Robert Crumb, alternativo total (I)
Alternativo al sistema y también a lo alternativo a éste, Robert Crumb nunca ha aspirado a representar a nadie más que a sí mismo
8 octubre, 2023 23:30Como sabrá todo aquel que haya visto el espléndido documental que le dedicó Terry Zwygoff en 1994, Robert Crumb (Filadelfia, 1943) creció en eso que ahora se describe como una familia disfuncional (a la par que católica). Padre militar, madre tirando a excéntrica y cuatro hermanos que no estaban del todo bien de la cabeza (bueno, él tampoco, pero lo supo gestionar mejor), especialmente Charles, que fue quien lo introdujo en el mundo de los cómics y con el que dibujó sus primeros fanzines domésticos. No se sabe qué futuro habían pensado sus padres para él, pero el joven Robert, fuera cual fuese, no tardó mucho en indicarles sutilmente que se olvidaran del asunto: él solo quería dibujar tebeos e intuyó su camino cuando descubrió en 1956 el Mad de Harvey Kurtzman.
Siguiendo su sueño, nuestro hombre se trasladó a Cleveland, Ohio, en 1962, donde encontró trabajo como ilustrador para una compañía especializada en tarjetas de felicitación, la American Greeting Cards Company. En Cleveland conoció a la que sería su primera esposa, Dana Morgan. Atraído por el ambiente libertario de San Francisco, Crumb se trasladó a esa ciudad en 1967, un par de años antes del célebre Summer of love (Verano del amor), aunque el flower power nunca ejerció ningún poder sobre él, que solo pretendía dibujar, fumar canutos y ligar como un poseso, actividades que en el San Francisco juvenil de la época estaban francamente bien vistas. El hombre ni se molestó en disfrazarse de hippy, pues iba por ahí con aspecto de oficinista de los años 40 y nunca se tomó en serio las ilusiones trascendentes de sus compañeros de generación, cuya música, por cierto, tampoco le decía gran cosa (lo suyo era el blues rancio que dio origen a su gran colección de discos de 78 rpm. y a la creación del grupo The cheap suit serenaders (Los trovadores del traje barato), en el que tocaba el banjo). Aunque ilustró la portada del disco Cheap thrills (1968), del grupo Big brother and the holding company –cuya cantante era Janis Joplin, con la que todo parece indicar que tuvo un lío-, el rock se la soplaba lo más grande, como demostró poco después rechazando una oferta de trabajo de los Rolling Stones.
La verdad es que, en el San Francisco de los floripondios y las melenas al que cantó Scott McKenzie, Crumb ejerció de astuto impostor que iba a su bola: los hippies se la sudaban, pero con ellos siempre había porros que fumar y mujeres a las que beneficiarse, así como un entorno acogedor para sus proyectos artísticos. En San Francisco fundó la primera revista underground de la historia, Zap Comix (1968), en la que dio rienda suelta a su delirio personal y acogió el de autores alternativos como Spain Rodríguez o Gilbert Shelton, el creador de los catastróficos Freak Brothers. En cuanto pudo, se trasladó al campo a seguir con sus cosas y a pasar mucho del rock & roll, los hippies, el verano del amor, la guerra de Vietnam y demás asuntos que se la traían al pairo (aunque a veces le sirvieran de inspiración). Alternativo al sistema y también a lo alternativo a éste, Robert Crumb nunca ha aspirado a representar a nadie más que a sí mismo (un poco en la línea de Bob Dylan, que nunca quiso ser la voz de su generación), aunque no pudo evitar que algunos de sus personajes acabaran representando para siempre el espíritu de una época, como fue el caso de Mr. Natural y Fritz the cat (El gato Fritz).
Lo representaron, eso sí, a la peculiar manera de su autor. Mr. Natural es una especie de gurú grotesco con una cara de cemento armado cuya especialidad es soltar perogrulladas como si se tratase de verdades reveladas. Fritz the cat es un felino cínico y permanentemente salido al que la liberación de las gatas se la sopla y solo piensa en beneficiarse a cuantas más mejor (¿un alter ego del autor en sus años de infiltrado en el paraíso hippy?).
Personalmente, la parte de su producción que más me interesa no es la protagonizada por el gurú chungo y el gato rijoso, sino aquella en la que Crumb opta por eso que ahora se llama auto ficción y en la que lo principal es él mismo, sus manías y obsesiones, sus reflexiones criminales sobre el mundo que le rodea, su suave locura gestada en el demencial hogar infantil de Filadelfia, su fijación con el culo de las mujeres, su pionera incorrección política y, en suma, todo aquello que ha hecho de él uno de los autores más personales e interesantes de todos los tiempos, capaz de empezar su carrera con Mr. Natural y (casi) terminarla con una adaptación del Génesis.
De ese Crumb nos encargaremos en el siguiente capítulo.