Cassandra Darke, jocosa y criminal
La última obra de la ilustradora británica Posy Simmonds perfecciona el concepto de ‘novela gráfica’ gracias a su elegante mezcla entre la literatura y el arte de la viñeta
15 julio, 2020 00:00Una polémica habitual –y vana– entre los comiqueros de la vieja escuela y neófitos es la discusión sobre si la pinturera etiqueta novela gráfica tiene algún sentido más allá del comercial. El concepto fue ideado en 1978 por Will Eisner –el mítico creador de The Spirit– tras la publicación de Contrato de Dios. Esta obra constituye el punto de partida de una nueva corriente de cómics que se atreve a abordar asuntos adultos –sexo, moral, religión– y cambia la concepción que autores y artistas tenían del género como medio narrativo, desprendiéndose del prejuicio de su pátina exclusivamente infantil.
Los refractarios a utilizar la etiqueta argumentan que, más allá de su noble origen, el concepto novela gráfica solo ha servido para encarecer un producto que antes era popular, para descolgarlo de los quioscos y llevarlos a las mesas de novedades de las librerías que se pretenden modernas. Así, la novela gráfica no sería más que un tebeo con ínfulas. Un cómic para esnobs. Una manera de esquilmar el bolsillo de los lectores mediante el espejismo de la tapa dura y el lujo en el diseño. Una operación de marketing capaz de ofrecer una coartada intelectual a aquellos a los que les da pavor comprar tebeos, espantados por aquel viejo tópico que decía que todos los miembros de ese club eran freaks marcados por un severo complejo peterpanesco, onanistas empedernidos, amantes de las bebidas azucaradas y probablemente con problemas de halitosis.
Cassandra Darke, la nueva novela gráfica de Posy Simmonds –ilustradora habitual en The Guardian– viene a desmentir todo esos recelos y parece añadir una nueva vuelta de tuerca a la polémica nomenclatura. El cómic –la novela gráfica– que nos ocupa tiene viñetas, sí; se vende en la sección de tebeos, pero contiene tal nivel de hibridación entre géneros que bien podría estar junto a novelas ilustradas o con las novelas a secas.
El caso es que el formato –en la cuidada y estilosa edición de Salamandra Graphic– es amplio y cuadrado. Esto permite que la página se organice no solo desde la viñeta, sino también mediante el párrafo, que dispone de su propio espacio, que no tiene miedo en entrar en profundidades prosísticas, un invento que –de la mano de Simmonds– resulta cómodo, natural, sumamente disfrutable. Así la lectura en ocasiones se remansa en una reflexión interna y literaria en forma de monólogo interior, a veces se acelera con el dinamismo de los diálogos mediante el uso de bocadillos o se paraliza extasiada –¿por qué el gran arte suele provocar la supresión momentánea del tiempo?– ante la finura de algunos detalles gráficos: el reflejo amarillo de las farolas sobre los escaparates navideños, la decoración de las habitaciones de los protagonistas.
La ilustradora Posy Simmonds (2018) / EDWARDX
La autora británica consigue exprimir los recursos aparentemente exclusivos de cada medio para crear una obra sumamente interesante, y todo esto lo hace sin darse demasiada importancia, de forma clara y elegante, con una suerte de gracia natural. No se trata solo de una cuestión estética, la mezcla también afecta a lo temático. La obras de Simmonds que más nos interesan beben directamente de la literatura clásica. Es el caso de Gemma Bovery (SinsEntido), que, como su nombre sugiere, utiliza Madame Bovary, la obra de Flaubert, como hilo argumental para tejer un thriller contemporáneo entre Inglaterra y Francia. Simmonds, poco a poco, se va desligando del material original para llevar el agua a su molino creativo. Sus obras siempre mezclan lo cáustico con lo humorístico, lo jocoso y lo criminal.
En Tamara Drewe (SinsEntido) opera de forma parecida: en este caso la autora se basa en Lejos del mundanal ruido de Thomas Hardy. También consigue ser respetuosa y audaz y asimila las raíces literarias de tal manera que es capaz de convertirlas en algo nuevo y propio, obedeciendo el mandato clásico de la imitatio de Dionisio de Halicarnaso. Esto es: la originalidad tendría que ver con el estudio de las fuentes, beber de las mejores obras de los que nos precedieron para después aportar algo propio, no necesariamente con la excentricidad sin sustancia o lo bizarro.
En su última publicación, Cassandra Darke –la tercera en esta suerte de trilogía involuntaria– Simmonds parece depurar su método. En esta obra utiliza el trasfondo de Cuento de Navidad, de Charles Dickens, para tramar una historia absolutamente contemporánea. La protagonista del cómic –esa Cassandra del título– es una anciana obesa, cultísima, solitaria, ricachona y posteriormente arruinada, que oposita al Mister Scrooge del nuevo milenio.
En su última publicación,
De la mano de su incesante monólogo interior y despiadado –a quien primero despelleja es a sí misma– nuestra hipnótica y deslenguada antiheroína nos lleva desde su casa en el gentrificado barrio de Chelsea –y sus galerías de arte– hasta los suburbios de los crímenes más barriobajeros. Mitad deudora de los grandes personajes de los hermanos Cohen, mitad Clint Eastwood versión abuelita, Cassandra demuestra que, pese a tener el corazón endurecido, sigue latiendo, que no hay prisa para la redención y que el cómic, o mejor, la novela gráfica, no deja de contarnos algunas de las mejores ficciones en lo que va de este siglo.