Sonia Pulido, Premio Nacional de Ilustración 2020 / LENA PRIETO

Sonia Pulido, Premio Nacional de Ilustración 2020 / LENA PRIETO

Artes

Sonia Pulido: "Mis ilustraciones tienen una dimensión simbólica"

La artista barcelonesa, Premio Nacional de Ilustración, explica las claves de su obra gráfica a partir de sus trabajos para la prensa, el sector editorial o los retratos

11 enero, 2021 00:10

La concesión del último Premio Nacional de Ilustración la sorprendió, si bien tras veinte años de profesión Sonia Pulido era una de las candidatas indiscutibles. Sus trabajos gráficos nos acompañan desde hace años y aparecen en prestigiosos suplementos y en las revistas de más peso a nivel nacional e internacional. Ha publicado con The New Yorker, la revista en la que cualquier ilustrador sueña con ver sus originales. También ha ilustrado libros de autores tan dispares como Mario Benedetti, Enrique Vila-Matas o, más recientemente, Montserrat Roig. 

–Si no me equivoco, su primer trabajo estaba dirigido al público infantil.

–Sí, empecé trabajando para una revista con una larga tradición en Cataluña llamada Tretze Vents. Para ellos hice una serie protagonizada por una niña que vivía diferentes aventuras. Lo curioso es que después de aquella primera colaboración remunerada no he vuelto a trabajar para el público infantil, más allá del libro ilustrado que publiqué el año pasado. 

–Donde la ilustración tiene mayor difusión es en los libros para niños.

–Efectivamente, tradicionalmente se ha relacionado la ilustración con obras, sobre todo, novelas, destinadas a un público infantil y juvenil, donde el texto se acompañaba de dibujos en blanco y negro. Desde hace ya algunos años se han empezado a publicar álbumes ilustrados para adultos, libros que quieren ser algo más que un soporte de lectura convertirse en objetos estéticos. De ahí que se cuide particularmente la edición y que las ilustraciones, además de complementar el texto, añadan valor y enriquezcan el sentido de la obra. No quiero decir que no encontremos algo similar en la literatura infantil, donde se están publicando verdaderas maravillas. Todo lo contrario: los libros para adultos se han inscrito en esta tradición que hasta hace unos años les había dado la espalda. 

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–En Estados Unidos la ilustración tiene una tradición más amplia que aquí.

–Sin duda. Quizás se deba sobre todo al soporte, es decir, al hecho de que allí aparezcan en diarios y revistas. En Norteamérica también el público infantil fue al principio uno de los públicos preferentes, pero el desarrollo de la tira cómica para adultos popularizó mucho la ilustración que, hoy en día, tiene un peso importante en la prensa, sobre todo en revistas. Las distintas cabeceras se vanaglorian de trabajar con ilustradores e ilustradoras de renombre que aportan prestigio con su trabajo. 

–Basta ver la repercusión que tienen las portadas del The New Yorker, donde usted ha colaborado.

–Son portadas que suelen ser espectaculares y que permiten destacar a la revista entre todas las demás. Como ilustradora publicar en sus páginas, o firmar una de sus portadas, te da prestigio, reconocimiento y una proyección que ningún otro medio puede darte, poniéndote en el mercado de otra manera. 

–Supongo que recordará la primera vez que contactaron con usted.

–Perfectamente. Cuando es para la portada la gestión es diferente, pero cuando te encargan una portada de interior suelen escribirte el viernes. El problema es que, con el cambio horario, no vi su mail hasta el sábado por la mañana. Así que comencé el día con los nervios de no saber si habían recibido a tiempo mi mail con mi a la propuesta, o si estarían buscado otra opción al no recibir respuesta de mi parte a lo largo del viernes. Cuando tuve la certeza de que contaban conmigo, el subidón fue enorme, eso sí siendo consciente de que tenía que estar al nivel de la revista. Viví ese primer encargo con bastante presión. Tenía que ilustrar un artículo sobre un concierto que no se había celebrado y el texto todavía no estaba escrito. Solo tenía una serie de enlaces que hablaban del concierto y de la flautista que lo iba a llevar a cabo, pero nada más. Tuve que hacer una ilustración que fuera bien al artículo independientemente de la valoración crítica del espectáculo, que, a priori, parecía interesante, pues la flautista tenía un proyecto de integración social a través de la música. Al final quedé muy contenta con mi dibujo: la flautista me escribió felicitándome ofreciéndome unas entradas para su siguiente concierto. Pero, obviamente, estaba demasiado lejos para poder asistir. 

