En defensa de la cultura rusa
La guerra de Ucrania revela la levedad del mundo, como prueba el desfile de Balenciaga con los nuevos diseños del director creativo Demna Gvsalia
21 mayo, 2022 20:00A propósito de la guerra es mejor no hablar mucho pero a veces… se dicen unas cosas tan raras que se hace difícil callarse. Entre las cosas raras está el anatema sobre la cultura rusa, la cancelación de conciertos de músicos rusos, por ejemplo.
Ciertamente no se puede hacer una inauguración en un museo de una exposición de pintores rusos con la presencia del señor embajador, como si nada pasase fuera de las sacras paredes del museo, pero otra cosa es maldecir a Dostoievski, a Tolstoi, Turgueniev y Chejov.
¡Un momento! ¿Nos estamos volviendo más tontos? ¿Nos estamos olvidando de que la novela rusa del XIX es la mejor del mundo, por encima de la francesa y de la inglesa?
¡Un momento, señores! Las vanguardias rusas de principios del siglo XX ¿no son el corazón de todas las revoluciones estéticas europeas, en el eje del final del antiguo régimen y el bolchevismo? ¿De verdad no hemos comprendido que el siglo XX es un invento ruso, que todos los grandes experimentos en música, teatro, poesía, novela, pintura (por no hablar de la política) se hicieron allí? ¿Hemos olvidado que el cuadrado negro de Malevich (1915) se adelanta en dos años a la Fuente de Duchamp (1917)?
Hasta Hemingway y sus tristes cuentos de rinocerontes en el Kilimanjaro no son más que un pobre trasunto de la Caballería roja de Babel.
¿Cancelación de la cultura rusa? Con un movimiento de “audacia extraordinaria” el chef español en Estados Unidos José Andrés ha cambiado en su menú el nombre de la ensaladilla rusa por “ensaladilla ucraniana”. También cuando yo hacía la mili le cambiaron el nombre a la ensaladilla rusa para llamarla “ensaladilla nacional”.
Ahora la guerra de Ucrania es un revelador de la levedad del mundo. Uno no sabía si reír o llorar cuando se celebró en París, en marzo pasado, el gran desfile de Balenciaga con los nuevos diseños del director creativo Demna Gvsalia.
Éste es un modisto de origen georgiano que se exilió con su familia cuando la guerra civil de principios de los años 90. Él tenía entonces doce años. Este pasado traumático parece que le habilita para organizar en París/Balenciaga un desfile de modelos más o menos anoréxicas, vestidas con prendas con los colores de la bandera ucrania, que avanzan por una pasarela de nieve artificial llevando como bolsos una especie de bolsas de basura.
Frivolidad
¡Fallido, pero sin duda meritorio intento de conciliar la industria del lujo con el manifiesto de denuncia, la frivolidad de las señoras ricas de París con las mujeres torturadas de Crimea! Encomiable, pero fallido, diría yo.
Estos días me acuerdo del escritor ruso Zahar Prilepin (¿qué habrá sido de él?), que publicó en España Las patologías, un libro sobre sus experiencias militares en la guerra de Chechenia.
Era Prilepin un disidente, pero le irritaba mucho la frivolidad occidental. Me contó, lleno de indignación, la entrevista a la que le habían sometido en París:
--La guerra fue un desastre para los chechenos, ¿verdad? --preguntó la periodista.
--Sí, un desastre --respondió Prilepin.
--¿Y usted debió de ver allí muchos horrores, ¿verdad?
--Sí, muchos horrores -confirmó Prilepin.
--Para Rusia aquellas guerras también dejaron un profundo trauma, ¿verdad?
Prilepin respondió:
--Sí, un profundo trauma.
Y la periodista:
--Debió ser terrible para usted ver tantos muertos ¿no?
Y Prilepin:
--Sí, terrible… Pero, ¿sabe una cosa?, a los rusos nos gusta mucho la guerra, nos encanta, y estamos armados y listos para declarársela a cualquier otro país europeo.
Asustada ante aquel bárbaro, la mujer se ciñó en adelante a preguntarle sobre literatura, que era de lo que él quería hablar.