'Bautismo en Cachón de la Rubia / ©  JUAN MANUEL DÍAZ BURGOS

'Bautismo en Cachón de la Rubia / © JUAN MANUEL DÍAZ BURGOS

Artes

Ríos de vida en una América flotante

El fotógrafo Juan Manuel Díaz Burgos, uno de los grandes documentalistas españoles, publica 'Fluye', un retrato de la vida en las riberas de los ríos, embalses y balnearios de la Dominicana

6 noviembre, 2022 20:00

Fluir cámara en mano siguiendo el curso de las corrientes. Dejarse llevar como un fotógrafo nómada, río arriba, río abajo, por ese impulso documental que ha bombeado una carrera tan espontánea y sanguíneamente emparentada con América Latina –la vida busca la vida– que lo ha convertido, habiendo nacido en 1951 en Cartagena (pero en la de Murcia, no en la de Indias), en el más mediterráneo de los fotógrafos latinoamericanos. Tanto, que su trasvase estilístico con algunos de los más notables fotógrafos latinoamericanos de género documental del momento –como el cubano Raúl Cañibano, ahora tan cotizado internacionalmente– nos obligaría a preguntarnos quién disparó antes.

 Entre 2009 y 2019, Juan Manuel Díaz Burgos, que es un fotógrafo permanentemente embarcado en simultáneos pero lentos proyectos que él suele cocinar a fuego lento, realizó varios viajes a República Dominicana guiado por una visión fugaz que se le enquistó en forma de obsesión: fotografiar la vida que discurre en los cauces de unos ríos en los que una vez, años atrás, en 1997, camino de San Juan de la Maguana, cerca de la frontera con Haití, había visto desde el puente que atraviesa uno de ellos una escena que no pudo fotografiar, pero que le reveló el potencial de imágenes que se escondían allá abajo, discurriendo por aquellos cauces.

Salto de Bayaguana / ©  JUAN MANUEL DÍAZ BURGOS

Salto de Bayaguana / ©  JUAN MANUEL DÍAZ BURGOS

Guiado por aquella foto nunca tomada, como quien persigue una quimera o cree que debe saldar una deuda con su cámara, Díaz Burgos resolvió volver lugar de los hechos. Pero, intenso y curioso como es, expandiendo los límites del territorio. Así, en periplos sucesivos, fue encadenando ríos por los que se desenvolvía no sin una cierta dosis de incertidumbre y riesgo físico: Palo Bonito, La Piragua, Barrabás, Imbert, Bellavista, Muñoz… o balnearios como La Toma, Fuma, Comate o San Rafael fueron abarrotando de alfileres el mapa desplegable de su ruta

Siguiendo el curso de las aguas, metáfora habitual de la inaprensible y constante transformación de la vida, recorrió miles de kilómetros de las riberas de los ríos de la República Dominicana, un país que las lluvias tropicales ha convertido en una nación casi flotante y cuyas gentes se desenvuelven cotidianamente en las riberas de unos ríos que han ocupado como si fueran sus hábitats naturales. El resultado es un libro que chisporrotea agua, acción, movimiento y vida.

Salto de niños en el canal de Semana Santa del río Niza / ©  JUAN MANUEL DÍAZ BURGOS

Salto de niños en el canal de Semana Santa del río Niza / ©  JUAN MANUEL DÍAZ BURGOS

Si el nuevo documentalismo contemporáneo, tan interesante por variadas razones, ha puesto en circulación una especie de instantánea posada, una suerte de fotografía fría -–expresión de Peter Wollen– de estética funcional cercana a la forense, a menudo desprovista de presencia humana y que en los últimos tiempos suele aparecer tarde, cuando los hechos ya se han extinguido quizá porque la fotografía ha heredado un papel como sepulturera, en observación de David Campany  –quien, por cierto, apostilla: “Si este tipo de imagen estuviera presente solo en el arte contemporáneo, se la desdeñaría como a una tendencia pasajera”– , el de Díaz Burgos, que es un viejo rockero del reporterismo, es una revisión actualizada del documentalismo clásico, energético y vibrante, que siempre ha intentado congelar la vida.