 

 

Ilustración de Sonia Pulido para The New Yorker / SONIA PULIDO

–El trabajo de los editores en estas revistas es conocido por su meticulosidad. ¿Cómo trabajan las ilustraciones?

–Por mi experiencia en distintas publicaciones puedo decir que en Estados Unidos los directores de arte de las revistas controlan todo el proceso de realización de la ilustración y trabajan mano a mano contigo desde el inicio hasta el final, cuando entregas la versión definitiva. Normalmente, cuando te hacen un encargo, te pasan el texto que debes ilustrar, algunas veces te dicen por dónde les gustaría que fuera el dibujo y otras quieren que les sorprendas. Hablando con otros colegas a partir de nuestra experiencia con estas revistas he llegado a la conclusión de que, en realidad, no te fichan tanto por tus habilidades técnicas y gráficas como por tu manera de concebir la ilustración y desarrollar un concepto. Volviendo a lo que te decía, una vez que ya te han enviado el material  tú envías una tanda de bocetos a los que yo suelo añadir una explicación para mostrar que las imágenes no son porque sí, sino que tras ellas hay una reflexión. El director de arte te suele hacer comentarios sobre estos bocetos, que se miran con detalle y, en el caso de pedirte algún cambio, siempre es razonado y tiene que ver con la relación que debe tener el dibujo con el texto. 

–¿Le gusta este modo de trabajar?

–Me gusta mucho. Sientes que no estás sola y sabes que hay otra persona a tu lado que trabaja junto a ti para conseguir la mejor ilustración posible. En este sentido, se trabaja de manera conjunta por un objetivo común.  

–¿No vive los encargos como una limitación de su libertad creativa?

–Para nada. Entiendo la ilustración como un trabajo de encargo. Evidentemente, tengo mis propias inquietudes y ganas de experimentar que, obviamente, revierten en mis trabajos, pero no vivo el hecho de los encargos como una merma de mi libertad, más bien todo lo contrario. El trabajo en equipo puede mejorar lo que yo pueda hacer. Para mí es un aprendizaje trabajar con equipos y en proyectos distintos; me resulta muy estimulante. 

 

 

–¿El trabajo que realiza ilustrando cerámica es una vía de escape?

–No, responde más bien a la necesidad de establecer otra relación con quienes miran las imágenes que creo. La relación que se establece con las ilustraciones la persona que lee la prensa, que es el medio donde más trabajo, se limita a un tiempo escaso: el espectador no se detiene en ellas porque rápidamente pasa la página. A los suplementos dominicales les dedicamos más tiempo que a los periódicos y que a ciertas revistas, puesto que se trata de otro tipo de contenido, reportajes más extensos y con mayor complejidad. Algo parecido sucede con los libros: la lectura es más lenta, pero siempre es una actividad momentánea. Cuando terminamos de leer un suplemento o un libro la relación con la imagen concluye. Para fomentar una relación más duradera solo puedo conseguir con la elaboración de cerámicas: cuando tienes un objeto de exposición en tu casa siempre está visible se convierte en una presencia constante. Además, me obliga a trabajar el dibujo de manera distinta, de forma tridimensional. 

–Trabaja para prensa, ha ilustrado libros y hecho también carteles. ¿De qué manera los tiempos de observación influyen a la hora de crear una imagen?

–Esta es una cuestión fascinante. Últimamente he estado trabajando más en carteles; uno de los últimos que he realizado ha sido el de las fiestas de la Mercè. Barcelona se ha llenado de posters a la vista de todos. Para alguien como yo, acostumbrada a formatos pequeños e íntimos, resulta impactante ver tus ilustraciones reproducidas en enormes dimensiones. Uno de los carteles medía uno por tres metros. Una barbaridad. Estas dimensiones obligan a pensar en una imagen muy potente capaz de proyectarse en el espacio público, teniendo en cuenta que dicha imagen se verá no solo a una gran distancia –los carteles suelen estar colgados en farolas o en muros–, sino también en movimiento. Por lo general, el transeúnte no suele detenerse delante de un cartel, sino que lo ve mientras camina. No puedes llenar la imagen de pequeños detalles que, inevitablemente, se van a perder tanto por el tipo de impresión que se utiliza como por hecho de que los espectadores están en movimiento. La imagen que vayas a hacer tiene que ser rotunda, hecha a partir de grandes superficies de color y capaz de impactar a primera vista. A la hora de pensar una ilustración hay que tener muy presente dónde y, sobre todo, en qué soporte se va a publicar: este último es el que va a determinar quiénes serán los espectadores y el tiempo de observación. 

