Leonora Carrington, surrealismo salvaje
La Fundación Mapfre dedica la primera retrospectiva en España a la artista británica, quien levantó un mundo propio que se alimentaba de los sueños, el esoterismo y la espiritualidad.
17 abril, 2023 19:00Antes de llegar a Leonora Carrington conviene detenerse en la frase con la que Andrè Breton intentó explicar el fuego de sus cuadros: “Seguramente los más cargados de maravilla moderna”. Porque esta mujer era exactamente así: un baúl de sorpresas. Una de esas artistas que tienen esa mística del asombro donde todo es posible, donde todo sucede sin más argumento que dejarse arrastrar por un hallazgo. Nada en su trabajo es previsible. Nada responde a una lógica precisa. Nada se ajusta a norma.
A primera vista, estamos ante una creadora de extraordinaria sensibilidad que encontró su momento exacto cuando el surrealismo renovó banquillo fichando a una escudería de artistas con el subconsciente cargado de demonios nuevos. No tuvo que impostar delirios ni gestos estrafalarios para superar el casting de la vanguardia, pues traía de serie un imaginario que convertía su cerebro arañado en una veta de oro: la dama blanca, los caballos alados, los seres de siete ojos…
Hay fotografías en las que asoma como una mujer hecha de sombra y nubes bajas, pero nació en una aristócrata mansión británica. Al parecer, sus primeros años se convirtieron en un puesto de observación privilegiado de la fantasía gracias a una biblioteca, la familiar, en la que abundaban los grandes títulos de la literatura gótica tardovictoriana, además de las leyendas irlandesas de James Stephens, la Alicia de Lewis Carroll y los cuentos de los hermanos Grimm y Hans Christian Andersen.
También se sabe que burló el destino de madre y esposa que le habían diseñado y se marchó a estudiar arte a Florencia y Londres. Durante su estancia en la capital británica, se enamoró del poeta Max Ernst, quien le doblaba la edad, y se mudó con él, primero, a París y después a la localidad de Saint-Martin d’Ardèche, en el sur de Francia, donde ambos convirtieron una pequeña casa del siglo XVII rodeada de viñedos en la nave nodriza del surrealismo.
La vida le fue bien hasta que echó a rodar la Segunda Guerra Mundial. Ernst fue detenido por su condición de ciudadano alemán y ella dio señales de perder la razón, por lo que acabó ingresada en un manicomio de Santander. Allí la trataron seis meses con cardiazol, una droga que le provocaba violentas convulsiones y largos épocas de abatimiento. En esos períodos, era atada a una cama y pasaba “varios días y noches desnuda, tumbada en mis propios excrementos, orina y sudor”, anota en sus Memorias de abajo.
A la salida de aquella reclusión, la artista remató en Ciudad de México, fijando su hogar durante más de sesenta años en una vivienda de línea vanguardista en la calle Chihuahua de la Colonia Roma. Allí estableció por su cuenta un surrealismo plástico de espigas de trigo, jardines imposibles, soles inmensos, bestias desconocidas, formas humanas y geometrías. Desde entonces, se convirtió en una mujer extraña y sofisticada que hizo de lo onírico, lo esotérico y lo espiritual su caladero creativo.
De ahí que reivindicar ahora a Leonora Carrington (Clayton-le-Woods, Lancashire, 1917- Ciudad de México, 2011) no sea una excentricidad, sino la dosis exacta de justicia poética que algunos creadores a trasmano requieren. En estos días, la Fundación Mapfre revisa su trayectoria al completo en la primera exposición individual que se le dedica en España. No es una retrospectiva al uso ni una hagiografía. Es la puesta en limpio de la mejor parte de su obra y el mejor contorneo de su leyenda, de su biografía, de sus intereses, de su penumbra.
La muestra Leonora Carrington. Revelaciones –abierta hasta el 7 de mayo– se despliega a lo largo de diez secciones que combinan el relato biográfico con el estudio de los temas más destacados en la obra de la creadora. Queda como resultado “un mundo fascinante de rituales mágicos donde nada es lo que parece y suceden las más increíbles transformaciones”, en palabras de Tere Arcq, comisaria de la cita junto con Carlos Martín y Stefan van Raay.
La exposición está formada por 188 piezas, en su mayor parte inéditas en España y Europa. Entre ellas destacan el conjunto decorativo realizado para la casa que compartió con Max Ernst en el sur de Francia; el cuadro Down Below, el único localizado entre los dos que realizó en España, y otras obras clave como Green Tea (1942), que hace referencia a la ruptura con su familia, o The House Opposite (1945), donde la artista presenta un auténtico inventario de sus vivencias hasta su llegada a México.
La propuesta se corona con su gran proyecto para el Museo Nacional de Antropología de México, el mural El mundo mágico de los mayas (1963-1964), que solo en una ocasión anterior había cruzado el Atlántico y que se presenta por primera vez al público español. Para realizar este encargo, la pintora estudió el Popol-Vuh, recopilación de los mitos originarios de los quichés mayas, y se introdujo, de la mano de la etnógrafa Gertrude Duby Blom, en ceremonias y rituales de indígenas y curanderos locales.
En este recorrido se abordan principalmente los motivos que cruzan la estética compleja y fascinante de Carrington: la elaboración del trauma, la introspección en los orígenes personales, la implicación con figuras femeninas de carácter ancestral y sagrado, la identificación con el mundo animal, la absorción de elementos culturales de los lugares por los que pasa, desde la pintura renacentista en Florencia hasta el arte mesoamericano en México, y el interés por la alquimia, la magia, el tarot y la mitología.
Situada a menudo entre las artes plásticas y la literatura –la editorial Siruela publicó en 1992 su Memorias de abajo, título que volvió a poner en circulación hace unos años el sello Alpha Decay, y el Fondo de Cultura Económica ha reunido recientemente sus Cuentos completos (2021)–, Carrington viene mostrándose como una creadora cuyo trabajo encuentra numerosos ecos en las preocupaciones y retos del mundo contemporáneo, con especial interés en el feminismo y la conciencia ecológica.
Posiblemente esas lecturas actuales expliquen el fervor surgido en los últimos años en torno a ella. En 2018 abrió un museo dedicado a su obra en San Luis de Potosí (México) y la Tate Modern de Londres le otorgó un lugar de privilegio en el vagón de las vanguardias en la exposición Surrealism: Beyond Border (2022). Finalmente, la última Bienal de Venecia puso el foco en su legado y fijó como lema de la edición el título de uno de los cuadernos de trabajo de la artista: Il latte dei sogni (La leche de los sueños).
Pero, acaso, la razón más potente de su vigencia la ofreció su amiga, la periodista y novelista mexicana Elena Poniatowska, quien levantó en 2011 la novela-biografía Leonora (Premio Biblioteca Breve, Seix Barral): “Nunca sacrificó su ser verdadero a lo que la sociedad convencional esperaba de ella, nunca aceptó el molde en el que nos cuelan a todos, nunca dejó de ser ella; escogió vivir en un estado creativo que hoy nos exalta y nos llena de admiración, y defendió su talento desde la madrugada hasta el anochecer”.