enseñanzas de A Suivre y tratando de seguir su ejemplo: convertir los cómics en algo a la misma altura que el cine o la literatura. Me temo que no lo logramos, pero A Suivre tampoco lo consiguió del todo, como demuestra el actual panorama francés de la historieta, comercialmente brillante en comparación con el español, pero trufado de productos pulcros que no van muy allá (Francia es una isla en el páramo europeo del cómic: sigue habiendo un público entregado del que no disponemos en España, aunque lo que se le ofrece no esté a la altura de lo que se le ofreció en los buenos viejos tiempos de A Suivre).

Los cinco primeros años de la revista fueron un éxito, hasta el punto de que en 1983 se vendían mensualmente 50.000 ejemplares. La fórmula de los grandes relatos por entregas funcionaba. Y la publicación, ayudada por el excelente diseño gráfico de Etienne Robial, era considerada un producto serio y, como dicen los franceses, branché. Recuerdo a Mougin como un tipo no especialmente simpático al que conocí en el Salón del Cómic de Barcelona cuando Navarro y yo intentábamos endosarle un material de Cairo que el hombre observaba con una displicencia y un tono perdonavidas típicamente franceses mientras fumaba un cigarrillo tras otro y parecía estar a punto de infartarse en cualquier momento. Pero era un tipo muy listo, con muy buen gusto y mejor criterio, que supo reunir en su revista a un montón de autores interesantísimos: Tardi, Loustal, Moebius, Peeters & Schuitten, Sokal, Ted Benoit o hasta el mismísimo Pratt, que publicó por capítulos su Corto Maltese en Siberia.

Para A suivre empezaron a pintar bastos en 1986: fichajes discutibles (no diré nombres), secciones extra historietísticas que no acababan de funcionar, pluriempleo de Monsieur Mougin, que se había puesto al frente de otra revista de Casterman, Corto, en homenaje al personaje de Pratt, sin delegar sus atribuciones en A Suivre. El boom de los mensuales de cómic empezaba a languidecer, como comprobaríamos especialmente en España con el hundimiento paulatino de casi todas nuestras cabeceras a partir de finales de los 80, pero A Suivre consiguió sobrevivir, cada vez con menos publicidad y menos lectores, hasta el mes de diciembre de 1997, cuando cerró sus puertas para siempre. Duró casi veinte años, lo cual es digno de admiración, pero no acabó de lograr sus objetivos (los mismos de Cairo), tal vez porque es imposible y se trata de una idea que hay que quitarse de la cabeza de una vez por todas, aunque dejó para la historia piezas señeras como Les cités obscures, Coeur de sable, Le monde d´Edena, Ici Même, Nestor Burma…

No, los americanos no inventaron la novela gráfica. O sí, desde el principio de los cómics. Pero antes de que se popularizara el término graphic novel para satisfacción de snobs, los franceses protagonizaron con A Suivre el primer intento serio y con fundamento de fabricar novelas dibujadas para un público adulto. Personalmente, lo que más le agradezco al señor Mougin, pese al trato mejorable recibido en un viejo salón del cómic, es haber permitido crecer como autor al gran Jacques Tardi, de quien nos ocuparemos a continuación.