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–¿Le condiciona imaginar quién puede ser el espectador de sus ilustraciones?

–No lo tengo muy presente y, precisamente, por esto me sorprende el feed back que recibo. Lo que sí tengo presente –es una premisa que me impuse hace mucho tiempo– es que, en ilustración, no hay encargo pequeño. Si doy un la implicación es total. Cada vez que me llega un encargo, aunque se aleje de lo que podrían ser mis intereses, intento dar el máximo. Hacer algo de forma desganada es gastar innecesariamente tiempo y energías. Dicho esto, sí puedo asegurar que tengo comprobado que las ilustraciones con las que estoy más satisfecha son las que conectan con el público. 

–Usted ha ilustrado a Montserrat Roig, a Mario Benedetti o a Enrique Vila-Matas. ¿Qué relación establece entre la imagen y el texto de estos escritores? ¿Contacta y trabaja conjuntamente con el autor?

–La imagen tiene que ampliar el sentido del texto y no debe limitarse únicamente a ratificarlo. De esta manera, texto e ilustración ofrecen al lector/espectador algo nuevo que solos no podrían aportar. En el caso de Vila-Matas, no solo lo conocía sino que ya había colaborado con él antes, ilustrando columnas suyas. Ya tenía en mi mente un imaginario vilamatiano, aunque la dificultad seguía ahí, puesto que sus obras suelen ser complejas por ese juego entre realidad y ficción que plantea. Lo que hice, como en cualquier obra que ilustro, es tratar de construir una historia paralela hecha de imágenes a través de la cual ampliar el sentido del texto. A la pregunta de si comparto el proceso de trabajo con el autor del texto, he de decir que no. Me gusta pensar y trabajar la ilustración en solitario. Para mí puede ser un condicionante el hecho de hablar con el autor y escuchar sus sugerencias, pero para él puede ser frustrante darse de cuenta que mi punto de partida o mi interpretación del texto es distinta. 

 

 

–Acaba de ilustrar los cuentos de Montserrat Roig.

–Fue un trabajo complejo, pero me sentí acompañada durante el proceso por la editorial, que me dio sugerencias para adentrarme en el mundo de Roig, pero sin mermar mi libertad creativa. A partir de las ideas que tenía la editora fui haciendo míos los relatos e ilustrándolos a partir de la lectura. Ilustrar este libro era ilustrar el universo de Montserrat Roig y, por esto, quise sintetizarlo a través de la ilustración de portada, donde se muestra que los relatos trazan un viaje desde lo exterior a lo interior. La portada representa las distintas islas que componen el Eixample, donde se ubica Roig, y, un puzzle con el retrato de la autora que solo puede recomponerse a través de la lectura de los cuentos, donde me adentro en los edificios y los apartamentos de esa zona de Barcelona. Una de las cosas más interesantes de mi trabajo es encontrar un hilo conductor y el tono a partir del cual dotar de imágenes a un libro, que es mucho más que una portada. 

–Se define a sí misma como narradora gráfica. 

–Claro, lo que haces como ilustradora es complementar una obra. No redundas en lo que dice el texto. La ilustración debe ampliar el sentido y la interpretación de un libro.

–Usted ha practicado bastante el género del retrato.

–Cuando retratas, como he hecho yo siempre, a mujeres a las nunca has visto en persona y que solo conoces a través de las imágenes lo que tienes que hacer es un ejercicio de imaginación. Intento conocer y profundizar en el personaje para ubicarlo en la página en blanco que tienes que rellenar con su retrato. Hay una fase previa de documentación que me permite tener los elementos para poner a la persona retratada en escena. El género del retrato me gusta mucho y disfruté haciendo el libro Mujeres Bacanas, que me permitió conocer la historia de mujeres que hicieron grandes cosas, pero de las que apenas tenemos noticias por distintas razones.

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–Sus retratos se alejan de la tradición realista. 

–Sin duda, pero creo que esto mismo se podría decir de todo mi trabajo. Mis ilustraciones son figurativas, pero todas ellas tienen una dimensión simbólica o metafórica, no sé muy bien qué término utilizar. Esto se debe a que, sobre todo en los retratos, me interesa profundizar en el aspecto psicológico de la persona retratada. No se trata de juzgarla, sino de sacar a la luz los distintos aspectos de su personalidad para ubicarla en un contexto y plasmar de ella tanto lo que se ve como lo que no se ve. No entiendo el retrato como la sola búsqueda del parecido. 

