Las asonancias del 'urbanismo táctico'
Los planes de revitalización urbana de Barcelona, insertos en una lógica en favor de los espacios públicos, pueden degenerar en imposición política si no atienden a procesos participativos reales
11 diciembre, 2020 00:10Desde que la aparición de la Naturaleza se hace presente de manera progresiva –primero, culturalmente (como ecología), luego, como consumo (nuevos hábitos de vida) y, finalmente, de forma planetaria (como comunidad)– andan las ciudades occidentales comprometidas en la aplicación de un conjunto de ejercicios de deshabituación que, confiados en la reiteración, sean capaces de modificar el régimen energético despilfarrador del cuerpo de la ciudad y de los ciudadanos. Esa modificación, marcada por un menor consumo (referencia para el Estado del Bienestar) y mayor atención a lo saludable, amable e inclusivo de los escenarios vitales, afecta a los conjuntos urbanos de forma directa, convirtiéndose para cualquier grupo social, económico o político en un rasgo diferencial de su identidad, con una alta plusvalía.
Dichas iniciativas urbanas implican un conjunto de disciplinas e intereses políticos, sociales, empresariales, financieros y culturales que avanzan siguiendo una dialéctica compleja –proyectos / negociación / participación / realizaciones–, escenificadas en los medios de comunicación, de manera que dejan a la iniciativa política dependiente de ellas. Pero a esa inoperancia de la autonomía política, que supone encontrarse comprometida la instancia de lo común, de lo urbano como horizonte de acuerdo y proyección de los diferentes intereses en un proyecto participado, hay que añadir una recepción social, un entendimiento de esas propuestas, guiada por los valores y comportamientos asociados al sistema del consumo.
Una de las encrucijadas de Sant Antoni intervenidas por el urbanismo táctico / AYUNTAMIENTO DE BARCELONA
La confrontación entre las exigencias de la acción ecológica, incluidos los requerimientos de sostenibilidad y los marcos urbanos de gestión, junto a las consecuencias de las irreductibles dinámicas sociales, han terminado por definir un estado de la cuestión paradójico, en el que se insertan cualquiera de los proyectos urbanos que se acometen en las ciudades europeas. La superación de la paradoja que dibuja esa confrontación reclama procedimientos que permitan mediar entre las posiciones enfrentadas, algo que aún no se ha traducido en una cultura propia que lo facilite y acoja. Las dificultades con que las aspiraciones de una ciudad sostenible se encuentran son tanto ideológicas, sociales, económicas como culturales, lo cual nos hace coincidir con aquellos diagnósticos que apuntan a una transición todavía insuficiente hacia un paradigma urbano sustancialmente diferente. ¿Qué hacer si compartimos la convicción de que las ciudades viven en un tiempo intermedio?
Hace tiempo que aquellos que proyectan la ciudad –sean políticos, reformistas, movimientos sociales o técnicos– han abandonado la esperanza de controlarla en su totalidad, incluso en el caso de aquellas apuestas basadas en que una parte concreta de la urbe sirva como laboratorio o ensayo que permita verificar el funcionamiento de determinadas iniciativas a mayor escala. La cultura urbana preocupada por la proyección de la ciudad –interesada en modificar sus inercias– ha cambiado el enfoque estratégico por uno táctico. Ni siquiera los ambiciosos planes de ordenación, a los que la legislación institucional encomienda el desarrollo y crecimiento de las ciudades, confían ya en una visión estratégica. Esto supone que la ciudad se encuentra sometida a una pluralidad de proyectos urbanos parciales que responden a intereses determinados, que buscan escenificaciones acordes con el desarrollo de modos de vida emergentes o subyacentes, representativos de una parte de una población real o virtual. La asonancia gobierna la música de sus partituras espaciales, convirtiendo a cualquier ciudad, con los altavoces de los medios de comunicación, en un set para una coral de superposiciones.