Frente al contemporáneo que a menudo solo nos muestra la débil huella, el eco apagado, de la actividad que –debemos imaginar– parece que hubo una vez en la escena, Díaz Burgos, un fotógrafo emocional que siempre busca el roce de la piel y la mirada del otro, se mantiene firme en un género que antiguamente llamábamos reportaje. No es el único género posible, desde luego, pero es un género “que no tiene ninguna carencia, es completo por sí mismo, como estética, como práctica, como método incluso”, dice Jeff Wall.

Joven con cangrejos en las aguas negras de Puerto Plata  / ©  JUAN MANUEL DÍAZ BURGOS

Joven con cangrejos en las aguas negras de Puerto Plata  / ©  JUAN MANUEL DÍAZ BURGOS

¿Qué vemos en su reportaje de los ríos dominicanos? Pues lo de siempre en Díaz Burgos: vemos la vida fluir, aquí chorreando, cercana, asentada, eléctrica o caliente. Vemos el testimonio de los usos variados que los dominicanos aplican a sus riberas y a sus cauces, ya sean sociales, productivos, ociosos, contemplativos o religiosos, en imágenes de paisajes humanos, pues sin figura humana en Díaz Burgos, por mucha vegetación que enmarque la toma, no hay paisaje posible.

Por eso, las imágenes nos muestran la interacción, la ecología, ya sea arcádica o invadida por la ropa tendida, la basura, la publicidad o unos cuantos graffitis santurrones– la tensión o la comunión que provocan la irrupción humana sobre los cauces recogida en pequeños gestos cotidianos y minúsculos, pues Díaz Burgos –basta ver sus trabajos sobre La Habana o la identidad de sus muchos retratados– es un fotógrafo de clase obrera. El fotógrafo de los anónimos protagonistas de la Historia y de sus asuntos diríamos que menores. O no tanto.

Balneario La Toma / ©  JUAN MANUEL DÍAZ BURGOS

Balneario La Toma / ©  JUAN MANUEL DÍAZ BURGOS

“No solo de ocio se nutren estas aguas. De ellas se vive y se trabaja, se usan para el lavado de la ropa, como abrevadero y limpieza de animales y, cómo no, para el aseo personal. Aquí, aparte del baño, se comparte desde un trago de ron a una buena y fría cerveza o se usa el agua como purificadora del alma de modo que los sanadores van a los ríos con el fin de realizar bautismos o cualquier tipo de acto litúrgico, igual que en otros sitios del fondo de las bocinas de los carros, que portan equipos de música con potencia de discotecas profesionales, salen el merengue, la bachata o el ripiao”, que los lugareños tardan bien poco en bailar, según describe Díaz Burgos la multitud de experiencias variopintas que ha presenciado a lo largo de sus muchas incursiones por los ríos dominicanos en compañía –imprescindible, pues pisó escenarios de una peligrosidad latente– de su guía local José Augusto Meléndez Chago, fallecido recientemente, y al que está dedicado el libro.

Como un trabajo en República Dominicana realizado por un fotógrafo europeo es susceptible de juzgarse ahora como un ejercicio colonial de exotismo y estereotipización, conviene anticipar que las imágenes de Fluye discurren con la naturalidad de la mirada de un cómplice con el paisanaje y que si alguna parece reverberarnos mágica es porque nuestra mirada occidental –la nuestra como espectadores que no hemos recorrido esos cauces– tiende a monumentalizar lo que ve y a etiquetarlo dentro de la fantasía del realismo mágico en la que hemos confinado a la otredad latinoamericana.

