Foto de Enrique Casas con su mujer

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Ideas

Paraíso y terrorismo

El germanista Francisco Uzcanga Meinecke firma junto a Ricardo Casas Fischer Eso que llamabas paraíso (Libros del K.O), una historia sobre la huella de la barbarie etarra construida a partir del diálogo como forma de resistencia

9 octubre, 2023 13:28

“Exponer el reverso de la bilis negra en tiempos de olvido y euforia no es una capitulación, es un alegato. La melancolía, como el humor, puede tener colmillos”, escribe Francisco Uzcanga Meinecke hacia el final de Eso que llamabas paraíso. Una historia sobre los ecos del terrorismo (Libros del K.O), la memoir que ha escrito con Ricardo Casas Fischer. Uzcanga y Casas han tenido vidas paralelas.

Fueron primero compañeros de colegio en San Sebastián, al principio de la democracia, unidos por su común maternidad germánica. Luego los dos verían alteradas sus vidas por el terrorismo. El padre de Ricardo, Enrique Casas, dirigente del Partido Socialista en el País Vasco, fue asesinado a tiros en el portal de su casa, estando su hijo en el domicilio. Por su parte, Francisco Uzcanga se enteró de mayor que su familia había tenido que trasladarse a Madrid por la extorsión etarra.

Ricardo Casas es médico y pianista, especializado en la composición de piezas para cine mudo que toca en directo en salas que aún proyectan esas viejas películas. Uzcanga es profesor de Humanidades en la Universidad de Ulm y autor de excelentes ensayos como El café sobre el volcán o ¿Qué se debe a España? Después de años sin verse, Uzcanga tuvo la idea de retomar el contacto con su antiguo compañero para recordar sus vivencias adolescentes en aquellos años de plomo.

'Eso que llamabas paraíso'

'Eso que llamabas paraíso'

El resultado es una reflexión en absoluto predecible en ningún sentido. Su testimonio a dos voces –al modo amebeo, por decirlo con un término del Siglo de Oro– huye de cualquier clasificación previa. No es un relato vengativo, aunque queda manifiesta la herida, pero tampoco pretende ser un espurio ejemplo de reconciliación.

Con buen criterio y moroso pulso narrativo, Uzcanga –el conductor, digamos, del encuentro, atento amigo que escucha– empieza por contar con detalle la biografía de Ricardo, sus antecedentes familiares, la influencia de la historia alemana en la configuración ideológica de su padre. Luego su formación científica y musical, cuando renunció a ser concertista y empezó a dedicarse a esa curiosa tarea de seguir poniendo música al cine sin voz, una forma quizá de conjurar la ausencia. (Todo lo que hacemos es un enigma que nos representa).

El lector sabe desde la primera página que el relato está determinado por el terrorismo y en concreto por el asesinato de Enrique Casas, pero tanto el suceso como la cuestión de la violencia etarra tardan mucho en aparecer. Y hay ahí una instintiva sabiduría narrativa que a la vez contiene una poderosa verdad moral.

El mal llamado conflicto vasco está empezando a conocer, a estas alturas del siglo XXI, sus primeras representaciones tanto literarias como fílmicas e históricas. Los  documentales de Iñaki Arteta sobre las víctimas no se estrenaron hasta el año 2001, cuando ETA llevaba más de treinta años matando. Hasta entonces, España había convivido con la barbarie pero la cultura apenas se había pronunciado al respecto. Eso quiere decir que durante mucho tiempo no hubo lenguaje, más allá de la política, para expresar lo que ahí había ocurrido.

'¿Qué se debe a España?'

'¿Qué se debe a España?'

La Shoah, por ejemplo, mereció una condena pública desde el final de la Segunda Guerra Mundial, pero su horror verdadero no afloró hasta mucho más tarde, justamente cuando empezó a articularse una gramática artística, filosófica y literaria para referirse a ella. La jerga militante, por muy contundente, legítima y necesaria que sea, siempre termina por agotarse y revelar su ineficacia, puesto que padece la caducidad de los mecanismos publicitarios. Solo el reino del arte, en su acepción más vasta y responsable, puede preservar aquello que el periodismo termina por ocultar y banalizar.

En sus Tesis sobre filosofía de la historia, Walter Benjamin señala un problema que en nuestra actual sociedad no ha hecho más que agravarse. “Los muertos, esos mismos muertos”, dice el filósofo, “están otra vez en peligro”. Considerar la tarea del historiador –y con la suya la de todo aquel que se haga cargo del pasado– como una posibilidad de salvar o condenar, en el ultimátum de la conciencia, otra vez a esas víctimas dota a nuestro presente de una tensión inexcusable porque lo llena de vida.

'Tesis sobre filosofía de la historia'

'Tesis sobre filosofía de la historia'

La responsabilidad del superviviente no consiste solo en la indagación del agravio sino sobre todo en el recuerdo y la reivindicación de todo aquello que hacía posible una vida antes de que fuera negada. Y es la afirmación de su preciosa singularidad, antes que la denuncia de la general banalidad que acabó con ella, lo único que puede de verdad salvarla, manteniéndola todavía lejos del dominio de la muerte. Con ello, además, la tarea descubre su vinculante dimensión política. 