Carril bici creado sobre parte de la calzada por la que circulaba el tráfico / AYUNTAMIENTO DE BARCELONA
Cada ciudad es un nudo de una extensa red de intereses financieros o una comunidad terrible, o ambas cosas, lo que convierte la vida urbana un campo de batalla en el que el enemigo-amigo es invisible y los frentes que lo atraviesan se manifiestan en los procesos programados que conducen la plusvalía. Las modernas técnicas de análisis económico y urbano se han volcado, con sus colecciones de metadatos, en dar cuenta a través de múltiples diagnósticos de la nueva realidad de esos lugares. Sus resultados obligan a los que la proyectan a una difícil conciliación entre las certezas heredadas de la técnica moderna y cualquier previsión de futuro.
En medio de esta vorágine se hace presente un protagonista, que había permanecido en silencio, no podemos decir que invisible, reclamando un lugar en este patio de Monipodio: la Naturaleza se ha añadido como tercer polo a la díada capital-trabajo, que hasta hace poco movía la rueda del engranaje infraestructural de la ciudad. Su aparición crea una transversalidad capaz de atravesar cualquier línea de combate en el campo de batalla de la ciudad, concitando alianzas procedentes de sectores hasta entonces enfrentados. Una pastoral evangélica de buena nueva la anima, prometiendo por primera vez un futuro menos malo o, al menos, de supervivencia.
Es en este contexto donde queremos situar la iniciativa planteada por el Ayuntamiento de Barcelona que, al igual que otras ciudades europeas, asume el desafío de una transición urbana hacia un futuro que se pretende sostenible, además de saludable: una actuación que, replicando la supermanzana ensayada en Sant Antoni, se pretende extender por todo el Eixample, configurando escenarios de encuentro en torno a nuevos ejes verdes y plazas donde primará lo peatonal sobre el tráfico en favor de una ciudad más amable y humanizada.
Han sido recurrentes, desde el inicio de la pandemia, las imágenes de calles vacías en nuestras ciudades. Algo sorprendente, por su carga distópica, para la iconografía urbana contemporánea. Es inevitable rememorar la extrañeza que en 1997 produjo aquel plano de una Gran Vía madrileña, la de Amenábar en Abre los ojos, donde la calle vacía nos hacía sentir la vida solo detrás de las ventanas entreabiertas o los portales cerrados. Aquella imagen de un espacio urbano tan reconocible mostraba ahora lo anómalo: sin coches y con la actividad comercial oculta tras pantallas publicitarias y macetones florales sobre el acerado, el escenario de nuestros hábitos más cotidianos perdía su sentido quedando a la espera de nuevas historias que contar o de que otras formas de vida, tapadas por el velo del aparente Estado del Bienestar, vinieran a disfrutarla. ¿Sueño o realidad?
En efecto, si la imagen de la ciudad actual ha sido promovida en gran medida por el motor de progreso y el consumo, donde el vehículo motorizado se convierte en un potente instrumento para su orden estructural, parece que es éste un buen momento para proponer un paisaje urbano distinto al que nos envuelve, pensado desde el valor de uso para la ciudadanía de los lugares de encuentro habituales. Algo que, en el ánimo de muchos, supone dejar de pensar en logros productivos para posibilitar efectos insospechados.
Senda peatonal dibujada sobre parte de un antiguo carril de circulación / AYUNTAMIENTO DE BARCELONA
Conciliar la vida cotidiana en entornos amables de proximidad con los supuestos requerimientos que el progreso económico hace al modelo urbano, a través de las actividades económicas o la movilidad, parece llevar irremediablemente a un equilibrio distinto entre progreso y vida que, entre otras cosas, aminore el dominio e impacto contaminante del tráfico en el área metropolitana y su incidencia, por su alto porcentaje de ocupación, en el diseño de los espacios públicos de la ciudad. Es decir, sustituir el patrón-coche por el patrón-peatón y, de esta forma, potenciar la gestión urbana de la administración local.