Cumpleaños en el balneario de Barahona / ©  JUAN MANUEL DÍAZ BURGOS

Cumpleaños en el balneario de Barahona / ©  JUAN MANUEL DÍAZ BURGOS

Incluso podría ser, para los lectores españoles de mayor edad, que el libro les recordara a ellos mismos, cuando en España –antes de que una cierta vida natural fuera devorada por el avance de las ciudades y de que el ocio en el paisaje libre y abierto fuera vallado, reglado y comercializado– también fluíamos frecuentemente en la ribera de los ríos. Incluso aún hay quien en los cauces y embalses españoles intenta hoy apresar peces con las manos. No. De las imágenes de Fluye no estallan clichés ni folclorizaciones. Lo que emanan son escenas de un modo de vida, a menudo festivo, pero otras veces maravillosamente sensuales o dulcemente melancólicas, que todavía mantienen su conexión con los ciclos del agua y de la tierra.  “Lo más parecido al paraíso”, dice Díaz Burgos.

Y, en maravillosa paradoja con el carácter fugaz del tránsito natural de las aguas, lo que de ellas emana y sobra es tiempo reposado: memoria embalsada, almacenada durante diez años de caminar los ríos cámara en mano, gota a gota, disparo a disparo.Lo que en el caso de Díaz Burgos, que a finales de los años 80 era ya el fotógrafo que se consagró con las escenas playeras que tomó en Rota (Cádiz), tiene un algo de terquedad temática o, siendo un hombre que no sabe nadar, de búsqueda de su compleja relación con el agua. “Todo el arte que merece la pena es autobiográfico de algún modo, abiertamente o de forma velada”, insiste Jeff Wall en algo que la literatura y la fotografía han sabido desde siempre.

Balneario de Agua verde / ©  JUAN MANUEL DÍAZ BURGOS

Balneario de Agua verde / ©  JUAN MANUEL DÍAZ BURGOS

El realismo documental de tradición humanista en el que podríamos enmarcar a Díaz Burgos tampoco puede escapar –ni tiene por qué hacerlo– del motor de esos latidos personales, que aquí se manifiestan visualmente de dos modos genéricos, dos maneras complementarias de mirar, contrapuestas en movimientos alternados de contracción y dilatación: de una parte, el fulgor de la instantánea que, presentando escenas de una plasticidad arrebatadora, deja fluir lo que acontece sin ninguna ansiedad por cuadrar el canon platónico de belleza y ordenada geometría del instante decisivo, pero sí de esa que en un rapto fugaz hace implosionar el espacio y proyecta hasta nuestra orilla la onda expansiva de una fotografía como una piedra que es lanzada al agua.

Y, del segundo modo, en el retrato ya más posado y sustraído del siempre huidizo continuum de las aguas, ese posado que se torna simbólico y cargado de posibles metáforas. El retrato, tratándose de Díaz Burgos –como también le ocurría en sus trabajos de campo a Colita o a Mary Ellen Mark– es ese género primero y último hacia el que todo reportaje se deriva, pues constituye una cristalización completa en una sola toma de todos los ingredientes del asunto.

Río Chorro / ©  JUAN MANUEL DÍAZ BURGOS

Río Chorro / ©  JUAN MANUEL DÍAZ BURGOS

En Fluir los hay maravillosos. Claves de la voluntad documental del libro. Pero como una imagen tiene muchas capas y las imágenes, como escribe Didi-Huberman, pueden ser entendidas por turnos ahora como documentos y ahora como objetos de sueño, este libro tiene algunas fotografías tan preñadas de poética y tan conectadas con un espacio que llamaríamos litúrgico o sagrado que, cuando se despegan de la inmanencia de lo real, nos arrastran a algún lugar fantástico que igual ya no está en la ribera de ningún cauce.

Empujadas decididamente por la acción y extraídas solitariamente de lo que bien pudo ser un travelling cinematográfico, el vistazo de las fotografías también nos permite imaginar continuamente la propia road movie de Díaz Burgos desplazándose por la geografía líquida de la Dominicana con el sorprendente dinamismo vitalista de quien, calzando ya 71 años, en 2022 ha protagonizado cuatro proyectos, en forma de exposiciones o de libros, casi simultáneamente. Cada uno era distinto. Uno nunca se baña lo mismo tomando –o mirando– una fotografía dos veces.