“El mal lo sabe todo acerca del bien, pero el bien no sabe nada sobre el mal”, dice un aforismo de Kafka. En ese sentido, Uzcanga acierta a presentar a su amigo como algo mucho más valioso que una víctima. Ricardo Casas aparece como una persona a la que el asesinato de su padre le cambió la vida para siempre, pero en su actitud no hay ni rastro de heroísmo o de afrenta, tampoco de perdón ni de impostada magnanimidad. La suya ha sido y sigue siendo una existencia dedicada a la atención –a los enfermos como médico, a la música como pianista–, quizá porque no hay disciplina más humilde, profunda y salvífica que la de la escucha.

El lector sabe que aquel asesinato le acompañará hasta el fin de sus días, pero gracias al retrato del amigo, a la conversación civilizada, en voz baja, de los dos en el quieto contraluz del recuerdo, vemos que esa persona herida conserva al mismo tiempo el absoluto opuesto al fanatismo que mató a su padre, cuya memoria luminosa consigue así superar su propia ejecución.

'El café sobre el volcán'

'El café sobre el volcán'

Una de las pocas cosas que sabemos del Ur-Hamlet, la obra anterior del mismo título y parecida trama que Shakespeare, como tantas veces hacía, tomó prestada y reelaboró, es que el espectro paterno le ordenaba al hijo venganza. Revenge me! gritaba el fantasma antes de desaparecer y después de haber revelado el asesinato del que fue víctima. En su versión, Shakespeare cambió esa exhortación por la de Remember me! La diferencia es abismal.

La primera pertenece a una clásica tragedia de venganza –el thriller de entonces– con su dependencia de la acción y el argumento. La segunda, en cambio, sitúa al hijo en una esfera exterior a la rueda de hazañas y muerte y le obliga a detenerse en el pensamiento. De ahí esos monólogos dramáticos que no cumplen ninguna función dentro de una trama que puede parecer un tanto deslavazada pero que en realidad Shakespeare boicotea para ensalzar el carácter contra el destino, para decirlo en los términos de Benjamin que Ferlosio adoptó.

Hay una salvación que solo se da en el pensamiento y esa es la que Uzcanga ha conseguido mostrar en las páginas de este libro ejemplar, moralmente incitante, en absoluto predecible. La cuestión del perdón, por ejemplo, rehúye el sentimentalismo deletéreo con el que se reviste la cuestión en nuestros días. Dice Ricardo al respecto:

“El perdón como absolución al agresor no tiene sentido y no sirve para nada. Perdonar es una actitud para consigo mismo, para poder subsistir sin revanchismo tras vivir el horror. La sociedad ha perdonado de sobra permitiendo campar a sus anchas a los violentos. Lo verdaderamente clave es que se convenza la parte violenta de lo inútil de perpetuar sus acciones violentas. Yo no pido su perdón, no me sirve de nada”. 

'Austerlitz'

'Austerlitz'

Y acerca de los encuentros entre víctimas y verdugos, como el de Maixabel Lasa, viuda del político socialista Juan Mari Jáuregui, que aceptó verse con el asesino de su marido, la respuesta de Ricardo también es vibrante:

“Reconozco que, si todo ello tiene una consecuencia educativa positiva y contribuye de verdad a no plantearse siquiera la lucha armada, pues bien. Pero yo no sabría participar, o cómo participar. A priori no lo veo, ya digo, será por cobardía, o porque se me escapa algo, o porque me resulte más fácil, cómodo, saludable ‘olvidar, pero no perdonar’, dando la vuelta a la manida frase de ‘perdono pero no olvido’”.

En las últimas páginas, Uzcanga hace referencia al impulso que llevó a W. G. Sebald a escribir y sumergirse en el pasado, harto de la comodidad en la que se había instalado Alemania con el milagro económico:

“Sebald era uno de los jóvenes que interrogaba durante la cena a sus esquivos padres     –el suyo había sido oficial de la Wehrmacht–: ‘¿Qué hicisteis vosotros entonces?’. No recibió respuesta y decidió buscarla él mismo. Rastreó y escarbó en el pasado con la idea de restituirlo, sacó a la luz cosas desaparecidas, muertas, dio voz a víctimas y traumatizados, documentó en su ficción tragedias de la naturaleza y de la humanidad, en especial, las desdichas de los judíos a lo largo del siglo XX, y todo ello con una escritura alejada de la dramaturgia y el sensacionalismo, recurriendo solo a esa pátina de melancolía que, además de recurso retórico, era en él una actitud ética, o, por usar su expresión, ‘una forma de resistencia’. Exponer el reverso de la bilis negra en tiempos de olvido y euforia no es una capitulación, es un alegato. La melancolía, como el humor, puede tener colmillos”.

Y esa es también la forma de resistencia que ilustra Eso que llamabas paraíso.