La pretendida visión finalista del planeamiento, con su programación espacial y temporal de los comportamientos, por determinados o previsibles que sean, no satisface todas las necesidades, ni a unos ni a otras. Si bien el coche sigue siendo un dispositivo de control, asumido y hasta deseado, se nos antoja hoy como un instrumento relacional incompleto que responde al modelo urbano y territorial tradicional del siglo XX. Considerando los tiempos discontinuos de lo cotidiano, tan caóticos y ajenos a los tiempos reglados de la naturaleza, la peatonalización podría considerarse como una acción de ajuste para mejorar los ritmos de la vida corriente, las relaciones humanas y el disfrute propio y comunitario; un instrumento de reivindicación del encuentro y el intercambio social y cultural, que dotaría de contenido alternativo a un espacio público, expropiado por funciones que le son ajenas. En esto consiste lo táctico de la gestión urbana.
Veladores ubicados en un espacio destinado a estacionamiento de vehículos / AYUNTAMIENTO DE BARCELONA
Ahora bien, para superar cualquier lectura asociada a modas urbanas de determinados sectores mediáticos, el horizonte pasaría por acotar el tamaño de las intervenciones a los deseos ciudadanos para potenciar la participación en todos sus niveles. La imposición de un ámbito único de intervención, por grande y significativo que pueda ser, prima, segrega y discrimina en una doble dirección: la de quien la recibe y la de quienes vendrían a usar estos espacios vitales. La diversidad social, imprevisible si no se produce una visión de predicción en su devenir social, debe contrastarse con la cultura urbana de la ciudadanía en torno a los espacios de encuentro; una labor de acompañamiento, tras la decisión política, que ha de ser llevada a cabo por la administración local.
Con estas acciones puntuales, de mayor o menor arraigo, en distintos ámbitos de la ciudad, la funcionalidad urbana se transforma, el consumo se compromete con lo saludable y convierte el bienestar en bienvivir. Y serán las posibles relaciones que se establezcan entre ellos, que atañen a lo sostenible, a los cuerpos y a las comunidades, el objeto de la cohesión social y de las nuevas representaciones de la ciudad. ¿Cómo veríamos estas operaciones locales y fragmentadas, por ejemplo, bajo el prisma más global y unitario de lo saludable, dibujadas sobre unas cartografías de la salud? ¿O cuál sería su eficacia como referentes de la movilidad personal desde la perspectiva de la ciudad del cuarto de hora planteada por nuestros vecinos franceses?
Área de juegos infantiles / AYUNTAMIENTO DE BARCELONA
Estamos ante escenarios que debemos revisar, y no precisamente desde una falsa homogeneización que jerarquice el conjunto de imágenes fragmentadas de la ciudad a través del diseño. Llevar el debate a la apuesta por un urbanismo táctico, que es un instrumento más que un modelo de ciudad, es un modo de desviar la atención y obviar el cometido sustancial de la labor municipal. Si en el hacer urbano tradicional se sigue hablando de las oportunidades y estrategias para el conjunto de la ciudad y sus agentes, aquí y ahora queremos ver estos ensayos como instrumentos tácticos para la invención de lo cotidiano, una práctica cultural planteada por la sociología de los años 60 como diagnóstico y alternativa para la mejora de la habitabilidad contemporánea.
Y ante una gestión municipal que no entienda que la ciudad le pertenece, sino que, contando con el tiempo del sitio y sus actores, construya y conjugue relaciones entre un orden racionalizado (político, económico o técnico) y la imaginación o el deseo de los ciudadanos, tanteando todas las posibles configuraciones. Por eso es sustancial rediseñar procesos participativos de revitalización o, mejor dicho, de renaturalización urbana, atendiendo al ciudadano experto, a la gobernanza y al empoderamiento civil para alcanzar una verdadera expresión de los lugares cotidianos. Solo así, desde una gestión mucho más participativa, de abajo a arriba, sería posible leer esta experiencia de Barcelona como ejemplar y considerarla pertinente y oportuna.