–¿El concepto debe prevalecer o imponerse a la estética?

–Sin duda. El concepto se tiene que leer de manera muy clara y para ello, a veces, tienes que hacer sacrificios estéticos. Es mejor una imagen austera en la que el concepto se transmita con claridad que una imagen donde lo estético predomine sobre lo demás y acabe desapareciendo el sentido original. Es importante tener en cuenta esto cuando se trabaja en formatos de lectura rápida y acompañando un texto. En este contexto, lo que debe primar es una comunicación gráfica clara que pueda ser leída de manera eficaz. Esto no excluye la posibilidad de introducir elementos que embellezcan la imagen o guiños que permitan otras lecturas, pero sin borrar el concepto. 

 

 

–¿Un exceso de preciosismo puede esconder un vacío conceptual?

–Seguramente. Personalmente, las imágenes que me interesan son aquellas que tienen un trasfondo, en las que puedes percibir que hay una mente pensante detrás que quiere transmitir algo. Evidentemente, frente a una imagen preciosa vas a vibrar, al menos en un primer momento, pero cuando ves que además de la estética hay una idea que de forma natural fluye el goce es mayor. Y cuando digo esto pienso en el trabajo de muchos colegas como Pablo Amargo, que se enfrentó a un tema tan duro como la ablación. Realizó una ilustración sencilla y sintética en la que se explicaba de forma directa este drama. Podía haber hecho un dibujo con más floritura, pero ¿para qué? Si la ilustración funciona así y resulta contundente, ¿para qué añadir más ruido? 

–¿Entiende la ilustración desde el compromiso?

–Evidentemente. Me considero una comunicadora visual que vive en un tiempo concreto y estoy comprometida con él. Trabajar en determinados temas y no en otros es una forma de posicionarme. En todo lo que hago hay un compromiso, ya sea social o político. Mirando hacia atrás, te das cuenta de que el haber trabajado con ciertas revistas o ilustrar determinados libros te ha llevado a realizar otros proyectos, ahondando así en cuestiones que me preocupan y hacia las que me siento comprometida. Pienso, por ejemplo, en el tema de la mujer: he hecho trabajos dedicados a dar visibilidad a la mujer y lo seguiré haciendo para reforzar mi posicionamiento ante la cuestión feminista.

–En la prensa se ha habla de un supuesto boom de la ilustración.

–Llevo trabajando en esto veinte años en esto y desde el inicio he oído hablar de este supuesto boom. Debe ser que vivimos en un boom continuo. La verdad, no sé si es del todo bueno. Quizás es hora de que el boom se afiance para que podamos hablar de temas verdaderamente importantes para la profesión como la precariedad. 

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–Las ilustradoras tienen ahora un protagonismo indiscutible. 

–Cuando yo estudié Bellas Artes en clase éramos mayoritariamente chicas y diría que también el profesorado estaba formado principalmente por mujeres. Para hablar de un auge de mujeres ilustradoras deberíamos tener algo de perspectiva y volver a hablar de esto dentro de veinte años para ver qué ha pasado. Escuchaba recientemente en una charla que, en la medida que las mujeres cumplen años y adquieren determinadas responsabilidades, como ser madres, abandonan la ilustración y los trabajos dedicados al arte. Las nuevas responsabilidades demandan distintos ingresos y otra disponibilidad de horarios. Yo quiero es que las jóvenes que empiezan en el mundo del arte  dentro de quince años, puedan continuar realizando su profesión. La conciliación no existe. Durante la pandemia hemos visto a muchas mujeres dejar sus trabajos, aunque sea solo temporalmente, para encargarse de los hijos que tienen en casa. 

–Antes hablaba de la precariedad al respecto de lo mal pagado que está el trabajo de ilustrador o los impagos, que son constantes.

–Siempre recomiendo preguntar a los compañeros de profesión antes de aceptar un encargo. Yo lo hago. Pregunto a colegas que conozco y a otros que no conozco. Cuando llega un encargo miro con quiénes ha trabajado la editorial o la publicación y les consulto sobre su experiencia. Si compartiéramos más información sobre nuestras experiencias laborales no nos encontraríamos con situaciones desagradables, sobre todo en cuestiones económicas. Además de estar informada hay que negociar: no tienes que adoptar un rol pasivo, puesto que el no ya lo tienes. Nuestras decisiones repercuten en el colectivo y es perjudicial para todos que se acepten condiciones económicas injustas.